Virginia Woolf
El 27 de enero de en 1882, en Kensington, Reino Unido, nacía Virginia Woolf, una de las escritoras más extraordinarias que ha dado la literatura y yo descubría, fascinado, sus libros en la inabarcable biblioteca de mi padre gracias a su escrupuloso orden alfabético que yo mantengo en la mía. Tenía 16 años cuando el lector precoz que yo era leyó Al faro, Las olas, La señora Dalloway y Orlando. No eran de lectura fácil. Se escapaban esas novelas de la narrativa convencional para derivar a una especie de género mixto entre esta y el ensayo. Leyéndolas se podía adivinar el alma atormentada de una mujer que escribía desde el dolor sin saber que su obra iba a ser tan trascendente. En unos tiempos en que la mujer estaba relegada a acompañar y apuntalar al marido, la británica nacida en Londres se erigió como un estandarte del feminismo, pese a adoptar forzosamente el apellido de su cónyuge, como miembro del selecto grupo de Bloomsbury en el que estaban E.M. Foster, J.M. Keynes, Bertrand Russell, Ludwig Wittgenstein, Gerald Brennan, Dora Carrington, Lytton Strachey, la elite de los escritores, poetas, pintores, economistas y filósofos de su tiempo.
Virginia Woolf debió heredar los genes literarios de su padre Leslie Stephen que era novelista y ensayista. En el hogar de la joven Virginia se respiraba literatura por todos los poros porque lo frecuentaban gente como Thomas Hardy o Henry James. Esa Virginia Woolf de la alta burguesía británica, crecida en un exquisito ambiente victoriano, pasaba los veranos junto a la playa, en Cornualles, en la regia casa de Talland House desde donde podía ver perfectamente la silueta del faro de una de sus novelas.
La muerte y la desgracia la acecharon durante toda su vida y dejaron su impronta en su literatura, un poso dramático indeleble. Pierde a su madre a los 13 años, y a su hermana Stella dos años después, durante su noche de bodas a causa de una peritonitis. Cuando, poco más tarde, muere su padre se produce su primera crisis nerviosa, agravada por los abusos sexuales que sufrió a manos de sus hermanastros George y Gerald Duckworth. Todos estos acontecimientos influyen en su disfuncionalidad mental que la acompañará durante toda su existencia.
Una Virginia Woolf de treinta años se casa con Leonard Woolf, un judío escritor y editor con el que crea la editorial Hogarth Press que publica a Katherine Mansfield, T.S. Elliot, Sigmund Freud y toda la obra de la escritora. Inicia, dentro de un matrimonio abierto, una relación amorosa con la también escritora Vita Sackville-West a quien dedica su novela Orlando. A los críticos de la época les cuesta tiempo entender la obra de esta exquisita escritora, más reflexiva que narrativa, y no la reconocieron hasta la publicación de Al faro y La señora Dalloway. Virginia Woolf practicaba una literatura intimista a través de la cual desnudaba su alma, algo más propio de la poesía que de la narrativa. El trastorno bipolar que padecía y la sumía en periódicas depresiones, la secó literariamente hablando hasta el punto de que llegó un momento que ya no pudo escribir más, y para ella no había vida más allá de la literatura, y fue cuando se quitó la vida arrojándose a un río y dejando a su esposo Leonard una de las más emotivas cartas de despedida jamás escrita: ·”No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo”, le dijo.
Hoy, Virginia Woolf, sigue más viva que nunca y la reviviré de forma particular entre las líneas de una edición de su novela Orlando de la Editorial Sudamericana de 1943, ocho años antes de que yo naciera, traducida del inglés por Jorge Luis Borges, un lujo que puedo permitirme gracias a mi padre.