«Las otras geografías», de Mónica Picorel: El corazón de las sombras
«Las otras geografías» (Talón de Aquiles, 2020) es el primer libro editado de Mónica Picorel, que ya contaba con un alto compromiso de su poética compartiendo su trabajo en las redes sociales.
Y su debut (custodiado por fotografías de la autora quien también hace poesía con la cámara) es un verdadero regalo para cualquier expectativa.
Se pauta este itinerario por esas otras geografías en cuatro estaciones («Rémoras, «Simas», «Evocación y «Refugio»), aunque eso no condiciona los textos al anclarlos a una estructura premeditada, ni marca alguna coherencia interna que no sea otra que la de seguir explorando territorios conocidos que, sin embargo, aún están por descubrir, con decenas de puertas que reconocemos pero que llevan a nuevas habitaciones llenas de objetos a la vez ajenos y propios, con textos conjugados en poesías que podría parecer que están atadas a un único eje, pero sobre el que terminan gravitando (claramente llegados de lo más honesto de su autora, que va por delante con la verdad al descubierto) mundos siempre distintos por mucho que se parezcan. Y es admirable su incontestable dominio a la hora de depurar poemas hasta alcanzar una sorprendente brevedad que lejos encallar en lo concluyente o limitarse a dejar que estalle la pirotecnia de algún feliz hallazgo final, los versos de Mónica Picorel abren en canal un hechizo inmediato justo cuando terminan, y se releen de inmediato, y se sucumbe el enigma incluso cuando parece que el enigma ya está resuelto, y cuesta pasar la página, como cuesta dejar atrás aquello que nos hace sentirnos vivos.
Hay palabras que se repiten, casi como personajes. Geografía, por supuesto, pero también, ciudad, pared, mar o cuerpo entre otras, las cuales terminan revelándose como vasos comunicantes que acaban confluyendo en una cartografía que lejos de concentrarse y empequeñecer, se hace cada vez más extensa, inhóspita pero irresistible, y se llega a nuevos territorios (tantos y tantos cubiertos por zonas de oscuridad, como las fotografías de su autora) a los que podremos seguir accediendo gracias el pulso temerario y a la potencia poética con los que se adentra en ellos la autora.
Y siempre con una voz cercana, jamás montada en las alas del hermetismo o la exclusión, sin bordear ni de lejos los abismos del artificio. A veces tan próxima que los versos son como susurros llegados directamente desde la propia escritora. Eso, en no pocas ocasiones, logra una comunicación muy íntima, casi cómplice, con el lector, y en cualquier momento puede saltar la sensación de que uno no sólo está leyendo poemas, sino que esa misma poesía también te lee a ti, te descifra, te reta, te deja en un laberinto de espejos heridos donde puedes reconocer tu reflejo mires a donde mires. También te habla de ti y de tus otros.
La obra de un poetisa admirable.
El libro se abre con un epígrafe de versos del Lorca más neoyorquino. Más allá de las razones literarias o personales de esa elección, son un clara declaración de intenciones para el lector, un aviso de que lo que podrá leer estará más cerca del oficio del alquimista que al de escritor, y así, mediante artes más propias de magias y transformaciones, lograr que incluso dentro de la palabra más inofensiva se puedan esconder vetas y vetas de la poesía más pura y arriesgada.
«Nadie escribe a los náufragos», se lee en algún momento de esta extraña y bellísima coreografía de confesiones.
Pero al parecer sí que hay quien encuentra el valor de escribir mientras naufraga.
Y cuando la herida duele, es porque la poesía acierta.