Parásitos, de Bong Joon-ho
La última ganadora del festival de Cannes es una película desconcertante por sus continuos giros de guion que, sin embargo, no chirrían y se convierten, a mi parecer, en uno de sus principales atractivos. Lo que empieza siendo una comedia de enredo, de cómo una familia de embaucadores, más que pobres, falsifican una serie de títulos y se van colocando como empleados en una lujosa mansión de unos ricos muy ingenuos —empieza el hijo Ki Woo (Choi-wo Shik) como profesor de inglés de Da-hye (Hyun Seung min), la hija de la familia rica, de la que acaba enamorándose; sigue su hermana Ki-jeong (Park So-dam) que da clases de arte, siguiendo un tutorial de Google, al niño pequeño Da Song (Jeong Hyun-joon); se emplea luego el padre Kim ki-taek (Song Kang-ho) como chofer de Mr. Park (Lee Sun-kyun), el dueño de la casa; y por último la madre Choong Sook (Jan Hye-jin) , como empleada doméstica de la señora Yeon-kyo (Cho Yeo Jong), tras expulsar a la antigua ama de llaves Moon-gwang (Lee Jung-eun)—, deriva luego hacia el drama social, la historia fantástica y el más puro gore, al estilo coreano, con profusión de sangre y cuchilladas a destajo.
En realidad, el surcoreano Bong Joon-ho (Daegu, 1969), que se permite algunas bromas a cuenta de su vecino del norte —la antigua y expulsada criada Moon-gwang amenaza, como si de misiles nucleares fuera, con enviar a sus antiguos amos grabaciones de móvil muy comprometidas de los embaucadores que harán que los despidan—, mezcla una serie de géneros— la comedia (Perro ladrador, poco mordedor), el fantástico (The Host), el thriller (Memories of murder) y el gore —que el cineasta domina a la perfección y ha desarrollado a lo largo de una carrera versátil, con lo que la película es hija del mestizaje genérico más extremo.
La familia pobre, que malvive en el subsuelo insalubre de una gran ciudad, trabaja doblando a destajo cajas de pizza —tienen un tutorial en You Tube que siguen a rajatabla para adquirir velocidad—, abre la exigua ventana que les comunica al exterior para que la fumigación de la calle mate a los insectos que conviven con ellos, piratea la señal wifi de un vecino del piso de arriba y debe ahuyentar con cubos de agua al borracho que literalmente les mea dentro de casa todas las noches, habita en un subsuelo infecto, clase baja incluso en lo físico, a dos metros bajo el nivel de la superficie de su calle, mientras la familia rica, y además guapa, vive en lo alto de la colina en una casa de diseño de un prestigioso arquitecto, como contraste extremo e hiperbólico.
La fábula social que plantea Bong Joon-ho tiene elementos tanto de El sirviente de Joseph Losey (los criados que poco a poco se hacen con las posesiones físicas de sus amos, parece que van a fagocitarlos e invertir los roles sociales), como de Viridiana de Luis Buñuel (esa orgia gastronómica y alcohólica que la familia pobre se da en la mansión a cuenta de la rica, en su ausencia), el cine fantástico y creativo de Jean-Pierre Jeunet, cuando aparecen los misteriosos habitantes del subsuelo, así como de la serie británica Arriba y abajo. Y el film deriva hasta el género de catástrofes cuando un fenómeno atmosférico, una lluvia torrencial, convierte la infra vivienda de los pobres en la bodega del Titanic.
El tramo sangriento final, hiperbólico por la cantidad de sangre vertida, lo retuerce el director con humor negro. Bong Joon-ho consigue que todos esos giros que se producen en la película, incluido su brillante final, que podrían ser interpretados como muchas películas en una, cuadren a la perfección, que el espectador de la sonrisa pase al espanto y de la ternura a la crítica social en un solo plano, en décimas de segundo. Parásitos finalmente es una crítica social a través de esa peculiar lucha de clases entre los de arriba y los de abajo, entre los pasajeros de bodega del Titanic, que carecen de bote salvavidas porque no les entra con el precio del pasaje, cuya única opción es ahogarse o luchar por ascender a los camarotes de primera, y los de arriba, los que nadan en el lujo absoluto, los que no saben lo que es viajar en metro y arrugan la nariz ante el olor a pobre del que no se desprenden sus empleados por mucho que se laven ellos y sus ropas. Los unos son listos y saben hacer de todo, o lo simulan, pero carecen de recursos; los otros, con recursos, no saben cómo encender la cocina, manejar un aspirador o arreglar un cuarto. ¿Quiénes son los parásitos de esta brillante y extravagante película?