Algunas bestias, de Jorge Riquelme
Al cine argentino hace tiempo que le salió un competidor colindante, el cine chileno. Algunas bestias parece rodada por un discípulo de Pablo Larraín más oscuro que su maestro. La película chilena es una perla oscura que necesitaría un subtitulado como la española La trinchera infinita para ser comprensible a los oídos españoles.
Una pareja quiere montar un hotel con encanto en una árida isla en la que hay un edificio ruinoso. Invitan a pasar unos días a los padres de ella con la idea de pedirles que les ayuden económicamente en su empresa. También están sus dos hijos. El barquero desaparece un día sin dar explicaciones. No hay agua, ni conexión de móvil, la situación se hace desesperante y estallan las tensiones en esa atípica familia que mantienen entre ellos una relación enfermiza. El espacio, en este caso reducido y claustrofóbico de una isla (buen plano cenital de inicio con la barca y sus protagonistas desembarcando), como escenario de este tenso y morboso drama que hace aflorar los peores instintos y desvela secretos inconfesables de familia que comparten y ocultan.
Dirige el chileno Jorge Riquelme Serrano (Santiago de Chile, 1981), tras su debut con Camaleón (2016) y entre los actores, en el papel de abuelo incestuoso (esa, la del incesto, larga y prolija, es la escena que más provoca e incomoda de este film políticamente incorrecto que puede echar a más de un espectador de la sala) Alfredo Castro, el cura pederasta de El club de Pablo Larraín.
Si una de las funciones del arte es provocar, el director chileno da en la diana. Oscura, morbosa, inquietante y revulsivo retrato familiar no apto para según qué públicos. Una película que Roman Polanski, el maestro de lo claustrofóbico, habría filmado en sus tiempos de gloria porque toda ella es pura atmósfera y podredumbre. ¿Hay arte feo? Sin lugar a dudas. Ahí están los cuadros de Goya de su etapa oscura de las pinturas negras de la Quinta del Sordo o los retratos de Lucien Freud.