«Watchmen», episodio final: Apocalipsis Azul
Como era previsible, el final de «Watchmen» ha devuelto a Lindelof a ese lugar común que ya van siendo los finales decepcionantes. Tiempos contradictorios. Se hacen las mejores series de la historia, pero con los peores desenlaces.
Algo no cuadra.
Y claro, al responsable último de «Perdidos» siempre se le señalará por el capítulo final de aquella serie, y no por haber puesto en pie los 120 anteriores (¡sí, 120!), sin recordar siquiera que él fue solo parte del desastre, y que J. J. Abrams también era responsable, por mucha saga galáctica que siguiera, perladas de sus bondades. Tampoco «The Lefovers» se salvó de esa suerte de maldición, aunque al ser el último capítulo un giro más dentro de una espiral de extrañezas (y sin el desamparo que supone ahora crear una serie de éxito) tampoco pudo soliviantar a demasiados escépticos.
Era de esperar que tras la inesperada tormenta creativa de los episodios 7 y 8, que imagino a todos nos pilló desprevenidos, muchos estarían frotándose las críticas a la espera de que Lindelof cerrara el relato. Y, sin embargo, es complicado escapar a la sensación de que Lindelof y Nick Cuse no abordaron la escritura del final en parte ajusticiados por esa acusación.
De manual, vamos.
No es, ni de lejos, el mejor episodio de una serie surgida, cabe recordarlo, de un extraordinario relato de Alan Moore, y que ha ido explorando sin desmayo o gratuidad alguna la genial propuesta del escritor británico. Rearmada desde una ambiciosa arquitectura surgida de la denuncia de este aflorar de la tiranía de la intolerancia (y ahí están esos supremacistas blancos que no perdonan el haber tenido que pedir perdón, siempre a la búsqueda del exterminio), la serie ha ido jugando en campos tan diversos como imaginativos, desde la deliciosa y delirante peripecia de Veidt (prueba de lo lejos que puede llegar un personaje en la piel de un actor tan prodigioso como Jeremy Irons, anfitrión de primera en la hilaridad de sus propios dislates) hasta los entresijos del tiempo cuando alguien los descifra y los maneja a su antojo. Y envuelta siempre en un cosmos de referencias siempre acertadas, nunca forzadas, tanto al cómic original como al cine, o la música, con uno de bandas sonoras, tanto original (compuesta por Trent Renzor y Atticus Ross) como en el uso de las canciones, más interesantes surgidas en los últimos años. Original dentro de la fidelidad. Fiel dentro de las licencias de toda libertad creativa. Y con un reparto irresistible, con Regina King (costará olvidar su mirada, y sus diálogos) al frente de este recital de héroes con y sin máscara que tampoco pueden sobrevivir sin pedir ayuda.
Seguro que quedan minucias por cerrar.
Pero todo cuanto era relevante en la serie ha llegado a su final.
Dejan, eso sí, un plano para la discusión.
No un dedo, sino un pie sobre la llaga.
Carnaza para polemistas expertos.
Una invitación para aquellos que arremeterían contra el final, fuese cual fuese, y que ahora tienen, gracias al ingenio insalvable de Lindelof, motivos más que sobrados para señalar culpables, mientras unos pocos espectadores, o quizás no tan pocos, no necesitemos imaginarnos otro desenlace que no sea el de seguir soñando en este apocalíptico paisaje azul que nos ha dejado la batalla…