Carmen Sólis. Soprano. : “Disfrutar de la ópera en vivo y en directo es algo único y milagroso que se está convirtiendo cada vez más en algo necesario…”
Desde las aulas del Conservatorio de Badajoz a los mejores escenarios. Un camino dilatado, esforzado y lleno de altibajos anímicos, La recompensa: el aplauso y el reconocimiento del público.
-Dentro de la estructura de una ópera podemos encontrar casi todas las artes. El libreto, que es un ejercicio literario, las coreografías o danzas, la sección de la orquesta que es todo un mundo en sí mismo, la dramaturgia que sitúa a los personajes y les da densidad. Por último la voz, tanto en su sesgo solista como coral ¿Podríamos decir que la ópera es el espectáculo absoluto?
Lo es. Y en cada función es algo nuevo y real, donde una cantidad enorme de personas están trabajando, tanto en el foso o en el escenario o detrás de él, para que el público disfrute y se implique en la historia. Hoy día estamos demasiado acostumbrados a ver todas las expresiones artísticas a través de una pantalla y en diferido. Disfrutar de la ópera en vivo y en directo es algo único y milagroso que se está convirtiendo cada vez más en algo necesario.
-Cuando llevas a alguien a escuchar ópera por primera vez, sabes que asumes un riesgo. Algo parecido ocurre con el jazz y otros géneros. Dependiendo del impacto que tenga la obra en el nuevo espectador, estaremos consiguiendo un gran aficionado o alguien que no volverá a repetir. No es lo mismo enfrentarse como neófito a la (aparente) ligereza y dinamismo melódico de un Verdi o a la belleza de Madama Butterfly, que digerir una densa y largísima ópera alemana ¿Qué recomendaría para quienes quieren probar por primera vez el mundo operístico
Todo depende del carácter y los gustos de ese neófito. Si sabemos que le gusta el cine western, sin dudarlo hay que llevarle a ver La Fanciulla del West de Puccini. Si sabemos que le gusta Shakespeare, tenemos Falstaff, Otello o MacBeth de Verdi, o Romeo y Julieta de Gounod. Pero si no los conocemos, de entrada no le llevaría a alguna ópera que fuese excesivamente larga (Wagner suele ser un riesgo), pero cualquiera de Mozart de la trilogía de Da Ponte es una buena opción, aunque no son precisamente óperas de corta duración. La Traviata de Verdi o Carmen de Bizet, suelen ser un acierto, por la cercanía del argumento y la música, que es conocida por todo el mundo.
-Hay un instante, cuando los aplausos se han apagado, cuando la embriaguez del instante desaparece y se encuentra frente al espejo para lavarse la cara y el alma ¿Siente alguna vez que no merece la pena, por todo a lo que hay que renunciar?
Es verdad que cuando acaba el concierto sientes que hay mucho silencio pero a la vez “el subidón” se mantiene. Por eso me encanta poder disfrutar luego de una conversación y un vino para brindar con los colegas con los que has compartido escenario, o la gente querida que ha ido a escuchar. Son la parte bonita del después, y gran parte de lo que merece la pena de este trabajo: relacionarte con las personas y conocer a gente interesante.
-Voy a darle dos nombres para que los sitúe en su vida y en la ópera: Montserrat Caballé y María Coronada.
Caballé ha sido y será siempre una de las mejores cantantes de la historia y la mejor soprano que ha dado este país. He crecido musicalmente escuchando sus grabaciones, de muchas de las obras que interpretó y siempre ha sido una importante inspiración para mí. Esos pianísimos y la capacidad aérea en el fraseo han sido únicos e inigualables. María Coronada es mi maestra desde que empecé con diecisiete años a estudiar canto en el Conservatorio de Badajoz, y en mi vida es una persona necesaria. Es referente y ayuda en cada paso profesional que doy. Gracias a ella me entusiasmé con el canto y decidí a dedicarme a este oficio. Es única como enseñante y fantástica como intérprete, porque su voz es toda alma y corazón, y la naturaleza le dotó con un instrumento vocal bello e inmenso. Una verdadera pena que su enfermedad no nos dejara disfrutarla más en el escenario, pero los que hemos tenido la suerte de tenerla como profesora, nos sentimos afortunados, y no sólo por su genialidad y por todos los conocimientos y vivencias transmitidos, sino también por ser un ser humano maravilloso.
-Ha elegido una de las profesiones/vocaciones que más satisfacciones ofrece, pero que al mismo tiempo pide a cambio entrega total y mucho sacrificio. Algo que no todo el mundo entiende ¿A veces siente uno ganas de tirar la toalla?
