THE WICKER MAN. 1973. EL PAGANISMO COMO ESTÉTICA
The Wicker Man es una de esas joyas inclasificables ante la cual el espectador se pregunta ¿Es un thriller? ¿Es un musical? ¿Es una horror-movie? The Wicker Man pertenece (genéricamente) es una propuesta intrínsecamente british, que se ha venido a denominar como “horror-folk”, acuñada en 2010 en un programa de la BBC, por el escritor y actor Mark Gatiss para denominar a un puñado de obras que compartían ciertas características. Entornos aislados de la civilización al uso, mantenimiento de tradiciones ancestrales y antiguos rituales paganos. Un subgénero que aún colea en la actualidad con producciones como “Turistas” (Sightseers, 2012), “Kill List”, de la nueva Hammer Films, “Wake Word” (2010, de David Keating), o novedosas propuestas como la finlandesa “Sauna” (AJ Annila, 2008). Los precedentes van desde la mítica “La Mascara del Demonio”, con la musa Bárbara Steel, hasta la hammeriana “La Maldición del Altar Rojo”, todas ellas desarrolladas en entornos rurales seudo-mágicos.
Fuera del entorno aldeano británico también se encuentran propuestas de comunidades con reminiscencias mágico/paganas como en “Valeria y su Semana de las Maravillas” (1970) o la producción japonesa “El Gato Negro” (Kuroneko. 1968), sin olvidar la excelente serie “True Detective.” Un auténtico revival de horror-folk, pasado por la turmix del espanto cósmico del círculo lovecraftiano.
Estos guiones están poblados de paisajes románticos, rodeados de ruinas, páramos y comunidades aisladas, que mantienen vivas tradiciones paganas. Con preferencia beben de las fuentes del folclore de druidas y celtas. En el plano paisajístico, no faltan las construcciones megalíticas, y las leyendas y ritos paganos de cosechas y fertilidad, tomadas desde una perspectiva bucólica, desinhibida o (como es el caso de “The Wicker Man”) absolutamente obscenas y provocativas.
Se entiende la naturaleza como una amenaza literal y metafórica. Ese oscuro lugar que alberga espíritus que acechan al hombre. La brujería como enfrentamiento a las religiones establecidas o mantenimiento de los rituales pre-cristianos, es el motor que mueve estas comunidades. Las presencias peligrosas e indefinidas, pueden tener hasta un origen cósmico, aunque las comunidades aisladas de humanos en transición hacia el anfibio de Lovecraft, se encuadrarían más exactamente dentro del “horror cósmico”.
La “Ealing” produjo la cinta más señera de esta modalidad de inquietud cinematográfica: Dead by Night (Al morir la noche, 1945), una de aquellas producciones de episodios que tanto gustaban en la época. Diversos directores de la casa (Cavalcanti, Crichton, Dearden y Hamer), se encargaron de los excelentes “sketches” terroríficos.
Anthony Schaffer, muy popular por sus adaptaciones de “La huella” para J. L. Mankiewickz, y “Frenesí” para Hitchcock, llevó a la pantalla el texto de un actor de teatro: David Pinner. Esta novela; titulada “Ritual”, se desarrollaba en una Inglaterra mágica y rural. Hasta ese momento Pinner tan solo había estrenado una obra teatral. Una historia de vampiresas lesbianas que protagonizaba una actriz a punto de alcanzar la fama: Glenda Jackson.
Adaptó de forma muy libre la historia de una isla en las Hébridas, donde un espeluznante rito druida se utiliza para bendecir la cosecha. La película esta llena de referencias a la cultura celta: liturgias, danzas ancestrales que escandalizan al policía, obscenos rituales de fertilidad, liturgias, culto a la muerte, etc. La música también fue escogida con esmero. Envuelta en un disfraz de neohippismo, recupera instrumentos folk tradicionales, con melodías hipnóticas y obsesivas, que forman parte inseparable del proceso psicológico del protagonista. La intención de rodar una película de terror que se desmarcara por completo de los clichés, definió esta propuesta, una de las más atípicas, atemporales e inquietantes del género.
Determinada por una estética setentera, algo enfermiza, incluso con cierto toque onírico, el film nos sumerge en una comunidad inquietante. Desde un primer momento se adivina que ocultan algo. Esto y la búsqueda de la niña desaparecida por parte del policía (Sargento Bowie), la introduciría en el terreno del thriller, de no estar salpicado el argumento por continuas irrupciones de canciones hipnotizantes en modo diegético (formando parte del instante dramático), situaciones surrealistas, toques teológicos, escenas e insinuaciones de un erotismo primitivo y toques del humor más británico, que la hacen navegar entre géneros. Dando como resultado una creación irrepetible.
