«GOT»: el final antes del final
A pocas horas de que se emita el último capítulo de «Juego de Tronos», y que ya de un modo inevitable se conozca el desenlace acribillando las especulaciones, la tormenta que levantó el anterior episodio ha quedado fuera de control, y mientras se escribe esta crónica literalmente cientos de miles de personas firman una petición dirigida a la HBO para que vuelva a rodar entera la octava temporada. No un par de detalles. Entera. Se sienten traicionados. Y todo esto a la espera de asimilar el plano con el que se cerrará esta serie ya mítica. Puede que después de verlo lo que ahora son furias y firmas se convierta en una plaga de indignación que a ver como aplacan los creadores de «Juego de Tronos». Qué distinta hubiera sido la historia del cine si los espectadores hubieran quemado sus butacas al contemplar que Escarlata O’Hara se quedaba más sola que la una después de la tabarra que dio durante todo «Lo que el viento se llevó».
Lo más curioso de esta absurda polémica (nos guste más o menos lo contado hasta ahora, la serie acaba el domingo, y el final ya está rodado, y más que sabido desde hace, según cuentan, más de tres años) es que viene generada, además de por los fans más entregados a la causa, por un ejército de expertos en escritura cinematográfica que pontifican bajo premisas que superan lo disparatado.
Un par de ejemplos.
Es alarmantemente general la queja por el hecho de que Jaimie decidiera volver a Desembarco del Rey al saber que no tardaría en caer. Y solo por esto, al parecer se rompe el arco del personaje, puesto que su historia es una historia de redención, y al regresar, pues eso, que se redima otro. Y se arremete sin piedad contra los guionistas que ya bastante tienen con buscar salidas (que no siempre encuentran) a tanta trama que nos ha terminado por resultar tan apasionante como la de los grandes nombres. ¿En serio son tan malos? ¿Alguien quiere que creamos que los escriben los protagonistas de «Dos tontos muy tontos»? Veamos a Jaime: regicida, traidor, se acuesta con su hermana con la que tiene tres hijos, ni pestañea cuando tiene que asesinar a un niño, una prenda de caballero. En un momento dado, Jaime se aleja del espanto que él mismo ha creado y, sin que por su verbo cruce jamás el término redención, deambula de matanza en matanza, solo que en un bando ajeno, pero a la postre tan solo como lo ha estado siempre. Relatado todo esto, ¿dónde está escrito que todo aquel que busca la redención, la consigue? ¿Es una ley, una consecuencia inmutable? Pero, ¿y si no es posible lograrla, si no hay forma de redimirse? ¿Es menor su relato porque en vez de asumir esa imposibilidad hubiera sido más creíble que se casara, tuviera mucha descendencia y todos con una mano metálica y terminase fumando yerba junto a los hobbits? Derrotado, sin redención, solo quiere regresar y morir junto a la mujer que ama y que además está embarazada de él, y por muy buscador de redenciones que sea, habrá que asumir que Jaime considera a su hijo como algo más que un bicho flotando en una pecera humana. Pero no. Los cánones de la escritura. ¿No quería redimirse? Pues que se redima y punto en boca.