Hasta ahora nunca lo he pensado. Creo que todos los trabajos conllevan una renuncia y una parte odiosa o dolorosa, que en el caso de los cantantes suelen ser los viajes y tener que estar lejos de la familia, y a mi concretamente, separarme de mi hijo. Cualquier dedicación tiene su parte buena y su parte mala. La parte buena y llevadera de mi trabajo es precisamente subirse al escenario. Esa posibilidad que tenemos los cantantes de seducir al público, entregarnos con generosidad y ser poderosos o vulnerables, hace que nos sintamos afortunados y que cualquier esfuerzo merezca la pena. La parte mala, como en casi todos los trabajos es la conciliación laboral, y también todo lo que está fuera de la parte esencialmente artística (el trabajo de oficina, la gestión con las agencias de artistas, las esperas, etc), que es tan importante y necesario como lo demás.
-¿Un recital parco y cercano con pocos, pero fervientes espectadores, o una producción espectacular de las que hacen época?
Ambas cosas tienen su encanto. La relación con el público en lugares históricos e íntimos, o los recitales de lied en salas pequeñas, son una maravilla porque lo que transmites es diferente, eres más transparente y estás expuesto a la vulnerabilidad. Últimamente, compartiendo escenario con pianistas de la talla de Eduardo Moreno o Rubén Fernández Aguirre, he vivido situaciones muy bellas, sintiendo al público cercano. Incluso puedes ver la emoción en sus caras, cosa que no ocurre en un auditorio enorme, y eso es lo más especial que puedes experimentar.
Por otro lado, formar parte del público en una velada con un gran teatro lleno, transmite una energía apabullante. Oír el sonido de los aplausos ovacionando al final del espectáculo (o abucheando, que también puede ser…) son experiencias que emocionalmente hay que vivirlas en algún momento de la vida.
-¿Después de tantos años aún habita el vértigo cuando se abre el telón, o la técnica y las horas de trabajo sirven de sostén al cantante?
No llevo tanto tiempo en el escenario como para ponerme a pensar en la lista de la compra mientras canto Trovatore, ja ja ja. La experiencia, los años de formación y estudio me han dado cierto aplomo y algo de seguridad. Pero el cuerpo siempre segrega una adrenalina cuando se abre el telón, y eso nunca debería perderse, porque si no, es un riesgo que influye en el resultado final de la actuación. A veces no hay suficiente energía física o mental, y es la emoción del público lo que te hace sacar fuerzas de donde no las hay.
-Los personajes fuertes en la ópera suelen ser femeninos: La hermosa historia de Madama Butterfly, con su complicados requerimientos vocales (soprano spinto), emocionales y dramáticos, o la desdichada Mimí de La Bohème, ¿Le tiene un especial cariño a alguno? ¿Cuál es a nivel técnico el desafío mayor o el personaje más carismático que le gustaría interpretar?
Cuando estudié Mimí o Suor Angélica, me pasaba más rato llorando que cantando mientras estaba delante del piano con la partitura. Imposible no emocionarse ante semejante música y argumento.
Pero nada comparado cuando tuve que enfrentarme por primera vez al estudio de Madama Butterfly, que incluso llegué a pensar que aquello era imposible de afrontar. Las complicaciones a nivel de técnica vocal son numerosas, y a nivel escénico es muy antinatural (imagínese lo que es para una mujer extremeña hacer de niña japonesa). Hay que sumarle a la extensión del rol y la resistencia vocal que debes soportar, toda la carga emocional de un personaje que lo siente todo: la inocencia infantil del primer amor, la vergüenza de ser repudiada por su familia, la pobreza, el hambre, el amor de madre, la esperanza, la angustia, el deshonor, y el suicidio. Es un reto maravilloso y por eso al que más afecto le tengo.
También le tengo un cariño inmenso al rol de Floria Tosca, que lo hice por primera vez en Bilbao y Pamplona, con mi hijo que tenía unas semanas de vida solamente, era recién nacido. Este debut fue un momento importantísimo, un antes y un después en mi trayectoria artística, y también en mi vida personal. Cantar Tosca era uno de esos sueños que se hicieron realidad y en 2019 cumpliré el de interpretar a Liú de Turandot, aunque me quedan muchos por cumplir como Manon Lescaut o Elisabetta de Don Carlo, que considero grandes desafíos.
-¿Se lleva algo de su tierra en cada escenario que pisa?
¡Me encanta esta pregunta! Pues claro que sí. La sangre y la esencia extremeña me acompañan a todos lados, no puedo separarme de ella. Aquí estudié, me formé y me dieron la oportunidad de dar mis primeros pasos artísticos. Soy, me siento y me sentiré siempre pacense, aunque hace muchos años que no vivo aquí. Pero está mi familia y vengo a verles siempre que puedo, la mayoría de veces en el vergonzoso tren al que yo llamo con amargura y sarcasmo “Tren ARRE Madrid-Badajoz”. Una pena no tener mejores medios de transporte en nuestra Región para venir más veces.
