«Vengadores: Endgame». Un caudal de sorpresas
Son muchos los aciertos que vertebran «Vengadores: Endgame», culmen de un descomunal proyecto con más de veinte títulos que han precedido ese extraordinario fin de partida. Con las expectativas más que ávidas, parecía casi seguro que la película transcurriría por los caminos ya trillados, reciclando aciertos para caminar sobre seguro y dejando riesgos para los herederos venideros. Pero no. Los hermanos Russo, los verdaderos súper héroes de este periplo, se saltan sus propias reglas y se adentran, en un ejercicio más propio de funámbulos, del modo más inesperado en este periplo terminal.
Porque contra todo pronóstico, la obra no arranca con alguna secuencia espectacular, ni se abre con un dilatado prólogo. En apenas unos minutos, «Vengadores: Endgame» nos muestra en qué se ha convertido el mundo cinco años después de la brutal aniquilación de la entrega anterior. De un modo casi idéntico al arranque de «The Leftovers» (ya sea novela o serie televisiva) se nos hunde en las devastadoras consecuencias que esa perdida ha legado al mundo y a los supervivientes, más o menos capaces de sobrellevar ese dolor. Y con el humor, e incluso la humorada, siempre a punto. Esto ya les permite a los traviesos hermanos Russo reinventar o proporcionar nuevas versiones de personajes ya muy conocidos, y ahí quedan ese nuevo Hulk y ese nuevo Thor. Es entonces cuando se pone en marcha un plan para recuperar lo que se les ha arrebatado, y con una imaginación siempre fresca y fértil, se emprenden cinco viajes en el tiempo, a los que se suma un inesperado intruso, complicando lo ya de por sí complicado, y que se narra tan solo apoyado en la estructura de argumento muy singular, y sin recurrir en momento alguno a secuencias de acción que rompan su impecable ritmo o perviertan lo delicioso de su intriga. Y claro, todo esto será el desencadenante de no sólo una batalla contada con rotunda maestría (baste recordar lo extraviado y confuso que se sentía, y que nos hizo sentir, Spielberg cuando filmó el desenlace bélico de «Ready Player One»), donde no solo se dirime el final de una guerra, sino que se adereza con reencuentros y sorpresas a velocidad de ametralladora sin pisarse unos a otros, o generar la más mínima confusión (para quien ya la haya visto, que imagine cómo hubiera sido el resultado final de ese combate de haber sido rodado por Snyder). Y como su principio, cual sin de un paréntesis se tratase, el final de la película es rápido y termina con un plano decididamente nostálgico, honesta despedida a un proyecto cuya desproporción ha sido reconvertida en un fantástico entretenimiento, sin parangón posible dentro de un género que quizás con esta obra comience a entonar su canto de cisne.
Venga lo que venga después, mejor o peor, será distinto.
No sería justo señalar momento alguno, más allá de buscar hueco para ver esta película en un cine. Y disfrutarla sin conocer sus entresijos. Como imposible es destacar a un actor cuando hay un momento que ya no se pueden contar la de personajes conocidos que abarrotan el final, y todos integrados en la acción, ninguno puesto como mero oropel. Apeada hace mucho de los ridículos derroteros por los que transita DC, Marvel, gracias al deslumbrante talento de los hermanos Russo, ha diseñado, rodado y perfeccionado un género que a partir de ahora ya tiene que caminar por su cuenta y riesgo.
Frente a otras propuestas escritas en divanes de psicoanalistas, «Vengadores: Endgame» es otra de las incontestables pruebas de los hermanos Russo de que se puede rodar una película de súper héroes sin obligar a los adultos a que vuelvan a ser niños, y a los niños a que tengan conciencia de adultos, o ser un adolescente a perpetuidad.
La frase publicitaria que acompaña a los carteles asegura que «el final es parte del viaje».
Eso ya se verá.
Pero no se puede negar que sus directores han logrado que el viaje merezca la pena.