El preludio no puede ser más premonitorio. El Sargento Howie (Edward Woodward) es un estricto cristiano del cual sus compañeros se burlan, obscenamente, por sus conceptos del matrimonio y del mundo. También queda claro que nos encontramos ante un personaje de una pieza. Alguien con una estructura inquebrantable y una personalidad imparable. Todo esto le hará falta para enfrentarse a lo que le espera en Summerisle, una población dependiente de la metrópolis, en la punta más extrema de Escocia, pero con sus propios fueros y costumbres.
La llegada del policía a la taberna y la canción que comienzan a interpretar los parroquianos, una obscena, lúbrica y grosera balada sobre la hija del posadero; que también participa en la cantinela; pone de manifiesto las dos naturalezas que se van a enfrentar. Una guerra de creencias arraigadas firmemente en cada bando. El director provoca incomodidad y tensión magistrales, con planos de los rostros de los cantores, la hija del posadero y el sufridor Sargento Howie, que se ve superado por el erotismo primitivo y ritual de los aldeanos. Puede afirmarse que parte de la inquietud y el terror de este film, proceden de las certeras, desazonadoras y lujuriosas baladas profanas, de clara influencia gaélica.
La estructura espiritual del Sargento Howie se verá minada por los habitantes de la isla. Un estricto matriarcado donde solo encuentra niñas en las aulas, los negocios están regentados por mujeres y todas las normas conocidas de su civilización se diluyen.
“The Wicker Man” ha entrado por derecho propio en los cenáculos de las obras de culto. Una innovación frente al goticismo manierista de la pujante Hammer, que ya empezaba a hastiar con sus negligés vampíricas, sus castillos recargados y su hemoglobina. Robin Hardy opta por buscar la inquietud antes que el terror puro. Prevalece el malestar o el desasosiego. Siendo precedente de obras como “La Semilla del Diablo” de Polansky o su inquietante “Repulsión”, donde el factor psicológico predomina sobre el susto o el mordisco.
La obra seminal de David Pinner titulada “Ritual”, sirvió de puente entre a cultura pop cinematográfica y la narrativa ocultista. Una novela teñida de un tono misterioso, de donde ha bebido la cultura pop-folk, con una historia como un mecanismo de relojería, en base a pequeñas pistas para un catártico final, encubierta bajo el disfraz del thriller, esconde una demoledora crítica al puritanismo residual en la sociedad británica. Un viaje al lado oscuro de la personas y de la naturaleza. La novela posee un mayor ingrediente de humor (iconoclasta e irreverente) que falta en el film. Pinner escribió esta novela mientras representaba “La Ratonera” de Agatha Christie en el West End. Christopher Lee compró (proféticamente) los derechos para escapar de su pasado de capas bicolores y colmillos chorreantes. El encargado de la adaptación fue el autor de un hito teatral. Anthony Shaffer, creador de “La Huella”, ácida crítica a la aristocracia británica. Obra en la que, el gran Mankiewicz, extraería un inolvidable duelo interpretativo de Laurence Olivier, como retorcido escritor de novelas de misterio, y Michael Caine como el cínico amante de su esposa.
Fue concebida para el cine desde un principio. Aunque las diferencias entre novela y film son notables. Sobre todo cuando el narrador es omnisciente, durante la verbalización de pensamientos y la mostración de pensamientos de unos y otros, o la presencia de esa cuadrilla de niños que campan a sus anchas en la novela. Incluso la concepción formal, mucho más negra, aparte de la pérdida (reconocida por el autor) del sentido del humor. También en la novela se han producido otros asesinatos rituales, que son los que mueven al policía a investigar (¿True Detective?) ya que localiza el cadáver de una niña al pie de un roble, con una cabeza de simio clavada y tres flores de ajo. Una de las víctimas es una niña próxima al protagonista, algo inexistente en el film.
La peregrinación “lynchiana“ y la implicación del investigador adquieren, con esta premisa, mucha mas intensidad. También se ve obligado a usar gafas oscuras debido a su sensibilidad ocular. Un velo simbólico para no ver la sensualidad que le rodea. La novela está situada en una pequeña localidad de Cornualles. Una “Merry England rural”, donde la gente sencilla se oculta bajo máscaras inquietantes de animales, los pasteles y tarros de mermelada adquieren connotaciones turbadoras y las alegres cancioncillas de taberna son bacanales sonoras. Verdaderos aquelarres vocales para los bienpensantes. En “Ritual” el culto es de raíz claramente cercana a la brujería, mientras que en “The Wicker Man” es una celebración del culto neopagano” de carácter sincrético.