-Si tuviera que elegir un personaje-fetiche ¿Se decantaría por el desafío vocal como la Leonora de Il Trovatore, partituras que solicitan un rango amplio, o por algo más liviano vocalmente, pero dramáticamente más intenso y emocional?
Verdi es el otro pilar importante. Su Messa da Requiem e Il Trovatore son las obras que más veces he repetido hasta ahora, y puedo asegurar que los riesgos vocales y la expresividad romántica van de la mano en estas dos obras. La intensidad dramática genera unos desafíos inmensos en la voz y en el cuerpo, y aunque cantes menos notas, como en el caso de Nedda de Pagliacci o Santuzza de Cavalleria Rusticana, siempre hay sus riesgos. También ocurre con las partes solistas de obras sinfónicas, como en la Novena Sinfonía de Beethoven, donde las dificultades son diferentes. Y en el repertorio cómico, otras.
Pero si tengo que elegir, evidentemente me gusta más todo lo que tenga grandes dosis de drama.
-Hay una clara dicotomía entre los profesionales. Entre aquellos que desean guardar un espíritu de cierta “pureza” en las escenografías y continuar con un clasicismo formal, o quienes consideran que la vanguardia en vestuario y atrezzo enriquece y acerca el género a un rango de público más amplio. ¿Dónde de se sitúa usted en este diálogo?
La ópera en la actualidad es un género evolutivo. Se respeta la partitura, por supuesto, pero a nivel escénico va generando cada vez más creatividad y diferentes puntos de vista. Es un ser vivo, no algo estático y anquilosado en el pasado. Mientras se mantenga la trama y las innovaciones sean lógicas y no molesten para entenderla, considero mucho más interesantes las propuestas vanguardistas.
-También los intérpretes tienen algún escenario que les transmite más intensidad y vibraciones ¿En que teatros o auditorios se siente como en casa?
Pues en mi casa: en mi ciudad natal. Como en la casa de uno en ningún sitio. El público de Badajoz es el más especial porque congrega a mucha gente querida: amigos, familia, profesores, compañeros del Conservatorio…todos concentrados en una sala. Esto me hace una ilusión tremenda, me siento querida y se siente una energía increíble, pero a la vez conlleva una responsabilidad. Primeramente porque el público de Badajoz es exigente y con tradición desde hace años de ir a conciertos y llenarse siempre el aforo, pero por supuesto también porque quieres superarte y hacerlo cada vez mejor para ellos. Y Badajoz tiene un público exigente. Si además, cuando te subes al escenario y detrás de ti se coloca una orquesta como la OEX, que es una de las grandes orquestas de este país, las emociones se multiplican. Una no puede estar más orgullosa y más feliz cada vez que vengo a cantar con ellos.
–Tuve el placer de ser alumno de su tío, Carmelo Solís, una de las mentes más privilegiadas de este terruño. Está claro que algo le viene de casta. ¿Influyó su tío en la orientación de su carrera?
En mi familia siempre ha habido tradición de cantar o tocar un instrumento, sobretodo por la influencia de mi tío Carmelo Solís, que fue director del Conservatorio Superior de Badajoz, profesor de Musicología y director del coro de dicho Conservatorio. Con 7 años comencé piano y entré a cantar en la Escolanía, y más adelante con 14 años en el Coro. Los mejores recuerdos de mi infancia y adolescencia son, sin duda, las tardes de ensayos y los conciertos. Pero, profesionalmente decidí dedicarme a la música, cuando empecé a estudiar canto, a los 18 años, con la soprano María Coronada, siempre apoyada por mis padres y muy bien aconsejada por mi tío Carmelo, que fue mi primer gran maestro.
-Ha recorrido un amplio catálogo de Zarzuelas: Luisa Fernanda, La Rosa del Azafrán o El Barberillo de Lavapiés ¿Cree que La Zarzuela sigue siendo considerada un “género chico” o se está posicionando en el lugar que le corresponde?
Es un error considerar a toda la Zarzuela como “género chico”, porque este término hace referencia a un determinado repertorio (podría definirse como subgénero) que incluye revistas, sainetes, comedias líricas, etc. Otra cosa diferente son las grandes obras del teatro musical español. Considero importantísima la labor y los esfuerzos que ha realizado en las últimas temporadas el Teatro de la Zarzuela, donde está consiguiendo la renovación del repertorio con producciones de elevada calidad, contra gustos, tendencias o decadencias, y posicionándose en el importante lugar que debe estar.