«Una joven prometedora»: El delito de ser mujer
Los primeros planos de decenas y decenas de caderas y torsos de esculturales mujeres ligeras de ropa contoneándose sensualmente, y como norma general a cámara lenta (un recurso que franquicias como «Fast and Furious» han llegado a convertir en un signo de identidad narrativa), son algo tan habitual en el cine que han acabado por transformarse en un poso de cotidianidad con el que se facilita y hasta se legitima la normalización de un horror social y cultural que pese a las continuas denuncias acaba por caer en el foso de la indiferencia.
Es precisamente con uno de esos gratuitos encadenados con los que Emerald Fennell, directora y guionista de «Una joven prometedora», abre su película. Con la salvedad de que solo vemos esos movimientos perfectamente encuadrados para encandilar realizados por hombres, nada más que por los hombres que bailan en un bar. Una inversión temeraria y audaz que sirve de apertura para presentarnos a tres de los clientes que han fijado su atención en Cassie (Carey Mulligan), una mujer tan ebria que parece incapaz siquiera de permanecer sentada, lo cual es el acicate perfecto para que uno de esos rastreros tipejos (arropado por su correspondiente manada de compañeros de caza a la búsqueda de víctimas similares) se acerque a ella con el propósito de aprovecharse de su estado. Tras una serie de burdas artimañas, logra llevarla hasta su apartamento para sacar réditos sexuales de su debilidad y de su casi inconsciencia. Sin embargo, cuando se lanza a depredar, ella deja fingir que estaba borracha y se encara desafiante con su más que sorprendido agresor.
El cazador ha sido cazado.
Quizás alguien piense que esto es un «spoiler». Y puede que lo fuera de no ser porque todo esto se narra y es mostrado cuando ni siquiera han empezado los títulos de crédito.
Así uno sabe desde ese momento que se enfrenta a un cuchillo muy bien afilado.
«Una joven prometedora» es, ya desde su inicio, un reto, un desafío que hará trizas cualquier expectativa que nos atrevamos a proponer. La protagonista, sistemáticamente, tiende de forma premeditada esas trampas como la única respuesta emocional, casi vital, a las consecuencias de un terrible suceso en su pasado, el mismo que la lleva a ir buscando una demencial venganza. Una historia que resumida en tan escasa sinopsis parece un campo de minas. Lo políticamente correcto y lo que no lo es tropezando entre sí, desfalleciendo en los vapores de lo obvio, que puede ser tildado de soflama feminista, restando la honda humanidad de la propuesta. Pero la desbordante creatividad de Emerald Fennell, tanto como directora como guionista, atrapa la atención por los caminos más inesperados (hasta la banda sonora, la original y las versiones que contiene, son un cúmulo de hallazgos que se suman a su despiadado recital). Desde la comedia (y por momentos, la película deslumbra por divertida, con un humor tan corrosivo que finalmente hace mella y estalla, y quema) al drama, pasando por el misterio, entrando y saliendo de los géneros con una soltura que se convierte en alarmante cuando, tras una serie de episodios brillantemente encadenados y ejecutados, se llega a un desenlace que, a buen seguro, se llenará con las llagas de la polémica, abierto a múltiples interpretaciones, todas ellas empapadas de una brutal tristeza. Denunciar de forma tan inapelable las agresiones sexuales a las mujeres dentro del amparo de una sociedad capaz de culpabilizarlas de los crímenes que otros cometen contra ellas, es, de por sí, un ejercicio muy valiente y siempre necesario. Pero afrontarlo con esos requiebros y esa despiadada honestidad la convierten, con todo merecimiento, en una película excepcional.
A golpes de ingenio y verdades contra lo hediondamente institucionalizado.
Y todo eso recae de forma abrumadora sobre Carey Mulligan, cuya interpretación deja corto cualquier adjetivo que uno se atreva a proponer. Fascina, emociona, divierte, asusta, encandila, es absolutamente imprevisible, cada uno de sus gestos es casi una película en sí mismo. Una actriz que ya había dado pruebas de su talento, pero que con esta película da un paso de gigante para entrar en el Olimpo de las legendarias.
Esto es lo que pasa aquí y ahora. Así viven muchas mujeres. Y acechante, el estigma de ser las responsables de las atrocidades a las que son sometidas.
Víctimas y a la vez culpables.
Hay que atreverse a observarlo en vez de mirar hacia otro lado.
Emerald Fennell nos coloca frente a esa realidad que tanto se tiende a olvidar.
Y la herida que deja en el espectador su desenlace es de las que no tienen cura.