Ausentes del cielo, de Álex Oviedo
Se pregunta el autor de esta novela, de bello título, por qué en ese largo periodo de violencia protagonizado por ETA en el País Vasco nadie respondió a sus desmanes con su propia medicina (a excepción del terrorismo de estado de los GAL) y se aceptó sin rechistar la muerte y desolación que sembró la banda con sus ochocientos asesinatos. De ahí nace Ausentes del cielo, de Álex Oviedo, un excelente relato que, bajo la apariencia de una novela negra, que sin lugar a dudas lo es, habla de dos personajes, a uno y otro lado de la ley, enfrentados porque uno es un criminal justiciero que se toma la justicia por su mano, disparando su pistola contra militantes abertzales, y el otro un inspector de la Ertzaintza que debe cazarlo, que tienen muchos puntos de conexión: la soledad de personajes melvillanos (Jean Pierre Melville y, sobre todo, esa obra maestra titulada Le samourai) y el desamor.
Andrés, un joven desempleado enamorado de una prostituta a la que frecuenta, Puri, está harto de la izquierda abertzale y sus desmanes violentos— ¿Qué vamos a lograr siendo una Euskadi libre, su Euskal Herria? No luchan por erradicar el paro, la corrupción, la delincuencia, ni la violencia que ellos mismos generan. Solo quieren que tengamos unas características nominales determinadas— y mata a uno de sus integrantes, Andoni Tobalina, Toto, y viendo lo fácil que es acabar con ellos— Resultó más fácil de lo que había imaginado. Se acercó por detrás al joven y apretó el gatillo: rápido, directo, a quemarropa, sabiendo que desde esa distancia no sería complicado acertar de pleno. En el cuello, en el hombro y en una de las nalgas. Pensó entonces que debía ser valiente. Guardó el arma en el bolsillo del anorak y huyó o calle abajo tras doblar la esquina—se carga a otro más, Aingeru, en los urinarios de un cine. Vidal, un inspector de la unidad antiterrorista de la Ertzaintza, que vive un proceso de separación doloroso con su compañera sentimental Nuri, debe dar con él.
Nacido en Bilbao, en 1968, responsable de prensa del Colegio Notarial del País Vasco y colaborador del suplemento cultural Pérgola del periódico Bilbao, Álex Oviedo ha publicado el libro de relatos El sueño de los hipopótamos y las novelas El unicornio azul, Las hermanas Alba y La agenda de Héctor. Ausentes del cielo (El Desvelo Ediciones, 2019) es su cuarta novela de y en ella aborda el terrorismo sufrido en Euskal Herria cambiando drásticamente el punto de vista habitual: los que alientan a los victimarios se convierten en aleatorias víctimas.
Álex Oviedo retrata la cotidianidad de un País Vasco sacudido por los patriotas del tiro en la nuca y la bomba lapa que convierten las calles en un campo de batalla —Algunos de sus jóvenes, cubiertos ya sus rostros, destrozaron a patadas una cabina telefónica y la prendieron fuego tras rociarla con líquido inflamable. Otros lanzado piedras contra los cristales de los bancos y los golpearon con las papeleras que entre varios habían desarraigado del suelo. Mientras tanto, aquel el joven de barba rala se había apoderado de uno de los botes espray y pintada con letras negras la enorme pared blanca de un edificio: “Independentzia” — como paisaje de fondo desasosegante de relaciones sentimentales tortuosas que colman de infelicidad a sus actores tras las puntuales satisfacciones de la carne.
Describe con maestría el autor la fascinación del cazador ante la presa que no sabe que va a ser cazada, máxime cuando ésta es la cazadora habitual y no imagina el destino que le espera— Al cabo de poco más de media hora, Aingeru se levantó. Quizás vaya al servicio, se dijo Andrés. Lo seguiría hasta los lavabos y le dispararía por detrás. Una única bala y el cuerpo deslizándose sobre el urinario hasta caer al suelo. — Hay ritmo cinematográfico en algunos de los pasajes del libro que es tan visual como sensorial, sobre todo en esa pelea entre Andrés y Aingeru, y referencias a películas de éxito—Pero recordó a Dany Glover en “Único testigo” abriendo a patadas cada puerta ante la mirada asustada del niño amish.
Ausentes del cielo, espléndidamente bien escrita— Andrés había intentado sacudirse los restos de culpa. Las gotas de sangre que le cubrían con su cerco delator. Como el rastro de polución precoz de los pantalones, el círculo amarillento de orina, el musgo verde de sudor bajo la axila. Lamparones de suciedad, señales de pecado—lanza interrogantes morales entre líneas al hacer que el lector empatice con ese asesino solitario que se sitúa en el otro lado de la trinchera sin la cobertura de las convicciones políticas de las que alardean los que tiene enfrente.
Álex Oviedo domina tanto el terreno de las descripciones de los estados de ánimo de sus personajes como sus retratos físicos— Su figura delgada, sus piernas largas arqueándose hasta los glúteos, formando un pequeño sendero a través de sus caderas, los ojos del hombre que se deslizaban por su espalda tersa y brillante, llena de claroscuros. Y el breve dibujo de unos senos que él acaba de besar y a los que hubiera estado sujeto por siempre.
Ausentes del cielo es la historia de dos amores insatisfechos: el de Andrés, incapaz de mostrar sus sentimientos hacia la prostituta Puri, y el de Vidal, que pierde a su pesar a su amada Nuria. La novela nace del enfrentamiento de esos dos personajes tan diferentes en apariencia, tan bien perfilados psicológicamente, y tan cercanos el uno del otro aunque, como les ocurría a Al Pacino y a Robert de Niro en Heat, el espléndido thriller de Michael Mann, sólo coincidan en el último plano de una narración que parece filmada y atrapa desde su espléndido inicio. Soberbio ejercicio de buena literatura negra.