Los hermanos Sisters, de Jacques Audiard
He aquí un western luminoso, una obra clásica con sabor a John Ford, Howard Hawks, Arthur Penn, Robert Aldrich o Henry Hathaway, que remite a los grandes del género y rodado por un europeo sin que se produzca ningún tipo de impostura en la apuesta. Este western dirigido por un francés, protagonizado por actores norteamericanos, y rodado en España, estaría lejos de los spaghetti western, que embrutecieron a sus protagonistas a través de una violencia hiperbólica y restaron belleza épica al paisaje al trasladarlo al secarral almeriense, y próximo al estereotipo original sino fuera por los rasgos morales de sus desalmados personajes. Los caballeros andantes con códigos tan rígidos como intachables encarnados por John Wayne, Gary Cooper, Gregory Peck o Charlton Heston dieron paso en el spaghetti western a tipos rufianescos que no se lavaban, no se afeitaban y disparaban sin piedad contra su adversario con la geta desabrida de Clint Eastwood, Lee Van Clef, Eli Wallach, Tomás Milián o Franco Nero. El spaghetti western, burdo en lo estético, árido como sus escenarios almerienses, con una carga social nada disimulada (Sergio Leone, Damiano Damiani, Sergio Sollima, Sergio Corbucci) hija de los tiempos convulsos que le tocaban vivir a Italia, cambió un sinfín de códigos que acabó adoptando el western genuino que abjuró de su impronta maniquea (buenos/malos) que le había caracterizado.
Los cineastas europeos, como los espectadores, se han criado viendo westerns en los cines de barrio de su infancia y cuando han incursionado en el género lo han hecho con un enorme respeto por sus normas. La corriente italiana, iconoclasta, dejó una impronta en el western norteamericano que adoptó su realismo sucio y aparcó el buenismo de sus protagonistas, y el que se hizo en otros países europeos, posteriormente, no bebió del subgénero italiano sino de ese western original infectado por el realismo sucio de aquel. Del Clint Eastwood del spaghetti western nace ese otro Clint Eastwood de películas icónicas como Sin perdón y El jinete pálido. Me vienen a la memoria algunos títulos significativos de westerns rodados en Europa como El perdón, la conversión a western de una novela de Thomas Hardy perpetrada por el talentoso director británico Michael Winterbotton; Blackthorn, el más que notable western de Mateo Gil protagonizado por Sam Shephard y Eduardo Noriega, o el danés The salvation de Kristian Levring, entre otros.
Existe un vaso comunicante entre el género negro policial y el western, tanto en la novela (las narraciones de Jim Thompson son genuinos westerns) como en el cine, por ello no extraña en demasía que el director francés Jacques Audiard (Un profeta, De óxido y hierro), hijo del cineasta Michel Audiard y especialista en polar, haya incursionado en el género por antonomasia del cine americano, el western, y lo haya hecho desde el más escrupuloso respeto a los clásicos, autoexcluyéndose de veleidades autorales tipo Jim Jarmush.
Los hermanos Sisters, que podría parecer un título paródico (Los hermanos hermanas), centra el foco en las andanzas criminales y violentas de dos hermanos, Eli Sister (John C. Reilly), el mayor, que quiere dejar esa vida al límite que lleva, retirarse cuando consigue un botín considerable y montar una tienda, y Charlie Sister (Joaquin Phoenix), el menor, que no concibe otra vida que la abrazada a la violencia desde que tuvo que matar a su propio padre, un alcohólico maltratador, y se lamenta en voz alta de llevar los genes de su execrable progenitor. Cuando los sicarios (su carta de presentación es un tiroteo nocturno en el que rematan a sus víctimas heridas sin piedad) reciben el encargo del Comodoro (Rutger Hauer) de localizar a Hermann Kermit Warm (Riz Ahmed), un químico que ha descubierto una sustancia que hace visible el oro en los ríos de California, emprenden un largo viaje por todo el país en su búsqueda que les lleva a enfrentarse con bandas de forajidos, con la siniestra propietaria de un poblado llamado Mayfield (Rebeca Root), dueña del hotel, el burdel y las tiendas que llevan su nombre, y con John Morris (Jake Gyllenhaal), otro buscador de oro que tiene a Warm bajo su protección y con el que quiere montar una sociedad utópica basada en principios democráticos. Pero todos los sueños, incluido el del oro, se tuercen de forma dramática.
Jacques Audiard reivindica la grandeza épica del western en este film rodado en espacios abiertos (espectaculares localizaciones de Navarra y Huesca) en el que narra la odisea de estos dos hermanos que cabalgan juntos (como en el film Dos cabalgan juntos de John Ford), disparan al mismo tiempo y jamás se separan por un territorio hostil sin más techo que las estrellas. Es en esta peculiar relación fraterna, en conversaciones a cielo abierto y al calor de las fogatas, regadas por el humor, que no tienen desperdicio, en los reproches que el hermano mayor le hace al menor por su incontrolable adicción al alcohol (sus borracheras son épicas), cuando el film de Jacques Audiard logra cotas sublimes gracias a las interpretaciones magistrales de John C. Reilly y Joaquin Phoenix, el feliz tándem protagonista. Los hermanos Sisters no decae en ningún momento, a pesar de su largo metraje, y mantiene al espectador atento. El director francés insufla no pocas gotas de ternura a unos personajes bárbaros, desalmados y sanguinarios que no distinguen sexos a la hora de matar, y los hace empáticos.
No es sino al final que comprendemos que todo el film, como La Odisea homérica, es un regreso a Ítaca, así es que el reencuentro de los hijos pródigos con su madre (Carol Kane), que a punto está de dispararles porque no los reconoce después de tantos años de ausencia, resulta uno de los mejores broches cinematográficos que este devorador de cine ha visto en mucho tiempo, un reverso casi exacto (John Wayne sale de esa puerta al espacio exterior mientras John C. Reilly y Joaquin Phoenix entran) del plano final de Centauros del desierto del gran John Ford.
Ambientación rigurosa (la melopea en el saloon de Mayfield), ayudada por la directora da vestuario Milena Canonero, una fotografía modélica de Benoît Debie (el descubrimiento del mar; buenos planos de las cabalgadas; fotografía tenebrista en los interiores) y el punteado musical de Alexandre Desplat redondean una película que se degusta con sumo placer en sus dos horas de metraje. Uno de los mejores westerns de los últimos años que bien podría haber firmado John Ford, Sidney Pollack o Richard Brooks si vivieran. No se lo pierdan. Una joya.