Y llovieron pájaros, de Louise Archambault

Uno tiene muy buenos recuerdos del cine canadiense, que mantiene su pátina europea, sea anglófono o francófono, que lo diferencia tanto de su vecino del sur. Ahí están los Denis Arcand, Roger Avary. Atom Egoyan y David Cronemberg entre los veteranos, y los Jean Marc Vallée, Xavier Dolan o Denis Villenueve entre los de horna reciente que todavía mantienen una cierta distancia y no se han integrado en la poderosa cinematografía norteamericana como si han hecho James Cameron, Ivan Reitman o Paul Haggis.

Y llovieron pájaros (título que tiene que ver con lo que les ocurre a las aves durante los incendios forestales, que se precipitan al suelo por falta de oxígeno y el calor de las llamas), de Louise Archambault (Montreal, 1970), presentada hace dos años a la sección oficial del Festival de San Sebastián, es la adaptación de la novela de Jocelyne Saucier que habla de tres pájaros solitarios, Charlie (Gilbert Sicotte), Tom (Rémy Girad) y Boychuck (Kenneth Welsh), supervivientes de un devastador incendio que asoló los bosque canadienses, y habitan en cabañas perdidas alrededor de un lago, aislados del mundo, unos solitarios que, por su edad, saludan con entusiasmo la salida del sol cada día. La muerte de uno de ellos, el pintor Boychuck, que documenta en los cuadros que pinta el incendió que vivió, dará pie a que una fotógrafa, Rafaélle (Ève Landry) obsesionada con esos incendios, y una octogenaria, encerrada en un hospital psiquiátrico, Marie Desneige (Andrée Lachapelle) visiten a los dos sobrevivientes para conocer sus vidas.

Película exquisita, la cuarta de su directora especializada en retratos intimistas (Familia, Gabrielle y Hope), rodada casi toda ella en exteriores que captan la belleza paisajística del entorno, consigue, a través de sus singulares personajes, adentrarnos en los vericuetos de la vida y la muerte. Como el film norteamericano La decisión de Roger Michel, que también se presentó en esa edición del festival donostiarra y no ha sido estrenada en España, la aportación canadiense a la Sección Oficial habla del bien morir y de que no hay límites al amor ni edad (exquisita esa escena de sexo entre octogenarios, muy sorprendente por poco vista, en la que la cámara se recrea en sus cuerpos marchitos, en lo que podría ser un homenaje al pintor Lucien Freud, en donde aún quedan rescoldos de pasión). Louise Archambault, en una realización que prioriza lo actoral sobre cualquier otro elemento y el retrato sentimental de sus personajes entrañables, planea con su film sobre el ocaso de la vida sin caer en excesos lacrimógenos y presentándonos esa etapa con una óptica optimista.

 

 

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