El título procede de un tótem en el que se inspiraron. Una imagen de 1676 que ilustra el libro “Britannia Antiqua Illustrata”, y que fue realizado por un historiador ingles: Aylett Sammes. Los supuestos sacrificios célticos que ya encontró Julio César cuando llegó a las Galias de antaño, fueron la base para este grabado. A día de hoy todavía existe controversia acerca de la utilización de estos muñecos, dada la afición de los civilizadores a presentar su superioridad cultural y proyectar como rasgos bárbaros lo que veían en los extranjeros. Algún historiador sostiene que César había manipulado la imagen de los druidas. También se apunta la posibilidad de que dichos artefactos fueran artilugios para estados alterados de conciencia. El mimbre se entrelazaba con cáñamo y vegetales con propiedades alucinógenas. En contacto con el fuego, los iniciados se sumergirían en otros mudos. Se supone que bajo el hombre de mimbre existían cavidades excavadas donde se tumbaban y emprendían los mágicos “viajes”.
Las hipnóticas baladas de la cinta fueron compuestas por el neoyorquino Paul Giovanni, que logra impregnar de “neofolk”, sin perder las raíces gaélicas. El músico fallecería sin conocer que su obra se convertiría en objeto de culto. Para escribirlas realizó (junto con Peter Saffer) un estudio de la tradición musical escocesa. El grupo “Magnet” estaba especializado en interpretación de antiguos instrumentos. En una de las escenas del film, aparecen junto al compositor. Hasta ocho años después no se recuperaría la banda sonora, pasando a formar parte de la comunidad folk norteamericana, con hitos como la canción interpretada por Rachel Verney: Willow´s Song. Ultrapagana balada que la hija del tabernero (seductora Britt Ekland), utiliza para tentar al policía a través de la pared. La sensual (y ritual) danza “a poíle” de la actriz aún sigue cautivando a quienes ignoran que se trataba de una bailarina, doble de cuerpo. A riesgo de hundir recuerdos eróticos de adolescencia, aclarar que es fácil detectarlo con simples parámetros antropométricos. Por si hubiera alguna duda, los movimientos profesionales y el perfil que muestra el rostro de la bailarina bastarían para aclarar dudas. Aparte de las declaraciones de Stuart Hopps (coreógrafo de la película), que llamó a los servicios de una sede en Londres “bailarina exótica” llamada “Miss P.”, de 18 años de edad: Jane Jackson.
Esta obra plantea el condicionamiento social como cárcel de la que no se puede escapar. El relativismo cultural. La educación, no como liberación, sino como único acceso al conocimiento, y el entorno como opresión. Aprendes aquello que te rodea. El hombre practica aquello que aprende. Vive aquello que conoce, respeta aquello que le han enseñado. Cada uno de los factores implicados en este duelo de creencias es fruto de un adoctrinamiento, la aceptación del grupo (gregarismo) y la diferencia con los que no tienen tus mismas creencias.
Juega el director con la intromisión del elemento extraño. El policía que acude con leyes, normas morales y creencias religiosas a una sociedad a la que no le importa, ni comprende ninguna de aquellas. El Sargento insiste en repetirles constantemente a los aldeanos que el viene de “mainland” (tierra firme). Summerisle es un lugar donde lo sombrío y los parajes feéricos se dan la mano en la fotografía de Harry Waxman (El Aniversario, The Day the Earth Caught Fire), mezclados con colegiales que rinden culto al falo, copulaciones entre tumbas (rito de fertilidad) o bailes de infantes desnudos entre monolitos ancestrales. Arthur Machen hubiera firmado con gusto una narración en estos bosques atávicos, donde se cuelgan cordones umbilicales en un ritual pagano olvidado.
Todo esto va resquebrajando los esquemas del Sargento Howie, un hombre que en otra época, quizás hubiera pasado por la parrilla inquisitorial a los lugareños. Pero se encuentra con la otra cara de la moneda.
El Sargento Howie es un Ulises perdido, que en lugar de arribar a Ítaca, desembarca en medio de horror, para ser tentado por el canto de sirena de Ingrid Pitt. Para ser hipnotizado por la danza ancestral de apareamiento, que le envuelve en un sudor perlado, por el ritmo sincopado de los golpes (simulando el ayuntamiento carnal) que la joven da en la pared. El policía, es esclavo de un Macguffin (la búsqueda de la niña), que sirve como excusa para llevarle a un final anunciado.
