Tráfico, de José María García Sánchez
En este mundo, por desgracia, todo está en venta. Se trafica con sustancias prohibidas, pero también con personas. Para según quien, el ser humano es solo una mercancía que se vende al mejor postor. En la lista de los tráficos más espantosos se sitúa en un lugar destacado el tráfico de órganos. Existe la sospecha de que muchas de las víctimas femeninas de Ciudad Juárez, evisceradas, han servido para esos siniestros almacenes que tasan a precio de oro los órganos extraídos con violencia. Se habla incluso de granjas de humanos, secuestrados, a la espera de que un hospital sin escrúpulos morales al otro lado de la frontera les pida un órgano.
La novela Tráfico, de José María García Sánchez, no está ambientada en México, sino en Barcelona, en dos escenarios antagónicos que se dan en la gran metrópoli: La Mina, un barrio marginal, en donde la esperanza de vida es menguante y las posibilidades de prosperar se reducen al mínimo, y, como contrapunto, un barrio alto de la ciudad. Y las vidas de dos niños, Alfonsito, chico sano de La Mina, y Alvarito, muchacho enfermizo, hijo de un abogado famoso, se cruzan en un quirófano clandestino. Pero no hay crimen sin castigo.
Lo que cuenta la novela de José María García Sánchez es sangriento y sangrante y José María García Sánchez no ahorra la crudeza. El doctor Suerte coge la sierra circular y corta el cuerpo a la altura del abdomen. Está a punto de dejarlo por el olor nauseabundo de los intestinos (¡cómo no lo tuvo en cuenta!), pero el instrumento avanza (afilado, diez mil revoluciones por minuto, eficaz) y ni siquiera la columna vertebral se resiste a su paso. Ya más animado, lo desmiembra y decapita. Así cabe perfectamente en el horno crematorio. En esta alegoría de la lucha de clases, quien tiene el poder y el dinero sale aparentemente ganando. Dice, con razón, el autor que las desigualdades sociales estén en el origen del mal, así es que nos encontramos con una novela de cariz social, como la anterior Makoko (Nova Casa Editorial, 2017), en la que abordaba la odisea migratoria.
El braceo pierda intensidad, las patadas cesan. La cara congestionada del abogado se convierte en una mueca. Tiene media lengua fuera y los ojos muy abiertos (como si hubiera intentado respirar por sus cuencas). Dimitri lo suelta y un saco de huesos, vísceras y grasa cae desplomado al suelo. La novela de José María García Sánchez es descarnada en la violencia, y también en el sexo. María está a punto de correrse con los lametones de Dimitri, y al primer gemido, el ruso saca la lengua, agarra a la chica por la cintura, la sube a la mesa de la cocina y la estira sobre la espalda. Le separa las piernas y le mete la polla de un solo golpe. Sus poderosos glúteos se tensan y empuja con ritmo creciente. El autor huye de lo políticamente correcto como de la peste.
No hay piedad hacia los personajes de esta novela, sean estos adinerados o pobres de solemnidad que se ven obligados a robar, prostituirse o traficar con drogas; su tratamiento me ha recordado, en las partes de la novela ambientada en La Mina, a una memorable película de Ettore Scola titulada Feos, sucios y malos. Ni los pobres son buenos, por el hecho de ser pobres, ni los ricos son malos por el sólo hecho de tener dinero. Con un cierto fatalismo, y sin dejar un atisbo a la esperanza, el autor nos dice que el mundo está hecho así, para que unos sean explotados hasta el límite, es decir, hasta la misma muerte, y otros se beneficien de ello. Una clase social está para ser devorada por la otra.
Entre tanto sexo de pago y crueldad, insinúa el autor una historia sentimental que da una pátina de humanidad a sus actores. Hace años que vivo solo y ya va siendo hora de que me recoja con una mujer. Paco, nadie me ha dicho nada tan bonito en mi vida. Me estoy poniendo tontorrona. Nada más te pediré una cosa: ayúdame a buscar a Sito, lo traeremos a casa y vivirá con nosotros. Ya contaba con ello, Antonia. La mujer se cuelga del cuello de Paco. El hombre no sabe qué hacer con las manos. Tras dudar y tenerlas en el aire, la abraza. Pero dura poco.
Destacaría de Tráfico, novela que se alzó con el premio La Orilla Negra en su edición de 2018 y acaba de ser publicada en la colección homónima de Ediciones del Serbal, su novedosa forma narrativa, con la que parece sentirse muy a gusto este abogado, cosecha del 64, nacido en Santa Coloma de Gramanet. Los capítulos son breves; el punto de vista narrativo cambia constantemente en ellos, de modo que en un párrafo está hablando de un personaje y en el siguiente es otro el que tiene el foco sobre su cabeza, lo que confiere una agilidad de lectura considerable; integra los diálogos en el texto, y lo hace tan bien que, sin nombrar a los personajes, ya sabemos quién está hablando; y hace un uso incesante de los paréntesis que, a veces, refuerzan lo dicho y otras lo ponen en cuestión.
Tráfico se lee de un tirón, la acción vuela, los personajes, muchos, porque es una novela coral, están perfectamente dibujados y el horror de lo que se narra queda paliado por unas dosis considerables de humor negro que no lamina el contenido social de esta buena novela negra. ¿Ha nacido el sucesor de Carlos Pérez Merinero?