Siempre hay alguien a quien matar, de Guillermo Orsi
Hablar de Guillermo Orsi (Buenos Aires, 1946) es nombrar a uno de los maestros del género negro y uno de los escritores vivos más importantes de Argentina. El bonaerense, afincado en Córdoba, tiene en su haber los premios Hammett, Umbriel /Semana Negra de Gijón, Emecé y BMB, entre otros, y sus obras Sueños de perro, Nadie ama a un policía, Ciudad santa, Buscadores de oro, Fantasmas del desierto, El árbol del Vaticano, Segunda vida y Tripulantes de un viejo bolero han sido publicadas en varios países y traducidas a diversos idiomas. La colección Real Noir de editorial Caudal, comandada por el también argentino Carlos Salem (autor de uno de los mejores prólogos que el que esto escribe ha leído hasta la fecha), rescata una de sus mejores novelas y la edita primorosamente para alegría de sus lectores. El algo devaluado término de maestro, que se otorga a veces de forma un tanto gratuita en función de la edad, hace justicia en este caso, como subraya Carlos Salem, a este veterano demiurgo de planta y carácter quijotesco y hablar pausado lleno de humor.
En las obras del autor de Ciudad Santa, novela que este año reedita editorial Tusquets, trama y forma forman un todo armónico, constituyen una suerte de composición literaria que alcanza altas cotas de calidad. Por ello, circunscribir a Guillermo Orsi como autor de género no le hace justicia, porque es mucho más que eso: un alquimista de las palabras, un creador de personajes y un constructor de tramas en donde pivotan la tristeza, el desespero, el desgarro, el amor y también, un ingrediente que jamás falta en su literatura, el humor, sin que exista disonancia entre tantos elementos que componen el cóctel. Las obras del bonaerense transmigrado a Córdoba son profundamente autorales. Un Orsi se distingue entre lectores avezados, tiene marca de fábrica.
A Los Médanos, población de la Costa Atlántica argentina vacía de turistas en invierno, en donde siempre cae una lluvia persistente— Sucedió apenas puse un pie en Los Médanos: la mañana lluviosa, la terminal de omnibus vacía, el viento cruzándome la piel a puñaladas. —, un escritor regresa para descifrar el misterio que rodea a su amante muerta a petición de la hermana que le pide ayuda para que se le haga justicia. El escritor descreído y de vuelta de todo— No soy tan peligroso, escribo novelas, la realidad la escriben otros—, asume, a su pesar esa investigación que es como una novela que estuviera escribiendo y en donde topa con corrupción política y policial, cadáveres en camiones frigoríficos y un paisaje desapacible que marca su estado de ánimo y es escenario perfecto para el drama que se cuenta.
En Siempre hay alguien a quien matar, tras su envoltorio noir absoluto habitada por personajes perdedores, ambientes siniestros — No más de un par de pasos nos separa del cuerpo que cuelga cabeza abajo, los brazos quebrados, las manos como apoyadas en el piso, el pelo suelto rozándolo y en breve balanceo producido por el camión que acaba de ponerse en movimiento. —y la muerte como una presencia más y siempre a la vuelta de la esquina—No lo hace con sus delicadas manos, pero cuida cada detalle de lo que en un par de minutos será mi ejecución. El filo de las cuchillas, la rapidez y precisión del golpe que me cortará la carótida, la destreza de los matarifes para evitar que mi sangre contamine el reducido espacio al que quedó confinado el frigorífico las Carmelas— planea un aroma perdidamente romántico: El beso, que llega despacio, intenso, profundo, me hunde en tu resurrección./ Apago, cerrándole delicadamente los ojos, la nocturna melancolía de su mirada. En el noir cabe la poesía, el sentimiento, el amor.
Imprime Guillermo Orsi un sesgo social a su novela— Olvidaba aclarar que Argentina es un país maldito por el capitalismo global, al terminar el 2001 se había declarado insolvente y los acreedores urdían planes de asalto final a la colonia díscola para, una vez abierta sus tripas, comerlas hasta saciarse— sin olvidar un agudo sentido del humor que es tan característico en él—Toda una colección de artefactos que, de haberlos tenido a su disposición el doctor Víctor Frankenstein, habría engendrado al superhombre de Nietzsche y no al monstruo chapucero y pedófilo que describe Mary Shelley—en las descripciones físicas de sus personajes— Remellan tiene poco más de 50 años aunque luzca como una momia rescatada de entre los escombros de su pirámide—o en las de los ambientes lluviosos del escenario del drama— Llueve. Jacques Cousteau navegaría a gusto por la autopista, topándose con monstruos marinos y con sirenas rubias.
Construye Guillermo Orsi diálogos intensos y precisos, con cargas de profundidad, como este que el policía lanza al escritor y del que toma título la novela y habla de la hipocresía social: Los muy pacíficos ciudadanos aplauden en el baño lo que condenan en los salones, les limpiamos la cizaña de sus coquetos jardines, les despejamos sus sinuosos caminos al poder. Nunca nos falta trabajo, escritor, siempre hay alguien a quien matar.
La lectura de Siempre hay alguien a quien matar produce algo difícil de conseguir en los tiempos que corren: placer literario, el que uno vuelva sobre las páginas ya leídas para disfrutar de sus frases magistrales que es difícil seleccionar, pero ahí van dos: La vida te da sorpresas pero la muerte dobla la apuesta y Un escritor muerto es una novela sin terminar.
Guillermo Orsi está muy vivo y le quedan muchas novelas por delante. Y gracias, amigo, por haberme dedicado esta novela tan espléndida, todo un honor para mí.