Lidia, de Jerónimo García Tomás
Tiene el valenciano Jerónimo García Tomás una trayectoria ascendente dentro de la novela negra española desde que empezó a publicar. Se lanzó al ruedo de lo negrocriminal con el libro de relatos Trama de grises (Ediciones contrabando, 2014), al que siguió la novela Cautivos (Ediciones contrabando, 2017); con La rabia del peón (Olé libros, 2018) obtuvo el primer premio Nacional de novela Ateneo Mercantil de Valencia. Lidia, finalista del premio La Orilla Negra y A sangre fría, lo acaba de publicar la madrileña Tierra Trivium que, desde sus inicios, apuesta por el género.
Con un estilo seco, directo y contundente, que no oculta una raíz cinematográfica (En el año 2012 dirigió el cortometraje El arma) — En contrapicado, Nacho invadió su campo de visión o La linterna se le escapó de la mano y la chica desapareció en un corte a negro— Jerónimo García Tomás construye un thriller alrededor de su potente protagonista femenino, la Lidia del título— Lidia cerró el neceser de maquillaje y se dio un último vistazo. En su boca apareció un minuto los dos focos acoplado al marco del espejo llenaba de destellos las ondas de su cabello rubio oscuro. Sonrió a su imagen y volvió a mirar la pantalla del móvil apoyado en el lavabo—, una, en apariencia, frágil prostituta que a lo largo de la narración se convierte en ejecutora implacable y de víctima pasa a ser victimaria.
El autor de La rabia del peón describe a sus personajes con trazos precisos— Era más bajo que ella. Vestía pantalones grises bien planchados y unos mocasines negros que no parecían nuevos pero brillaban en exceso. La camisa de seda granate le quedaba tirante en la barriga, que caía ocultando la hebilla del cinturón—, abunda en los detalles físicos de la propia protagonista —Lidia se dio la vuelta para descender de espaldas, sacó su redondo y pequeño trasero por el hueco y, al bajar la pierna, la falda del vestido se le empezó a subir, descubriendo un muslo blanco y bien torneado. Antes de que la cosa fuese a más, Lidia se la volvió a colocar bien. La mantuvo sujeta hasta tocar el suelo.
Sin pretender ser un relato maniqueo ni moralista, Lidia es también un alegato en contra de la prostitución y la trata de blancas— Porque otra cosa distinta son las que lo hacen por gusto. Esas digo yo que no querrán dejarlo, sabes lo que te digo. No creo que sea lo mismo. Porque se habla mucho de que si las traen obligadas y cosas así, pero yo sé lo que he visto, y no por lo que puedas pensar. Yo no soy muy de esas cosas. Pero tengo amigos que sí, dice uno de los personajes secundarios —. Abandonada por su marido, a Lidia no le ha quedado más remedio que sobrevivir como prostituta independiente en su pueblo hasta que tropieza con Santiago, el dueño del club de alterne local, y las cosas van a peor.
La acción tiene lugar en escenarios tan descarnados como la propia historia que se relata— Era un bloque de dos plantas, aún sin muros externos, todo pilares y suelos de hormigón. La malla de plástico que había impedido el acceso estaba suelta y desgarrada. —. Los personajes no generan otra cosa que repelús al lector según los va conociendo. — Santiago hundió la hoja de la pala en la tierra y se detuvo para recuperar el aliento. Jadeaba con voz afónica metido en la fosa hasta casi la cintura, se había arremangado y abierto la camisa. Su escaso pelo, que formaba un semicírculo alrededor de su calva, brillaba a intervalos, pringoso de laca y sudor.
Con una prosa neutra, fría y cortante, desprovista de alharacas pero precisa en los detalles, Jerónimo García Tomás nos acerca a la fisicidad de sus personajes con un fraseado corto — Los párpados de Lidia vibraron apenas, como una membrana palpitante, antes de empezar a despegarse. Por entre la red de pestañas vio un entramado distinto, uno de finísimas ramas, secas y retorcidas. Su mismo rostro se hallaba aplastado contra una rasposa maraña.
No rehúye Jerónimo García Tomás la violencia extrema— Una nube de sangre atomizada lleno el aire, la envolvió momentáneamente en niebla roja. Se echó hacia atrás, enfebrecida, cayendo de espaldas sobre las piernas de Marcos. Del borde de la hoja hendida seguía surgiendo la sangre como de un aspersor. —ni las descripciones siniestras en su novela —Sus gruesas piernas estaban dobladas de forma antinatural, como quebradas. La izquierda presentaba múltiples incisiones y cortes profundos. De la rodilla le asomaban tres cabezas de clavos junto al acercarse a la cama. Lidia descubrió que tenía clavos incrustados también en el cráneo, cerca de la línea de pelo…
No existe en Lidia ese maniqueísmo de buenos y malos a los que nos tiene acostumbrados la literatura light. En un ambiente opresor, dominado por tipos brutales, Lidia sobrevive como puede y, como animal acorralado, muerde para sobrevivir. La novela de Jerónimo García Tomás habla de los resortes de la violencia y de cómo esta surge de imprevisto. Un relato puramente thompsoniano.