FERMOSELLE, Zamora
FERMOSELLE, Zamora
(Extracto del libro Zamora, un viaje sentimental)
Fermoselle se localiza en la misma frontera con Portugal y en plenos Arribes del Duero, un parque natural cuya geografía aparece sembrada de peñascos, fallas y despeñaderos, poco apta para los cultivos. La villa no tendría sentido en este paisaje, pero hay algo que hace cambiar por completo el panorama: un microclima que la protege desde que el Duero es Duero. Algo ha de ver también el Tormes y, más aún, los pantanos construidos. Todo ayuda para que en plena meseta luzca una parcela de mediterráneo que permite el cultivo de la vid y del olivo.
Como en otras zonas de la provincia, la joya es el vino. Con una salvedad: la uva no es el típico tempranillo o tinta de Toro, sino una uva autóctona, exclusiva del enclave de los Arribes, la Juan García o malvasía negra. Los técnicos hablan de aromas de frutas y de un color rojo púrpura brillante. ¿De dónde ha salido este varietal? Cuando un origen aparece difuso o no se encuentran las fuentes, lo normal es recurrir a la leyenda, como hemos hecho siempre. Luego, hasta es posible que lo que nos dice tenga los visos de ser cierto y la Juan García la trajera un noble o un monje francés en el S. XI. Sea como fuere, un acierto. Doy fe.
Fermoselle no sé si viene de fermoso, pero para cualquiera que se dé una vuelta por él, saldrá con el convencimiento de que este pueblo, en este enclave, con estas calles y estas casas, dentro de este paisaje, tal nombre lo define a la perfección. Si les digo que forma parte de la lista de los pueblos más bellos de España, créanme, no exagero.
Hay que subir hasta el castillo de Doña Urraca, una fortaleza que esta reina eligió como lugar de retiro y que en la guerra de las Comunidades sirvió al obispo Acuña para hacerse fuerte (y al rey Carlos I como disculpa para su destrucción, cuando la derrota). Quedan algunos muros, solo visibles desde la carretera, pero en lo que fue patio de armas han acondicionado un bar o terraza de verano en el que una cerveza en las tibias noches de agosto ha de ser un lujo. Solo nos faltaba acercarnos hasta alguno de los miradores y contemplar el paisaje de los Arribes, el río Duero y las primeras piedras de Portugal, tan cerca.
-Tan cerca, señor, que aquí los gallos cantan en dos idiomas.
El abrupto paisaje de Los Arribes es tan hipnótico que se lo ha puesto fácil a la ciudad para que apueste por el turismo a la hora de recorrer su futuro. El campo berroqueño se corta en profundos barrancos y hondones por donde fluyen el Duero y el Tormes. Antes de llegar a ellos, en las laderas, aún persiste la línea de terrazas o bancales donde cultivaban el olivo y la vid. El pueblo ha sido declarado conjunto histórico–artístico y en sus calles estrechas y empinadas lucen construcciones que guardan todo el sabor de lo popular sin desarmonizar el entorno. La base de ellas, el granito. Con él levantaron el castillo, la iglesia y las ermitas. Inevitable un recorrido lento por calles tan típicas como La Nogal, Torrejón o el Arco y sus cercanías, donde las escalinatas y los dinteles de las puertas nos muestran esta arquitectura tradicional.
Fue tierra de judíos y los signos grafiados en muros y jambas –incluida la iglesia- lo atestiguan. Lo que no se conserva es la sinagoga, pero la hubo. Y si en cualquier vivienda ven una piedra con un lateral o esquina más gastado que otro, no se sorprendan, allí afilaban los cuchillos para la matanza. Algo habitual en todos los pueblos. Otra cosa: recuerden que sería un pecado salir de esta villa sin una visita a cualquiera de las más de mil bodegas que horadan las viviendas y degustar un vaso de vino hecho con la uva Juan García. Entra uno en cualquiera de ellas y lo primero que se le pasa por la cabeza es cómo pudieron cavarlas a pico hace cientos de años con aquella tecnología punta de cincel y martillo. Arcadas y galerías de granito, cubetos con el vino a la espera de una cata. Si lo acompañan con un plato de carne, miel sobre hojuelas.
Otra actividad más, el senderismo. Carece de la épica de los descubrimientos, pero es un deporte económico, sano y con permiso para el disfrute de unos paisajes que en pocos lugares más se pueden contemplar. El parque natural de Los Arribes del Duero se ha convertido en visita obligatoria con multitud de actividades en torno a la naturaleza y la historia de Fermoselle y alrededores. Incluido un viaje en barco por el Duero hasta la cercana ciudad de Miranda, ya en Portugal, a la sombra de unas escarpaduras que sobrecogen. Y el posible avistamiento de águilas, buitres o alimoches planeando sobre el río.
De todas maneras, cuando vengan por estos lares, no crean que vas a descubrir la pólvora, que este paraíso ya lo elegía don Miguel de Unamuno a la hora de sus esparcimientos, cuando quería restregarse la vista con frescor de verdura, como llamaba a sus salidas al campo. Cuiden la caminata y agárrense antes de asomarse, que hay acantilados que superan los doscientos metros en vertical.