Progenie, de Susana Martín Gijón
La genética está en el centro de la última novela de Susana Martín Gijón (Sevilla, 1981), que publica Alfaguara en su sello de novela negra, tras abandonar la autora de Expediente Medellín, Destino Gijón o Pensión Salamanca (guiños a los festivales de género negro que se celebran en cada una de esas localidades) el original personaje de Annika Kaunda, la agente de origen namibio afincada en Extremadura, región de residencia de la escritora.
En Progenie, una serie de mujeres con características muy especiales, jóvenes y embarazadas, están siendo asesinadas en Sevilla y la inspectora de policía Camino Vargas sigue pistas equivocadas y se obceca en falsos culpable pese a que el asesino deja su firma en cada uno de sus crímenes: unos patitos infantiles, un chupete…
No faltan en esta voluminosa novela los ingredientes típicos del género, incluidos los pasajes eróticos —María Jesús está sentada horcajadas sobre ella. Es de noche, pero hace calor y las persianas están subidas hasta arriba. La luz de una farola ilumina la oscuridad y se proyecta sobre su cuerpo desnudo. Soraya contempla extasiada sus pechos, pequeños y firmes, que se inclinan para chocar contra los de ella. — ni las descripciones tan sangrientas como efectivas —El asesino no se ha conformado con cascarla el parietal, sino que le ha atizado también en la cara, rompiéndole la nariz y deformando lo que debió ser un rostro agradable. — para mantener la tensión a lo largo de sus 430 páginas e ir hacia un final sorpresivo que se resuelve con celeridad inusitada. Acierta más Susana Martin Gijón en el dibujo de los personajes, muy humanos, lejos la protagonista de los héroes habituales o los perdedores dipsómanos— el que sea una mujer policía ayuda para romper clichés masculinos—, y en su día a día que en armar la trama que se me antoja forzada y más su desenlace.
Hay en el libro acertadas descripciones de personajes— Nerea Franco no parece la misma muchachita que ayer contemplaba impotente los resultados de su encontronazo con Alonso. Lleva vaqueros ceñidos y camiseta de escote pronunciado, y pisa con garbo subida a unas sandalias de cuñas generoso. Los labios rojos y las pestañas cargadas de un rímel color esmeralda que resalta el verde de sus ojos le dan aspecto de choni de barrio —y de ambientes policiales que entrarían en lo que se conoce como novela policial procedimental.
“La ciencia ha llegado a un punto en el que está al alcance de la mano humana jugar a ser un Dios. Debe de ser una tentación perturbadora hasta para las mentes sanas” dice uno de los personajes de esta novela de argumento original.