Chau, papá, de Juan Damonte

La noche en que celebramos mis treinta años en este valle de lágrimas fue un poco más olvidables que otras que siguieron. El Nene era el último comensal y se despedía a las cuatro de la mañana. Se arregló las venerables patillas frente al espejo, se atusó el bigote corto, también blanco, y se volvió a poner la corbata oscura. Le sacudí la cocaína de las solapas de su impecable traje azul marino con un cepillo de lavar ropa. Le gustó la broma y se rió con sus carísimos dientes postizos. Los legítimos habían quedado  hacía ya tiempo en el piso orinado de una celda del Departamento Central  de la Policía, a consecuencia de un hábil interrogatorio. Así empieza Chau, papá, la inclasificable novela de Juan Damonte.

Juan Damonte, para nuestra desgracia, no está entre nosotros. El escritor argentino que se radicó en México era, con todas las letras, lo que se conoce como un escritor maldito. Para encontrar a alguien de su calaña debería remontarme a Raúl Núñez, otro argentino que murió en la medio indigencia y de sida en Barcelona, cuando la enfermedad era una lacra social, después de publicar cuatro novelas que fueron llevadas todas al cine. Juan Damonte publicó solo una y no ha sido llevada al cine de momento. Era hermano del famoso dibujante Copi, sus abuelos fueron la escritora feminista y anarquista Salvadora Medina Onrubia y el magnate uruguayo Natalio Botana, fundador del diario Crítica. Su padre Raúl Damonte Taborda es autor de Ayer fue San Perón, libro antiperonista. Juan Damonte, con todo ese pedigrí familiar a cuestas, publicó una única novela, inclasificable, anárquica y enloquecida, Chau, papá, que recibió en 1996 el premio Dashiell Hammett que no fue a recoger. Moriría nueve años más tarde, en México, tras un periplo de huida del terrorismo de estado de su Argentina natal que le llevó a varios países, España entre ellos.

Chau, papá es una novela negra escrita sin concesiones para el lector, brutal y explosiva, pintura negra goyesca que nos sumerge en los horrores  de un periodo infame de la historia argentina. Carlos Tomasini, Carlitos, el protagonista, busca a un primo guerrillero secuestrado por la Triple A. En su viaje por un submundo mafioso, del que participa parte de su familia italiana, infestado por drogas, alcohol y violencia, mata y a punto está de ser matado y no es mejor que los que quieren liquidarlo. La nafta salía rápido. Acosté la Negra contra el piso y tiré. Se prendió. En ese momento salió la cabeza del Francés por una de las ventanillas y le tiré. Le metí un tiro en la boca. Cayó  hacia dentro. Ya la nafta estaba bien prendida. Me fui hacia el parabrisas y lo vi al hijo de puta caído. Todavía de temblaba un poco la pierna derecha. Estertores. Antes de que muriera del todo, le metí dos balazos que me quedaban en el culo.

En ese viaje a los infiernos hará el amor a una novia que asesina —Roxana seguía allí, con la cara ensangrentada, los ojos entreabiertos y las manos entrecerradas. Tenía la bata abierta y extendida hacia los lados, como una mariposa. Estaba muerta, más hermosa que nunca —, buscará un muerto en un vertedero de cadáveres que arrojan los milicos a diario, uno de los momentos más espeluznantes de la novela— Vimos unos cinco cadáveres  más. Algunos no tenían manos, otros casi no tenían cabeza. Piernas fracturadas, ojos vaciados. Hasta encontramos una pierna suelta a la que le faltaba el propietario, huirá de un mercenario francés que quiere cazarlo cuando sale de la cárcel, atracará bancos, emboscará milicos y conocerá a su padre natural que nunca quiso saber de él.

Chau, papá, voluntariamente anárquica y desordenada, feísta por naturaleza —Fui a la planta baja y golpeé solamente la puerta de Antonio. Abrió la mujer. Estaba más fea, arrugada, gorda y sucia que nunca. Tenía puesto un viejo vestido azul, también igual de sucio, al que le faltaban los botones en la zona de la enorme panza que se entreveía cubierta con una camiseta amarilla— narrada por la mente dislocada de Carlos Tomasini, y por ende de Juan Damonte, está escrita con un lenguaje coloquial, que huye de florituras, y poblada por personajes que dominan el argot de la calle en la que se mueven. Su protagonista Carlos, que tiene un reverso con el que charla en sus momentos reflexivos, pocos, su otro yo Lúcido, es la imagen del antihéroe que no tiene un instante de cordura y vive enganchado a las papelinas de coca y a  las botellas de whisky y caza antes de ser cazado en un mundo en donde reina la violencia y la dialéctica de las armas —Estaba la cuatrocinco bien envuelta en su franela y metida está en su funda. Era nueva, de fábrica, flamante. Estaba limpia, bien ubicada y mejor cuidada. No pude resistir la tentación de desnudar la pistola. Me regaló unos destellos y se dejó sacar el cargador sin un solo ruido. Le quité la munición al primer cargador y se la puse al segundo— y la cordura ni está ni se la espera.

El lector avanza a trompicones por un relato demencial y se mancha, por el camino, de la sangre que se vierte a borbotones en algo menos de doscientas páginas que son un itinerario literario que deja también paso a un humor corrosivo. Chau, papá es un manual completo de incorrección política bienvenido en tiempos de tanta higiene literaria impuesta por derecha e izquierda, lo más lejano a esa asepsia a la que las editoriales y los autores del sistema nos tienen acostumbrados. Una buena y adictiva novela negra de ritmo vertiginoso y explosivo, opera prima y única de un autor cuya vida bien merecería ser narrada.

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