«Wandavision»: Anatomía de un timo

La cada vez más todopoderosa Disney va demostrando, con cada nuevo proyecto que pone en circulación, que no tiene miramiento alguno en anteponer estrategias burdas y únicamente comerciales a cualquier posible ambición artística. Da igual la película o la franquicia que estrene. Más pronto que tarde terminarán mostrando lo artificial de la idea, anulando cualquier atisbo de talento (ya sea delante o detrás de las cámaras) que pudieran proporcionar verdadero cine. Luego llegan las quejas porque Scorsese afirma que muchas de las películas actuales no son más que parques de atracciones. Pero si Disney está detrás, ninguna se librará de ser fagocitada por las muchas «disneylandias» que hay diseminadas por el mundo, incluyendo ahora su propia plataforma digital.
«Wandavision» es el más inquietante ejemplo de esa deriva en el lenguaje visual moderno.
En teoría, abre un nuevo ciclo de películas en el universo Marvel.
En la práctica solo es hojarasca quemada. No hay fuego. Nada de llamas. Solo es humo.
Cuesta entender las alharacas que ha levantado su, al parecer, desgarrador final, cuando ese desenlace ya venía implícito en la propia propuesta. Sabiendo que por lo narrado en la saga de «Los Vengadores», lo que terminaría por ocurrir era de obligado cumplimiento. Recapitulemos. Visión había muerto tras los desmanes provocados por Thanos, así que su vuelta a la vida era, forzosamente, una ilusión creada por Wanda, una quebradiza fantasmagoría destinada al fracaso en cuanto la realidad hiciese su aparición. No obstante, los primeros episodios tenían un aire de inesperada y maravillosa rareza, y eran delirantes y absurdos, y hasta divertidos si a uno no le importaba aceptar ese juego. Pero la misma progresión diseñada al remedar «sitcoms» de antaño a década por capítulo (años cincuenta, sesenta, setenta, etc…) dejaron atrás rápidamente lo que debía dotar de originalidad a la serie, y se dio rienda a los desmanes y a las triquiñuelas de los trileros. En especial, y he aquí lo aberrante del espejismo, con más narrativa fuera de la serie que dentro (las redes sociales han sido mucho más importantes que los protagonistas), en especial la aparición de un cameo en el último capítulo que generó todo tipo de especulaciones sobre esa sorpresa que debía dejarnos boquiabiertos, y que derivó únicamente en un desganado bostezo. El resto, pirotecnia de primera, pero pirotecnia al fin y al cabo. Si de repente uno de los personajes se revelaba como alguien conocido dentro del universo Marvel, había que explicar quién era, lo cual no servía para mucho a quien no lo conociera y que su vez obviamente aburría a todos aquellos que supieran de su existencia. Cualquier interrogante se despejaba con insultante torpeza. ¿Por qué Wanda había decidido basar su ilusión en series antiguas? Un “flashback” nos mostraba que de niña la sentaban enfrente de una televisión, y asunto solucionado. ¿Qué pintaba, por ejemplo, Quicksilver haciéndose pasar por el hermano muerto de Wanda? Mutismo absoluto al respecto, lo vital era lo impactante de su irrupción. En consecuencia, teorías e hipótesis se iban acumulando sin que ninguna de ellas calara en la historia narrada (básicamente porque la mayoría apuntaban a películas que se estrenarán pronto, lo que convertían a “Wandavision” en el tráiler más largo de la historia). A tal punto llegó a enredarse la madeja que fue el propio Paul Bettany quien desvelase, cómo no, en Twitter y no en la pantalla, cuál era el tan misterioso cameo, justo el día antes de la emisión del último capítulo (y vaya, sorpresa, no era ni Spiderman ni Doctor Strange ni nadie de los más esperados porque Visión se enfrentaría a otra versión de Visión, menudo alarde de originalidad).
Únicamente quedaba por ver la ya inevitable secuencia post créditos (algo peligroso, porque terminaremos por ahorrarnos todo lo narrado antes y será mucho mejor ver qué ocurre después de que se acaba la película o el capítulo y así saber mucho más de lo que se logra saber tras ver nueve episodios). Pero no fueron una, sino dos. La primera, intrascendente, al servicio de nuevas películas que se estrenen. Y en la segunda, y ya en el colmo de los despropósitos, cuando Wanda se había despedido de su ilusión creada, dejando atrás un marido falsificado y a unos hijos inventados, nos permitía escuchar cómo uno de los pequeños que ya no existían pedía socorro sin otro motivo aparente que el de poner los rieles para una posible segunda temporada.
Creada y dirigida por Jac Schaeffer (quién sólo había dirigido una película hace doce años) y co-dirigida por  Matt Shakman (este sí, con un acervo mucho más prometedor, desde su participación en series como “The Boys”, “Fargo” o “Juego de tronos”) “Wandavisión” ha resultado ser únicamente un desproporcionado aparato publicitario para lograr que más espectadores se apunten a su plataforma digital, Disney Plus (o Plas, como por lo visto debe pronunciarse ahora).
Y así, esa formidable hechicera que es La Bruja Escarlata ha terminado por revelarse como una vulgar timadora.
Porque una cosa es cierta.
En un truco de magia, de una chistera se pueden extraer un sinfín de cosas.
Pero jamás se podrá sacar de ella a un mago.
Que es justo lo que a esta serie le hacía falta.

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