Álvaro Tato. Dramaturgo y actor.“Corren tiempos difíciles para la risa, es decir, para la libertad de expresión”  

 

Una mixtura de iconoclastia, dentro del respeto, de enciclopedismo sin pedantería, de alborozada osadía y desenfado, y mucho amor al teatro, han configurado una de las agrupaciones punteras: Ron Lalá, el Siglo de Oro por bandera…

 –Hay ocasiones en que padece el “Síndrome de Lope de Vega”, varios montajes simultáneos, libros, etc. En Almagro se descolgó con tres montajes. ¿Esta vocación de hombre del Renacimiento, no termina agotando?

Bueno, mientras no agote a mis compañeros, amigos, lectores y espectadores… Por mi parte, la necesidad de crear y participar en proyectos distintos me viene desde siempre de forma tan natural y con tanta suerte de encontrar gente afín y generosa que nunca he tenido sensación de agotamiento; sí de ilusión, empeño y sano cansancio.

En “Crimen y Telón” han ido un paso más allá del siglo áureo. Todo un homenaje al cine y al “Noir”, dónde los géneros se hibridan. En uno de los recitados hay todo un homenaje-repaso al teatro universal. ¿Han llegado al jardín de los senderos que se bifurcan?

Los estilos y códigos artísticos se bifurcan borgianamente para reencontrarse, y los extremos se tocan; es lo que uno descubre al mezclar lenguajes tan aparentemente dispares como el género negro, la ciencia ficción o el teatro clásico universal. El noir nos ha llevado, en la esencia de su lenguaje, al mismo lugar donde reside el gran teatro clásico, o el gran cine, o la gran música: a las verdades, sorprendentes pero inevitables, del alma humana. Los antihéroes de Hammet y Chandler nos arrastran, con su poética de la derrota, a los callejones de la muerte presentida, la posibilidad de la ética ante el destino fatal, la lucidez de enfrentarse a lo peor de uno mismo… Lo hemos llevado a la comedia, claro, y al código que hemos ido elaborando con los años bajo la dirección de Yayo Cáceres (todo un poeta del escenario).

– ¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice! ¿Son los versos calderonianos que le insuflaron pasión y vocación por el teatro?

Quizá no esos versos en concreto, tan lastimeros, pero sí esa maravillosa obra en su conjunto. La vida es sueño fue una conmoción para el niño enclenque cuatro ojos y quimerista que yo era en el instituto. Luego llegaron Lope y Lorca. Pero nunca olvidaré la sensación de “yo quiero hacer esto; el teatro es mi vida” mientras veía La vida es sueño de la CNTC, el año 2000 en el Teatro de la Comedia, desde el gallinero, durante una visita escolar. Casi dos décadas después pude subir a ese escenario, versionar a Calderón y a Lope… y aún no he regresado de ese sueño. Soñemos, alma, soñemos

– ¿Qué queda en los ronlaleros actuales de aquellos alumnos, pletóricos de ilusión, que un día decidieron romper los moldes?

Quiero pensar que queda intacta la esencia: esa ilusión que mencionas, pero también el rigor del estudio, la formación y el trabajo, y la disparatada obstinación de dedicarnos al teatro de manera profesional. Encontrarnos con Yayo, años después de los comienzos, para emprender con él; el camino de la profesionalización; fue cosa de suerte, pero también de nuestras ganas (que siguen intactas) de seguir, de rodar, de romper moldes y prejuicios y ponernos siempre metas y proyectos que impliquen riesgo, aprendizaje y aventura.

-El verso lopiano; natural y popularizante; el reflexivo texto cervantino, entremeses, jácaras, los lúdicos “Pasos” de Lope de Rueda, los sainetes de Ramón de la Cruz. Prácticamente han peinado todo el Siglo de Oro…

