“Pequeños detalles”: Viaje al centro de las tinieblas.
Hay algo que, creciendo más y más a lo largo del metraje, acaba transformando a “Pequeños detalles” en una película muy desconcertante, por no decir fallida. Llena de aciertos que no acaban de funcionar y de aparentes digresiones que terminan acaparando un vigor decisivo que había permanecido oculto.
Previsible cuando no debe serlo.
Imprevisible cuando ya ha dejado de importar.
El regreso a las pantallas del director y guionista (que aquí asume ambas autorías) John Lee Hancock es un “thriller” que en apenas unos minutos se incrusta en lo mas convencional del género que aborda, consciente de lo peligroso que es que acudan a la memoria referentes que llegan a obras maestras (y ya se sabe lo malas que son las comparaciones) o de narrar en caminos transitados hasta el hartazgo: un policía veterano y un agente más joven deben unir sus fuerzas y sus diferencias para atrapar a un asesino en serie que, ni que decir tiene, comete unos crímenes de extrema brutalidad y crudeza. Y Hancock se entrega abiertamente a los cánones del género definiendo de forma casi lineal una historia que sólo se ve alterada por la irrupción de imágenes del pasado del personaje interpretado por Denzel Washintong, reteniendo el desenlace de esos recuerdos hasta hacerlo eclosionar en la parte final del metraje. Y hay que subrayarlo: es realmente un final inundado de tristeza y apatía, lleno de significados y consecuencias que han quedado veladas por el gélido respeto a la historia que ha narrado hasta ese momento, a esa búsqueda por encontrar al culpable de tan terribles crímenes, que prende, pero que no se adentra en ningún de los abismos que finalmente acaba revelando. Porque para cuando todo desemboca en una secuencia que podría haber sido literalmente demoledora (aun así, su fuerza es la única que anidará en la memoria), todo lo contado se viene abajo para dejar al descubierto un relato muy distinto al desarrollado. Y es una pena que Hancock no pueda hallar un equilibrio más estable (y filmar complejidades mucho mayores) y que sea él mismo como director quien se empeñe en desentenderse de lo que (también) él mismo escribió, en un loable, y hasta por momento muy efectivo, esfuerzo por llegar bastante más lejos de lo que suele ser habitual en estas películas. Lo que parecía sólido se acaba por agrietar, dejando al espectador con un desasosiego muy distinto al buscado a juzgar por su final.
Eso sí, para parchear de manera incontestable esas fisuras, Hancock cuenta con armas más que suficientes para que en momento alguno la película despierte el menor desinterés.
A otra oscura partitura de ese compositor genial llamado Thomas Newman, el reparto aporta garantías que se erigen en los verdaderos torrentes narrativos de la historia. Comenzando por Denzel Washintong, un actor tan excepcional que da igual la calidad de las películas en las que trabaja. Con él en pantalla, es imposible apartar los ojos. Y aquí no cabe la excepción. Desde el primer momento, en apenas segundos, crea su personaje y cada una de sus apariciones te roba la atención y hasta el aliento, como en esa desoladora escena en un depósito de cadáveres, con la que puede lograr que uno se sienta tan herido y solo como se siente él. Magistral. Como siempre. El segundo ángulo del trío es para Jared Leto, nuevamente desfigurado en otro de sus incansables ataques de histrionismo, y que ofrece uno de los mejores trabajos de su carrera (nominado ya a los Globos de Oro, lo que puede que le lleve a las puertas de ganar un segundo Oscar). Enigmático y a la vez con un toque repulsivo con los que corona las mejores secuencias de la película. Y el tercer protagonista es Rami Malek, quien parece fuera de lugar y poco cómodo en un personaje muy alejado de aquellos que le han llevado a la fama, desde su increíble creación para “Mr. Robot”, pasando por su olvidado Oscar por la aún más olvidada “Bohemian Rhapsody”, hasta ser el nuevo villano de la serie Bond, tras el paso de Javier Bardem y Christoph Waltz. Un rostro extraño y un abanico gestual muy acentuado hacen imposible diferenciar a su personaje cuando es un avezado y brillante investigador de homicidios de ese otro en el que se ve transformado al final.
Podía haber sido un “thriller” que estuviera entre los más selectos del género.
Y sin embargo, precisamente por esos “pequeños detalles” de los que se habla en la película y a los que hay que prestar tanta atención, es por donde sus hallazgos hacen agua por todas partes.