Tenet, de Christopher Nolan
Hace tiempo que el cine del británico Christopher Nolan ha emprendido un viaje sin retorno hacia lo no inteligible con la excepción de la canónica Dunkerque, para mí una de sus mejores películas. Al director de Memento, film con el que lo descubrí, del thriller ártico Insomnio con Al Pacino y Robin Williams y de tres de las entregas de Batman, le va lo enrevesado. Origen, una superproducción que ya jugaba con las distorsiones espacio temporales, acababa teniendo una cierta lógica si el espectador hacía el esfuerzo de entrar en su juego y era una película disfrutable con excelentes momentos y un enloquecido romanticismo en su sustrato final. En Tenet, su último artilugio, uno no entra ya.
Con un prólogo espectacular, que hace pensar en otra película, diez minutos de buen cine de acción aunque de narrativa confusa, el resto de esta larga película con título palindrómico resulta un jeroglífico indescifrable por mucha voluntad que ponga el espectador y por algunas prolijas explicaciones de los intérpretes de esa aventura que en nada ayudan sino todo lo contrario. Resulta tan artificial la pretendida envoltura intelectual de esa trama que gira en torno a desarmar una hipotética destrucción del mundo a manos de un lunático que bien podría estar a la altura de los malvados de la serie Bond, que todo el film, tras ese preámbulo (el asalto por un comando checheno del teatro Dubrovka de Moscú que se saldó con la muerte de los terroristas y casi todos los secuestrados), suena a mera impostación. Detrás de toda la pirotecnia exhibida, alguna ciertamente impactante (la colisión de un jumbo contra un hangar y posterior explosión) todas las luchas acrobáticas y guiños a la física cuántica y a la patafísica, está la nada. Christopher Nolan no es ni Andrei Tarkovski ni Alain Resnais.
Lo peor de la película, concebida por su director como un gran espectáculo comercial de éxito y con efectos especiales a la antigua usanza, un blockbuster mastodóntico que ha costado doscientos millones de dólares, es que además de impostada es aburrida y los intentos por parte de Neil (Robert Pattinson) y el protagonista sin nombre (John David Washington) por iluminar a los espectadores resultan baldíos. En las redes, esforzados cinéfilos publican manuales para interpretar Tenet y otros aconsejan ver la película unas cuantas veces para comprenderla. Mal asunto, algo falla cuando nadie la entiende, ni siquiera su propio director, sospecho.
De todo ese caótico material filmado, que incluye unas hazañas bélicas en los últimos momentos con luchas subterráneas que recuerdan a algún episodio de El señor de los anillos y planos finales que beben del spaghetti western, me quedo con Kenneth Branagh que ya había trabajado con Christopher Nolan en Dunkerque. Su papel como el malvado ruso Andrei Sator, una especie de Spectra, está muy conseguido y en él el actor británico que iba a ser el nuevo Orson Welles y se quedó a medio camino, está muy convincente con su disfraz de capitán Haddock. Sólo cuando sale, con aspecto de matón portuario y diciendo cosas al protagonista como que le va a rajar la garganta para incrustarle los huevos en ella, me interesa el film de Christopher Nolan. El resto olvidable, como una pesadilla.