Entrevista a José Luis Muñoz por «La muerte del impostor»
GINÉS VERA
GV. Una de las curiosidades de esta novela es su extensión, menos de 140 páginas, tras la anterior, la novela histórica que publicó en 2020 titulada El centro del mundo. ¿Cómo llegó esta historia de La muerte del impostor y qué van a encontrar los lectores en ella?
JLM. Pues sí, es un contraste la brevedad de esta si la comparamos con la extensión de la anterior. Con “La muerte del impostor” vuelvo a mis inicios literarios marcados por la novela fantástica. En cierto modo es un homenaje a Borges, autor muy querido por mí, casi tanto como Cortázar, que aborda el tema del doble y la impostura. Todos solemos ser impostores, no somos uno sino varios, nos compartamos de X manera según con quien, hasta el punto de que llega un momento que uno se pregunta quién es exactamente. Eso es lo que ocurre en “La muerte del impostor”, una novela mestiza en donde se marida el género negro con el fantástico y la novela social. Es la historia de un policía siniestro, Pablo Campos, que se hace pasar por un militar revolucionario, el coronel Eduardo Paz, y acaba siendo fagocitado por la personalidad de éste. Me interesó mucho recrear un ambiente kafkiano y sumergir al lector en él.
GV. La voz narradora en La muerte del impostor también puede sorprender. Es un narrador omnisciente que tutea al protagonista. Háblenos sobre ello.
JLM. La segunda persona es compleja. La había utilizado en algún relato corto, en uno sobre la guerra de Irak precisamente que se titulaba “El terror” y fue publicado dentro del libro “La mujer ígnea”, pero nunca me había atrevido en una novela. Inicialmente “La muerte del impostor” estaba escrita en tercera persona. Cuando opté por esa segunda persona que interpela al protagonista de la narración creo que esta crece y aún se hace más opresiva e inquietante. En literatura hay que explorar siempre y no sentirte anquilosada en una forma que dominas. Para mí, cada novela es un desafío estético, procuro variar de tema y estilo, aunque haya lectores que digan que me reconocen siempre.
GV. Hay una fuerte presencia del protagonista junto a personajes secundarios. Entre los femeninos me ha llamado la atención uno, esa mujer que curiosamente también podemos decir que tiene dos vidas. Casi como el protagonista. ¿Nos lo comenta?
JLM. Es otro de los giros que se me ocurren sobre la marcha mientras estoy en el proceso de reescritura que es tan importante como el de escritura inicial. Para que la impostura del protagonista sea creíble hacía falta una serie de complicidades, y una de ellas era la de la mujer del suplantado. En ese complejo juego de espejos deformantes que es la narración, ella le convence para que lleve la suplantación hasta las últimas consecuencias; por esa razón es muy importante cuando, en un momento determinado de la novela, le ofrece el uniforme militar de su marido y le pide que se lo ponga, que sea él.
GV. Vamos a encontrar en La muerte del impostor nombres propios, tanto de personas como de lugares, en cambio hay una serie de iniciales, en especial para ciertos escenarios como M, B, G… ¿A qué obedece ello?
JLM. Quería ocultar, para que sobre la novela pivotara lo indeterminado, que la acción transcurre en España, durante la dictadura franquista, aunque un lector medianamente avezado se dará cuenta de que estoy hablando de mi país y de un momento político muy determinado. Se inicia en Turquía, en Estambul, en el lujoso hotel Pera Palas, como una novela de espías y misterio, y luego salta a ese país indeterminado pero fácilmente reconocible y a esas ciudades que sólo nombro por sus iniciales. Me siento más libre, narrativamente hablando, y hago más universal la novela, trasladable a cualquier país que sufra una dictadura liberticida como la que sufrió España durante cuatro décadas y en la que crecí.
GV. Entre las aficiones del protagonista una en especial me ha llamado la atención: la pintura. Se menciona a tres grandes artistas, imagino que no es casual que hallemos en La muerte del impostor los nombres de Caravaggio, Hopper o Brueghel. ¿Es así?
JLM. No es casual. Son tres de mis iconos pictóricos a pesar de lo diferentes que son, o precisamente por ello. Brueghel estaba muy presente en mi novela “Cazadores en la nieve” ambientada en el Valle de Arán, hasta el punto de que tomaba el nombre de uno de sus cuadros que tengo en mi retina desde mi niñez. Hopper es el pintor más literario de la historia; hace años tuve una idea de concitar a una serie de autores para que escribieran un relato, en una antología que se gafó, inspirándose en sus cuadros. Caravaggio es el pintor más violento y negro de la historia de la pintura universal, un personaje de una fuerza expresiva arrebatadora sobre el que me gustaría escribir su biografía novelada próximamente.
