La carta de una parte (felizmente pequeña) de Madrid
Aun cuando lo más graneado del periodismo conservador internacional, el Wall Street Journal entre otros, celebró el éxito electoral de la derecha española en la Comunidad de Madrid el pasado mayo, la visita de la presidente electa de dicha comunidad a los EEUU pasó casi desapercibida para la prensa norteamericana. Sólo siguieron la visita de Isabel Díaz Ayuso medios españoles, y fue a través de ellos que nos enteramos de cómo la dirigente del Partido Popular de España (PP) se refirió al Papa como «un católico que habla español y calla el legado (español) que llevó la libertad al continente americano» (palabras más, palabras menos). Mostró la señora Ayuso también su preocupación por el «alarmante avance del indigenismo» en los EEUU. Como respuesta, la Representación Electoral (Caucus) hispana de los EEUU en su mayoría la dejó plantada en el Capitolio de la capital norteamericana. A la presidente comunitaria de Madrid le está costando políticamente más de lo que querría reconocer ese tipo de declaraciones desatinadas con que el conservadurismo se ha acostumbrado a hacer política.
Y es que hay varios desatinos en la llamada «Carta de Madrid», más de los que el partido de extrema derecha Vox —aliado estratégico del PP de Ayuso en Madrid— querría admitir, precisamente porque la idea es desatinarle al objetivo y gozar de la miopía de la ambigüedad política en su narrativa. La carta, o manifiesto público, del Vox español llegó a Latinoamérica directamente a la periferia recalcitrante de las derechas más oscuras. Muchos nombres del conservadurismo más añejo de este lado del mar —y también de sus advenedizos— firmaron la carta que clama, entre otras cosas, por una lucha sin cuartel contra la «seria amenaza contra las libertades (…) y derechos de nuestros compatriotas». Pero no se dejen engatusar, la crema y nata de la xenofobia en España no nos ha llamado compatriotas a los cholos peruanos, los rotos chilenos, los gauchos argentinos, etcétera, no. La carta habla de defender las libertades de sus compatriotas de la «Iberósfera», neologismo usado por los extremismos para retomar el concepto de patria de segundo rango que tenían los americanos nacidos en los virreinatos españoles de la Colonia, donde los de la península eran más compatriotas que los de las indias occidentales. Pero eso es historia ahora.
No puedes haber dejado de notar la complementaria campaña mediática que se hace desde hace poco en las Américas latinas a favor de la «bondad histórica» de la conquista española. Es una campaña que se ha iniciado hace un tiempo en contra de lo que llaman «la leyenda negra del indigenismo». Sostienen (en redes sociales especialmente, aunque no faltan libros y conferencias) algo así como que los españoles de los siglos XV al XIX hubiesen sido capaces de sintetizar precozmente la legislación y la moral de nuestros tiempos, respetando dizque los derechos humanos, la libertad de empresa y de comercio. Algo así como que los europeos de aquél entonces hubiesen podido colonizar las Américas creando un mundo de hadas madrinas protegido por espíritus de los bosques. Aunque fue cierto que una pasajera legislación española, hecha durante la invasión napoleónica a la península, rescató algunos derechos de indios e indianos, también fue cierto que desde entonces las leyes son letra muerta por estos lares. Tampoco por otros lares se cumplen, a juzgar por la rápida derogatoria de la constitución reformista que dio derechos a los virreinales: cayó por una primigenia carta de Madrid —el «Manifiesto de los Persas»— firmada, qué coincidencia, por lo más graneado de la voz (la vox) del conservadurismo autocrático de esos tiempos. La historia se repite en cartas, aunque la del pasado afectó a todos los hispanos, la del presente no pasa de ser un formalismo inocuo.
Y tampoco puedes haber dejado de notar que la casta política de este año 2021 se siente heredera de las épocas más oscuras de la historia de sus países, tiempos a los que siempre tratan de pintar color de esperanza y barrer bajo las alfombras de los palacios de gobierno. Llámense populistas, falangistas, colonialistas, católicos medievalistas, fascistas, tienen en común el deseo ferviente de desaparecer cualquier rastro histórico que les nuble las bases de su pensamiento político con verdades a medias e historias falsas (si se puede llamar pensamiento a la nostalgia por las dictaduras cruentas). No son pocos los intentos de desacreditación infundamentada de los museos y lugares de la memoria colectiva de horrores históricos innegables y fácticos. La excepción que confirma esa regla de negación histórica y factual estaría en los sucesivos gobiernos alemanes que no cejaron en mantener el recuerdo de la barbarie nazi contra judíos, gitanos y homosexuales, para que no se vuelva a repetir. En multitud de países con horrores pasados, nuestros países, los museos que muestran lo que no debe olvidarse para no reincidir no gozan de la simpatía de quienes se ven ahí reflejados en quienes ejercieron violentamente sus supremacías, que deberían estar ya extintas por la fuerza de la igualdad humana, pero no lo están.
He aquí una pequeña lista de memoriosos lugares que deberíamos promover en nuestra didáctica de vida, y visitar cuando la vida nos lleve por distintos lares. Estos lugares nos harán ver las razones históricas por las que no debemos confiar en aquellos líderes que son indiferentes al sufrimiento de quienes pierden sus ingresos durante las crisis. Las razones por las que no debemos encumbrar en el poder a líderes beligerantes con quienes deben emigrar de sus tierras para no pasar hambre. Por las que no debemos apoyar a líderes que ejercen satisfechos sus posiciones de privilegio creando más y más reglas a su favor. Por las que no debemos escuchar a líderes que quieren que los registros de los malos tiempos dejen de susurrarnos lo que realmente pasó y podría volver a pasar.
Museo de la Memoria en Rosario,
Museo de la Memoria en Montevideo,
Museo de Memoria y Tolerancia en Ciudad de México,
Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en Santiago,
Museu Memorial de l’Exili en Girona,
Museo del Genocidio de Indios Americanos en Houston,
Museo de la Memoria en Nijverdal,
Centro de Documentación del Recinto de concentraciones del partido nacionalsocialista en Nuremberg,
y tantos más.