El Capitán a priori y el Capitán a posteriori
Del Capitán a priori me libre Dios, que del Capitán a posteriori, me libro yo. Es una frase que puede aplicarse hoy en día cuando te sumerges en esa selva salvaje, opresiva y laberíntica de las redes sociales. La figura del Capitán a posteriori, está basada en un personaje extraído de la serie South Park. Un superhéroe menesteroso que, siempre a posteriori, echa en cara todo lo que se debía haber hecho, mientras utiliza el “os lo dije” como superpoder casposo. El país se ha llenado de Capitanes a posteriori y ha creado toda una actitud social el “aposteriorismo”. La intención del aposteriorista es la crítica destructiva sin base lógica. La justificación de lo injustificable. El «yo lo había dicho», no sirve a la sociedad. No es enriquecedor. Además su intención es la creación de convulsión y el deterioro social. No aportan otra cosa los aposterioristas que crispación y esparcimiento de odio.
Los hotros. Los “aprioristas” beben directamente de las fuentes de sus ideologías. Sin filtro sanitario, ni mascarilla profiláctica. Genuflexos ante la verdad absoluta de sus banderías. Anulada su individualidad de pensamiento por los dogmas de sus ideologías, adoran al becerro de oro, sin percibir que tiene pies de barro.
Caminamos hacia una sociedad cada vez más polarizada, cada vez más extrema. Una sociedad donde el pensamiento se sustituye por el sectarismo más rabioso. El sentimiento de otredad desaparece con las ideologías y se diluye la empatía, la capacidad de conectar con el otro. Da la sensación de que cuando nos sentamos al teclado para interactuar en las redes sociales, funcionamos con el cerebro límbico. Se da primacía a lo instintivo, a la irracionalidad. Si añadimos lo efímero de estos medios y su inmediatez, el cóctel resultante es esa falta de interés en descubrir al otro, en conectar con lo ajeno. Esa obsesión en hacer desaparecer cualquier parámetro que no entre dentro de la doctrina, cualquier opinión que afecte a las estructuras de las propias creencias. Nace así el odio al extraño, la falta de respeto por lo que no encaja en nuestro puzzle emocional. La negación del otro para mantener nuestro ideario por absurdo y surrealista que este sea. Cuando no se reconoce a otras personas como alter y se transforman en alius (extraño), entonces desaparecen todos los impedimentos y mascaradas sociales. «Puedo anularte porque mi pensamiento es superior al suyo y estoy en posesión de la verdad.»
Las banderías conocen este particular del ciudadano crispado y lo utilizan a fondo. Aprovechan el enojo vital, la búsqueda de un culpable (siempre será el otro), instrumentalizando la crispación y canalizando la frustración en su beneficio. Las ideologías son algo siniestro, excluyente y castrador para el individuo. Su ponzoña es contagiosa y chantajista. Apunta directamente a los estados de ánimo colectivos, creando una falsa identidad emocional, amplificando la energía grupal. Cuando alguien siente que vibra en el mismo sentido que otros, es carne de manipulación emocional. Esclavo del chantaje de los que lo necesitan para hacerse un sitio. Los aprioristas son tan resbaladizos y sinuosos como los aposterioristas, no nos dejemos engañar. Sus propuestas niegan siempre la propia responsabilidad, ejercen la crítica más corrosiva, no buscan estrategias para el punto de encuentro y esgrimen la coerción como arma arrojadiza. Cegados por sus dogmas rinden culto a su religión pagana, sin capacidad de criterio, sin análisis de los hechos. Su ceguera dogmática les lleva a seguir defendiendo actitudes, incluso cuando sus sumos sacerdotes han renunciado a ellas o han reconocido sus errores. Nunca dejan puertas abiertas y son gurús de la verdad absoluta.
Si a esto le añaden esa ridícula y pueril superioridad moral, que creen poseer algunas banderías, el panorama es absolutamente irredento. Nihil novum sub sole. La traducción Vulgata de la Biblia era acertada: Nada nuevo bajo el sol. Son los mismos gañanes de Goya, enterrados hasta las piernas, golpeándose hasta la muerte. Son los unamunianos Hunos y Hotros, destrozándose entre sí. Y; como siempre; las personas de bien atrapadas en medio.
Aunque ahora se nos muestren con nombres posmodernistas: aprioristas y aposterioristas. Son los mismos de siempre…