GV. “Nunca las vejaste sexualmente”, leemos en uno de los pasajes de la novela. También “nunca mataste a ninguna”, referidas ambas al trato del protagonista con las mujeres en su labor en la BDS. Creo que de alguna forma es como si se nos manifestase la doble naturaleza del bien y del mal en las personas; aquello de que el bien no conoce el mal. Quizá los monstruos no siempre son o lo fueron. ¿Nos lo comenta?
JLM. Estoy contra el negro y el blanco y a favor de los matices, también en literatura. Los personajes de mis narraciones son poliédricos y complejos. Los monstruos pueden tener su lado humano. Recuerdo a un amigo argentino que me contaba que una compañera en la lucha subversiva contra la junta militar era torturada sistemáticamente por el mismo policía que, en algún momento de respiro que se daba en su función como torturador, le decía a la víctima que, en el fondo, la admiraba, que no le gustaba lo que hacía, que ojalá le perdonara y pudieran tomarse una cerveza en un futuro, si lo había para ella, porque era mucho más interesante que su mujer, y luego volvía a vejarla y torturarla. Eso es lo interesante desde el punto de vista literario. Las contradicciones de los personajes. La maldad de un nazi como el doctor Aribert Ferdinand Heim, el protagonista de mi novela “El rastro del lobo”, que puede enamorarse de su víctima judía y se siente dios porque la salva de la muerte.
GV. Uno de los temas vertebrales es la impostura, la mentira. Lo leemos con crudeza en un pasaje en el que se nos exhorta: “Todos mentimos a los que nos rodean, nos mentimos hasta a nosotros mismos, vivimos en el autoengaño, y solo mostramos la superficie de lo que somos para no ser heridos. (…) Acabamos siendo auténticos desconocidos hasta para nosotros mismos”. Háblenos de esta reflexión en el contexto de la novela.
JLM. Creo que lo he contestado más arriba. Adoptamos roles constantemente. Fíjese si se adoptan roles que muchas veces graban a nuestros políticos diciendo verdaderas barbaridades sin saber que tienen el micrófono abierto, y eso, lo que se oye en off, es lo que realmente piensan aunque digan otra cosa en su discurso oficial. Nos engañan y nos engañamos. Yo mismo, cuando presento un libro, cuando respondo a una entrevista, estoy en un papel, el del escritor, que no es el mismo que cuando estoy con mis amigos de la ciudad, con los del pueblo en el que vivo, con mis hijos, con mi nieta o cuando trabajaba en una oficina bancaria. Estamos interpretando casi siempre, salvo cuando estamos solos ante nosotros mismos. Hay determinadas facetas de nuestra personalidad que uno oculta a los demás, y hasta a uno mismo, para no mostrar la vulnerabilidad, por ejemplo.
GV. Creo que otro de los temas de fondo es cierta crítica social a las fuerzas del orden cuando se diluyen ciertas fronteras, ciertos límites ebrias de poder. Leemos en un pasaje que la organización, el GOES, gozaba de “ilimitados recursos de los fondos reservados”. Y parece hacernos un guiño cuando leemos que “esa partida oscura de la que echan mano todos los servicios secretos de todo el mundo para sus no menos oscuras operaciones.” Coméntenoslo porque intuyo que es un tema de rabiosa actualidad.
JLM. Es un guiño a la actualidad nacional que no es nada nuevo. Recordemos el GAL, recordemos la llamada policía patriótica que se inventa dosieres para desprestigiar al adversario político de turno. Durante la dictadura franquista, la plantilla de torturadores de la BIPS, la temible Brigada de Investigación Político Social, tenía poderes extraordinarios para hacer con los detenidos lo que les viniera en gana, torturarlos algunas veces hasta la muerte. Los GAL eran un grupo de criminales y patriotas de uniforme pagados con nuestros impuestos. “La muerte del impostor” es también un grito contra esas cloacas del estado que hacen trabajos sucios fuera de luces y taquígrafos. Hay una película extraordinaria, dirigida por Robert de Niro, que no tuvo mucha repercusión, titulada “El buen pastor” que hacia una radiografía demoledora de la CIA y sus actuaciones criminales. Lo malo de esta gente, de los que estaban en la BIPS franquista, en la CIA de Estados Unidos o en la Gestapo nazi es que no tiene conciencia del mal que hacen, que encima se creen que torturando o haciendo desaparecer a personas libran un servicio a la patria. ¿Qué patria? La patria es el lugar en donde cabemos todos. De eso también va “La muerte del impostor”.
Muchas gracias.