Villa, de Luis Gusmán
Dos frases en la contraportada de esta espléndida novela, editada por la valenciana Contrabandos, nos alertan de por dónde va Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944), un escritor de raza, novelista, ensayista y director de prestigiosas revistas literarias que en España prácticamente es un desconocido: Peor que el verdugo, es su ayudante (Víctor Hugo) y Para que el mal triunfe, basta con que los hombres buenos no hagan nada (Edmund Burke).
Cuando Rudolf Höss, que no Hess, el jerarca nazi al frente del campo de exterminio de Auschwitz, se vio ante el tribunal de los juicios de Núremberg se mostró perplejo porque lo juzgaran y condenaran: él, simplemente, era un burócrata que velaba por el buen funcionamiento de esa fábrica de muerte.
Juan Domingo Perón ha muerto (El día de la muerte de Perón estaba de guardia. La noticia nos llegó por radio, la voz de Butti hablando desde Olivos. De pronto la ciudad pareció quedarse en silencio Por un instante, y desde el Ministerio solo se oían los cascos de los caballos de los Granaderos marchando hacia el Congreso.) y la influencia de José López Rega, El Brujo por su afición al esoterismo, una especie de Rasputín a la sombra de María Estela Martínez, la segunda mujer de Perón, que creó la AAA para secuestrar, torturar y asesinar a los izquierdistas del peronismo, al frente del ministerio de Bienestar Social, es cada vez mayor. En ese contexto y en ese ministerio se mueve Villa, médico, funcionario, bien casado y antiguo peso mosca, el protagonista de la novela de Luis Gusmán, que no es Höss pero sí una pequeña pieza que contribuye a que el mal triunfe con su silencio cómplice, mirando hacia otro lado y colaborando, aunque sea a desgana, para dictaminar hasta donde se puede llegar con la tortura a los secuestrados, para ser interrogados, sin provocar su muerte.
Luis Gusmán adopta un tono aséptico y neutro en este relato en primera persona narrado por su protagonista. Ante las atrocidades, el médico funcionario Villa sólo muestra su celo profesional, obviando toda consideración ética. Detrás de la oficina había una habitación. Una mesa, una silla, una lámpara y en una cama un hombre tirado. Estaba con los pies y las manos atados a la espalda. En lo que parecía ser una sábana, había manchas de sangre. Me llamó la atención que solo tuviera los calzoncillos puestos. Parecía inconsciente.
La narración da un vuelco dramático cuando Villa tiene que enfrentarse al cuerpo torturado y desgarrado de Elena Espinel, la que en un pasado fue su novia y ha sido detenida por subversiva. Respecto a lo que pasó después, nada tengo que ver. No hubiera podido evitarlo. Por otro lado, pensé que lo mejor era que no siguieran dañando tu cuerpo. Casi hasta preferí que estuvieras en un lugar, enterrada como todos, aunque fuera bajo otro nombre. Después de mi primera visita, te confieso que hasta estuve a punto de hablar con tu familia y decirle que estabas aquí, Elena Espinel, Marta Céspedes, bajo el nombre de Silvia Gutiérrez.
Villa, publicada en Argentina en 1996 y posteriormente por Edhasa en 2006 y recuperada ahora por Contrabandos, habla del lopezreguismo, la siniestra etapa que abrió la puerta a las sanguinarias juntas militares argentinas, desde el punto de vista de este funcionario gris y sumiso, testigo del horror, una pieza más del engranaje, que sólo desobedece cuando su antigua novia le hace mirar cara a cara al horror. Luis Gusmán, con sutileza, a través del variopinto concurso de personajes secundarios, que han dejado la empatía y la ética colgadas detrás de las puertas de sus despachos, retrata el horror conradiano aceptado por sus artífices como algo natural y necesario. Una novela sobre esa etapa oscura y dolorosa de la moderna historia argentina narrada huyendo del énfasis y con una parquedad literaria ejemplar. El mecanismo del horror necesita de tipos anodinos como Villa.