“The Good Lord Bird”: la libertad enmascarada
En estos tiempos en los que el cine, más allá de la pandemia que ha removido sus cimientos, parece estancado en cada vez más contadas producciones ampulosas, desproporcionadas y despiadadamente calculadas para no caer el los infiernos de las taquillas vacías, ahora que incluso los grandes genios del séptimo arte (Scorsese, Fincher o los hermanos Coen, por citar unos pocos) se refugian en las plataformas digitales (la televisión, tal y cono nació, tiene sus latidos contados) para poder rodar sus proyectos, los actores también han encontrado en ellas el camino para continuar con sus carreras, sin plegarse a los gélidos caprichos de una industria deslavazada, y a merced de diseños prefabricados. “The Good Lord Bird” (“El pájaro carpintero”) es una nueva muestra de estos nuevos caminos que se abren para alejarse de los trillados senderos del cine actual. No solo está protagonizada y producida por Ethan Hawke. También es el autor de varios de los guiones de la historia
Adaptación de la prestigiosa novela homónima escrita por James McBride, “The Good Lord Bird” se centra en la vida de John Brown, personaje de una singularidad extrema, a quien se considera uno de los responsables más directos del estallido de la Guerra Civil estadounidense (murió dos años antes del inicio del conflicto, pero sus oscuras y enloquecidas andanzas fueron determinantes para la fraternal escisión en la que derivó en el conflicto). Al mando de un más bien escaso número de seguidores, Brown, abolicionista convencido, iba liberando esclavos cometiendo todo tipo de atrocidades, y siempre en nombre de Dios, señalando cuando no destruyendo la hedionda y criminal asunción de la esclavitud como algo normalizado, y hasta legitimado por cualquier esfera de la sociedad. La historiografía oscila entre considerarlo un héroe o un peligroso perturbado (un espectro de posibilidades en el que la serie se mueve cómodamente y, por fortuna, sin apuntalar conclusiones), y el relato de su vida nos permite adentrarnos en áreas poco conocidas del mundo de la esclavitud, muy alejados del tratamiento habitual que nos ha ofrecido el cine, de los campos de algodón, o los ambientes sureños.
Aunque el magnífico logro de este inclasificable periplo descansa en un personaje al que seguiremos durante los siete episodios, esté o no esté al lado del abolicionista. Un protagonista fruto de un malentendido. En una de sus temerarios arrebatos con los que desafiaba el orden establecido, Brown se hace cargo de un adolescente. El problema es que, siempre en el centro de su alucinada concepción del mundo, toma como niña al que en realidad es un muchacho, lo cual le obligará a vestir con ropa femenina y a comportarse como una mujer durante años, alguien del que se hará cargo como si fuera cualquiera de sus hijos, y al que le pondrá el apodo de “Onion” (Cebolla), convirtiéndole además en una suerte talismán, un peldaño más en su escalada hacia una locura tan insaciable como desbocada. Resulta obvio que un arranque semejante podría ser más propio de una comedia. Pero es que es precisamente ahí donde la serie vuela más alto. Porque el humor está más presente en su caligrafía que cualquier otro elemento narrativo. Articula la serie desde el comienzo hasta el final. Elude el “gag” o el divertimento ocasional propio del enredo propuesto, hasta convertir el humor en un inesperado motor que nunca se diluye y que acaba desembocando en una honestidad a prueba de miramientos. La risa y la sonrisa conviven, sin eludir los atroces hechos narrados, y es en ese imprevisto equilibrio donde el relato encuentra más verdad de lo que quizás hubiera hecho de haberse plegado al rigor histórico, a la veracidad o la precisa recreación de un momento tan decisivo en la la historia de los Estados Unidos.
Ethan Hawke está soberbio. Una admirable composición de un actor extraordinario con un periplo que comenzó hace 35 años con “Exploradores” (Joe Dante, 1986), logrando salvar la siempre letal trampa de los niños prodigio. Aunque sea precisamente otro debut el que se hace con cualquier protagonismo que se quiera plantar. El primer trabajo de Joshua Caleb Johnson (que aparece en todas y cada una de las secuencias de la serie) es fascinante, y logra desde el primer momento hechizar al espectador con una contundencia incontestable. Puede que se cuente la historia de John Brown, pero en la memoria quedará grabada su extraordinaria creación.
Una serie distinta.
Un maravilloso canto a los que lucharon (si suciamente o con razón, es algo que el espectador podrá juzgar sin intermisiones de tesis o conclusiones de autor) por conquistar una libertad en una batalla que, ya muy lejos de la Guerra Civil con la que supuestamente se puso fin a la esclavitud, sigue disputándose, con la misma encarnizada crudeza, en este mismo momento en las calles de Estados Unidos. Porque lo más puro de esta serie es que, pese a que lo que cuenta tendría que ser cosa del pasado, se apoya y se hace eco con absoluta vigencia de una sociedad, la actual, que hace añicos el falso espejo de unos derechos que jamás han sido conquistados, y que siguen mostrando el hipócrita manierismo de ser adalides de una libertad que no deja de desangrarse frente a nuestros ojos, sin que nadie, como el propio Brown, logre hacer la menor mácula en la criminal y salvaje discriminación a la que, por desgracia, todos nos hemos acostumbrado.