La técnica actoral es voluntariamente impostada, coqueteando con lo excéntrico y lo burlesco. Tan sólo en la versión original se podrá captar esa ironía británica que en algún momento recuerda las comedias de la Ealing, pero teñidas de malestar e inquietud. Christopher Lee sobresale en su papel del laird Lord Summerisle, que desempeñó gratuitamente, componiendo un líder carismático, de sesgo patricio, dionisíaco, capaz de recitar poetas ingleses clásicos, vestir de highlander, cantar una licenciosa tonada gaélica con su voz de barítono o burlarse del apocado policía. Un cínico que reconoce que la presunta fertilidad isleña, proviene en realidad de los experimentos de su abuelo con nuevas especies adaptables al clima terrible de la isla y de los conocimientos científicos, en lugar de los dioses paganos. Pero mantiene a lo aldeanos, engañados, a su servicio. El televisivo Edward Woodward (El Justiciero, The Equalizer) deja que la sobriedad y la perplejidad (no el acartonamiento) se enfrenten a damas de la talla de Britt Ekland (doblada por Annie Ross, debido a su acento polaco, poco apto para la isla pagana), Diane Cilento o Ingrid Pitt, mascarones de proa de la Hammer (The Vampire Lovers, Spell of Evil, Asylum), transmutadas en hembras poderosas del matriarcado que se burlan de la indecisión del policía. Además la V.O. permite disfrutar del timbre subyugante y la dicción clásica de Christopher Lee, que además canta y toca el piano. Como curiosidad permanece el papel de Lindsay Kemp como mesonero, antes de convertirse en actor-fetiche de las incursiones de Derek Jarman.
Aunque en ningún momento se define la religión practicada en la aislada sociedad, posee claros referentes a las mitologías precristianas, donde era común la adoración al sol y la naturaleza, al animismo, pasando por rituales druídicos, aunque mixturando diferentes épocas.
La cultura del megalitismo (neolítico) es mucho anterior al divertimento celta de freír animales y asesinos dentro de gigantescos hombres de mimbre. Cuando carecían de delincuentes, echaban mano de otros, según las tendenciosas crónicas romanas. Las piedras agrupadas estilo “crómlech”, alrededor de las que bailan en corito las chicas, y el gigantesco hombre de mimbre, no son paralelos históricamente. También hay reminiscencias de la Escuela Wicca y del animismo. El argumento oscila entre el mensaje antropológico, el relativismo y la crítica social. De hecho los actos de la comunidad van encaminados a que retorne la producción de frutos, que enriquecerá al señor feudal, el único que posee una mansión opulenta y un nivel de vida elevado. El guión incluso incluye sesgos en su costumbrismo enfermizo para dibujar una de las sátiras sociales de Johnattan Swift o una “Utopía” pervertida. El inverso de la isla de Tomás Moro.
Es preciso situarse en la época en que se produjo el film para comprender el nivel de transgresión (incluso en aquellos momentos) que conllevaba una propuesta llena de situaciones obscenas y vesánicas (en actitudes y sobre el papel), donde se imita una erección con un grosero movimiento de un antebrazo sobre otro, los niños adoran falos en un Palo de Mayo durante el recreo, o un padre tabernero corea con los parroquianos de “El Ogro Verde”, una canción obscena sobre su hija, que sonríe y celebra la elocuente letra:
Se ha hablado mucho de las zorras de antaño
de mozas y reinas casa de citas de la puntuación,
pero canto de un equipaje que todos adoramos,
la hija del dueño. . . ‘
Su ale es animado y fuerte para el sabor,
que se elabora con discreción y nunca con prisas
Usted puede tener todo lo que quiera
si juras no desperdiciar
a la hija del dueño. . .
Parábola en formato de serie B, a instantes parece respirar el humo psicodélico de la época o haber ingerido alguna sustancia “experimental”. Se agradece que no cayera en manos de las productoras imperantes en la época (Hammer y Amicus), ya que el resultado habría variado notablemente a nivel conceptual y estético. La British Lion se halla más cercana a las creaciones más transgresoras de la Tigón.
Impagable Christopher Lee recitando a Walt Whitman mientras contempla un simbólico apareamiento de caracoles:
Creo que podría transformarme y vivir con los animales.
¡Son tan apacibles y dueños de sí mismos!
Me paro a contemplarlos durante tiempo y más tiempo.
No sudan ni se quejan de su suerte,
no se pasan la noche en vela,
llorando por sus pecados,
no me fastidian hablando de sus deberes para con Dios.
Ninguno está insatisfecho,
a ninguno le enloquece la manía de poseer cosas.
Ninguno se arrodilla ante otro,
ni ante los congéneres que vivieron hace miles de años.
Ninguno es respetable ni desgraciado en todo el ancho mundo.
