Ararat, siempre creímos, por Antonio Costa Gómez

Ararat 

 

ARARAT, SIEMPRE CREÍMOS
Íbamos por la carretera de Yerevan y veíamos el monte Ararat. Era la primera vez y saltamos de emoción en el coche. Estábamos rodeados de grandes montañas, pero aquella gran montaña a lo lejos destellaba para nosotros con su cumbre nevada, estaba llena de reminiscencias, de significados.
No solo era el símbolo de Armenia y su resistencia y toda su nostalgia. También era el símbolo del comienzo de nuestra Humanidad después de un Diluvio, de lo que continúa cuando todo se acaba, del mundo que sigue después del fin del mundo, de eso irreductible que nunca se destruye. De la gran crisis que nos revela, como diría Sábato.
Nos alojamos en un apartamento en un cuarto piso de la parte alta de Yerevan y escogimos para dormir la habitación que daba al Ararat. El primer día lo vimos un poco entre la niebla, pero no le hicimos mucho caso. Dijimos que se vería mejor más tarde para hacerle una foto intensa. Pero solo lo vimos aquella vez.No hubo otra oportunidad. Solo tuvimos aquella y la perdimos.
Así pasa en la vida. En los días posteriores no se vio en absoluto, estaba siempre cubierto de niebla. Despreciamos la inmensidad que se asoma y luego sentimos nostalgia. Siempre creímos que volveríamos a verlo. Pero nunca lo hicimos.
Bajamos por la escalinata de Yerevan. Vimos al pianista enloquecido en el parque de la Ópera. En el Matenadaram vimos un libro persa en que un hombre leía sobre la alfombra otro libró a unas damas exquisitas. En Zvarnots vimos la Rosa Cósmica en ruinas del siglo IV que poetizó Mandelstam. En Echmiadzin vimos la catedral con las linternas de piedra sobre otras linternas. Pero lo que nos quedó fue esa visión del monte Ararat en la niebla que desaprovechamos.
ANTONIO COSTA GÓMEZ , ESCRITOR

FOTO: CONSUELO DE ARCO

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