Mucho más delirante, si se me permite la expresión para ir entrando en materia, es el asunto del ataque de Daenerys a la Fortaleza Roja. Si bien solo los más afectos a lo lisérgico cuestionan la decisión que toma, lo que hiere es que (y esto desde luego es una acusación que yo no comparto en modo alguno) se nos ha escamoteado la progresión hacia la locura que ha terminado arrojándola a ese abismo de horror. De cuerda a pirada en un chasquido. Pero, y haciendo el mismo ejercicio que con Jaime, Dany (como era tan cariñosamente conocida antes de transformarse en genocida) tiene una historia muy definida, que no puede permanecer maniatada a expensas o al capricho de nuestras expectativas. Hace un par de episodios, el siempre acertado Tyrion desafiaba a Varis con este perfecta definición del personaje: Se metió en una hoguera y salió viva y con tres dragones, ¿cómo no va a creer en el destino? No se puede expresar de un modo más acertado. Desde el minuto uno ha sido un personaje esquivo, hermético, brutal, que se hizo grande entre salvajes, y que jamás ha dudado un solo instante en ejecutar a quien ella pensase que debía ser ejecutado (el hecho de que ahora salgan con que esos se lo merecía no deja de ser un pésimo ejercicio de huir hacia adelante). ¿Y quién acompaña a esta musa de la cordura durante su apacible periplo hasta Desembarco del Rey? Tres dragones, Los Dothraki, la horda más brutal, salvaje y despiadada que se conoce (hasta que no llegó ella, todo el mundo vivía tranquilo porque estos temían al mar, así que no salían de su territorio), y por si fuera poco, Los Inmaculados, un ejército de eunucos adiestrados para asesinar y obedecer a sus amos desde que son niños (aunque en ese polémico capítulo vemos que también matan siguiendo oscuros instintos que ya pueden liberar). Seguro habrá quien me cite alguno, pero no recuerdo ni un momento en que la Madre de los Dragones se desentendiera de su único objetivo en esta vida que no era ni amar, ni ser justa, ni repartir alimento entre los pobres, ni terminar cantando boleros en un restaurante italiano. Quería el trono. Y justo en el momento en que puede alcanzarlo, se le acumulan los traidores, su soledad se ha vuelto mas hostil que nunca, no tiene a nadie. Gana la batalla. Y aquí la polémica se vuelve bronca, áspera, innecesaria. Al parecer, se esperaba que Dany atacase únicamente a Cersei, un cara a cara mucho más personal, un duelo entre ellas (un duelo absurdo, teniendo en cuenta que una de los duelistas va armada con un dragón y la otra con una copa de vino). Pero todos los personajes, no así algunos espectadores, dudan de que respete su palabra de acabar con su ataque si suenan las campanas porque Cersei ya no importa. Como de hecho así ocurre. Y calle por calle, carboniza cuando hay a su paso. Y aquellos que repentinamente han olvidado las salvajadas que hemos visto durante ocho temporadas, sin tregua, sin miramientos, con la de inocentes que han muerto capítulo tras capítulo, afirman que arrasar el lugar no tiene el menor sentido. Como si fuera un problema de lógica. Pero aquí no se dirimen estrategias. Hay que ganar la guerra y hay que ganarla de un modo incontestable, y que se rindan hasta los que vivan en los confines más alejados del mundo. Pasa en esa y en todas las guerras. En esos tiempos, y en cualquier otro. Se señala a Daenerys como única responsable de un horror gratuito (por cierto, todos los ejércitos que atacan, incluido el del intachable Jon Snow, no corren despavoridos, sino que avanzan para que la matanza no tenga límites), cuando su decisión, abominable desde luego, es la que elle cree la más contundente para demostrar quién ocupa el reino a partir de ahora y lo que es capaz de hacer para retenerlo. Es tan hija de la locura del poder como cualquier otro de todos estos reyes desquiciados, empezando por su padre. Alcanzarlo tiene un coste. Que no haya dudado en pagarlo parecía la única salida que le quedaba al personaje. Era eso o desmayarse cada vez que pasara Jon a su lado. Vimos lo que es tomar una ciudad, y su forma de marcar para siempre ese asedio como un punto y aparte en la historia. Nadie, ni siquiera nosotros, podrá olvidar ese macabro golpe maestro para poner fin a los muchos jaques que la acosan. Como buena tirana, sabe que el miedo es su único aliado. Y lo ha demostrado. Es de lo más desconcertante comprobar que mucha gente esperaba que en vez de eso, depusiera su dragón, se bajara de él y… ¿se casara y fuera feliz para siempre? Parece que muchos llegan muy tarde a la última bocanada de aire viciado.
¿Que esto la deja fuera del juego? Muy probable, aunque yo crea que con este su por seguro efímero reinado se cerraría de manera magistral un cerco del que de cualquier modo nunca hay escape. Y comenzaría otra partida para ocupar un trono que se resiste a ser tomado, solo que eso ya no era de nuestra incumbencia. Aunque no hay forma de esquivar lo imprevisible, no cabe esperar grandes sorpresas en este final que parecía escrito en tinta indeleble pero que ahora se pretende que se vuelva a escribir. Si el descontento ya es una plaga, si lo que se ha puesto en cuestión va más allá de la opinión y se permite cuestionar el oficio de guionistas que, para qué engañarnos, no son tampoco gente que no conozca su trabajo, ya no hay forma de contener este grito que cobra forma de petición oficial.
Solo cabe encomendarse a los viejos y a los antiguos dioses y que nada de todo este dislate prospere de modo alguno.
Sentaría un precedente de imprudencia suicida en la libertad de los creadores, cometan errores o no.
Quién podía suponer que el final de «Juego de Tronos» se terminaría dirimiendo lejos de una pantalla.