Al fondo, en la taberna, interpretan la impúdica balada gaélica “Gentil Johnny“, acompañado del sonido del desvirgamiento de un joven por la hija del tabernero, en un ritual de iniciación. Junto a la ventana del sudoroso y sufriente sargento. La estructura monolítica de las creencias del urbanita se enfrenta a la anarquía bucólico/erótica, al desenfreno ocioso y desordenado de los instintos sin domeñar. Los aldeanos actúan como un auténtico enjambre frente a la individualidad enfermiza del policía. Un paraíso perdido, pero que tras los goces que ofrece, solicita un pago terrible. Un anti-héroe que ha de pagar por su condición. Por su enfrentamiento frente a un grupo compacto y homogéneo.
Las localizaciones juegan un papel fundamental, ya que el entorno amenazador y las particularidades telúricas eran fundamentales para recrear el malsano entorno. La residencia de Lord Summerisle se utilizó el Castillo de Culzean (Ayrshire). Se precisaron frutas de plástico y flores pintadas para simular el verano. También se rodó en dos poblaciones escocesas Gatehouse of Fleet, Newton Stewart, Kirkcudbright, Plockton y Creetown. La escena final fue rodada en lo que hoy es un parque de caravanas Burrowhead Holiday Village.
Es algo normal en la cultura británica literaria, la evocación de zonas periféricas irlanda o escocia, donde perviven mitos, supersticiones y ritos paganos: La Guarida del Gusano Blanco de Bram Stoker, etc..
En cuando a las escenas iniciales, rodaron en las Hébridas Interiores, y la toma desde el avión en Sudáfrica.
Para el guión se inspiraron en libros como “La Rama Dorada” de Sir James George Frazer, sobre los primeros mitos y creencias paganas y su influencia en el siglo XX. Alumnos de las escuelas de baile ayudaron en las escenas de danzas y los oriundos fueron reclutados para rellenar tabernas y rituales iniciáticos.
El montaje original del stajanovista Roger Corman dejaba muchos flecos y situaciones sin resolver. El “Final Cut” solucionó algunos problemas de comprensión e incluyó escenas imprescindibles.
El epílogo donde se descubre que todo ha sido una prueba, de la cual el policía habría podido escapar traicionando sus creencias (entonces no había sido víctima propiciatoria), es uno de los más desasosegadores del cine de terror. El sufrido investigador; vestido de blanco e inmaculado hábito iniciático; ejerciendo de protagonista principal en la fiesta de la fertilidad.
Una apoteósica final donde el choque de creencias es tan brutal que, frente al Salmo 23, recitado por el policía en sus últimos momentos, los isleños le superponen una canción de celebración y una carnavalesca danza, que podría formar parte de cualquier romería multitudinaria. Según el director todas estas ceremonias eran populares en Inglaterra. “Lo que hice fue juntarlas todas en el mismo lugar y al mismo tiempo”. El resultado es un film inquietante e inclasificable, hoy en día, objeto de culto.
Curiosidades: El actor Edward Woodward, es católico como el personaje que desarrolla en el Film. Durante la grabación perdió un collar con crucifijo. Treinta Años después, durante el rodaje de un documental conmemorativo, fue encontrado por el equipo de rodaje en el mismo lugar.
A todo el elenco se le comunicó que se iba a utilizar un doble de cuerpo para el estimulante baile de la canción de seducción ritual, menos a la protagonista. Britt Ekland se enfureció, ya que no había querido filmarla: “Tengo el culo como una pista de esquí”.
Los comentarios de César en su “Guerra de las Galias” son escasamente creíbles.
Las letras de algunas canciones sirven de narración, como en la ópera, algo totalmente novedoso en la época.
El cadáver de la mujer en el ataúd lleva monedas en los ojos para pagar el peaje de la muerte, algo propio de la cultura grecolatina y judía.
El escarabajo atado al pupitre, que da vueltas sin descanso sobre el eje, es una metáfora del propio policía, atrapado en la onírica aldea.
Los nombres de los protagonistas proceden todos de la naturaleza: Willow (sauce), Daisy (Margarita), Rowan (árbol sagrado celta).
Una de las cabras que acompañan al policía en el ritual, al sentir el fuego, se orinó encima del equipo de filmación, desde el Hombre de Mimbre.
La primera opción para la banda sonora fue el grupo “Pentangle,” pero eran demasiado caros para el presupuesto. Nunca sabremos el resultado que se podría haber obtenido.
El papel fue rechazado por Michael York (La Fuga de Logan) y David Hemmings (El Fotógrafo del Pánico)
“Aquí, los antiguos dioses no han muerto”