Pues en realidad, cuanto más leo, más siento que ni hemos rozado la superficie; tan vasto, amplio y profundo es el legado artístico de ese período. Tantas joyas escondidas, tanto que bucear… Las sucesivas generaciones artísticas recientes de la democracia hemos arrastrado las consecuencias de la visión deformada del teatro y la cultura clásica del Siglo de Oro: por un lado la rémora franquista de concebir los clásicos como venerables abanderados de los valores nacionales y religiosos; por otra, el prejuicio de los renovadores de la escena que hasta entrados los ochenta no pudieron comenzar a sacudir el polvo y la caspa de una tradición que siempre ha sido festiva, bizarra y paradójica, a la vez culta y popular, a la vez estamental y subversiva; siempre enredada de música, verso, provocación y locura. Espero que los jóvenes de hoy, artistas de mañana, se sumerjan en todos esos maravillosos autores (Lope, Tirso, Calderón, Vélez de Guevara, Rojas Zorrilla, Quiñones de Benavente, Sor Juana y tantos otros) para explorar las posibilidades presentes de todo ese teatro masivo y polimorfo, de la misma manera que la tradición anglosajona se ha volcado con la herencia shakespeariana.

– ¿Son conscientes de haber creado un género: el Ronlalismo?

Creo que simplemente nos hemos comprometido de forma colectiva con las claves básicas del teatro de siempre, el de los juglares medievales, los cómicos de la legua o las compañías de los corrales de comedias barrocos: sencillez, metáfora, metonimia, símbolo; ritmo, música y canto en directo; conexión con el público y con el presente. No hay mucho menos, no hay mucho más; hemos trabajado duro en esa dirección los seis juntos durante años, y es maravilloso percibir que se nos aprecia y se nos sigue.

-Hay algo meridiano en sus propuestas. Tras el aparente jolgorio, tras las pegadizas canciones que corean los espectadores (recuerdo su Cervantina en el Festival de Niebla), tras el instante jocoso, se agazapa un inmenso respeto por el verbo y por los autores. El uso de la palabra casi como una religión.

La mezcla de lo culto y lo popular y el tratamiento serio del humor son caminos que seguimos con cuidado de no tropezar en la muerte de la risa, que es dejar de reírse de uno mismo o pensar que hay algo de lo que no se pueda hacer humor. Corren tiempos difíciles para la risa, es decir, para la libertad de expresión. En nuestro caso, intentamos convertir el lenguaje en una fiesta, pero sin olvidar que lo que expresemos traslade preguntas importantes a los espectadores. Desde luego no lo llamaría religión, si eso implica una mirada de acatamiento o vasallaje; diría amor, puro amor por la palabra, a la manera cervantina y humanista, mirándola de frente, disfrutando con ella, jugando a vida y muerte, como juegan los niños, que hacen teatro sin saberlo.

-Su vocación literaria también viene del “niño raro” que se inventa aventuras y leía comic mientas los otros juegan al fútbol ¿Cuánto queda de aquel niño en las propuestas lúdicas de Ron Lalá?

Ojalá hoy en mi escritura y en los espectáculos propios y ronlaleros perviva aquel niño que fue friki y nerd antes de que esas palabras se usaran. Puedo recordar con nitidez mi fascinación de entonces por los relatos, las ficciones, los personajes, los conflictos, y la necesidad de crearlos y recrearlos. La poderosa llamada de la imaginación. Los libros, los comics, los juegos de rol, fueron mi educación sentimental. Y tuve la gran suerte de encontrar aliados desde el primer momento en aquel efervescente y mágico Instituto Ramiro de Maeztu de los noventa.

-Una mixtura de textos clásicos, metateatro, canciones satíricas, personajes esperpénticos, mezcolanza de género, el verso como vehículo, el lenguaje del clown. Visto así parece un batiburrillo por el que ningún productor, a priori, apostaría…

Por eso nos hicimos productores de nosotros mismos. Apostamos, creamos una empresa, nos lanzamos. Un consejo que damos con frecuencia a los creadores jóvenes es convertir el proyecto artístico en algo tangible, conectado con la realidad del dinero y del trabajo. No es fácil. No es inmediato. Pero llega un momento en que es necesario si quieres vivir de esto. Nosotros nos encontramos con Emilia Yagüe, nuestra querida compañera, que ha distribuido todos nuestros espectáculos, y que se ha implicado también diseñando la producción, y se ha convertido en una más de esta gran familia, porque en su día apostó por un grupo teatral underground de un extraño humor musical y poético llamado Ron Lalá.

-Empezaron acercado el reposado texto del Quijote para convertirlo en una fiesta, los entremeses los pasos. Ahora subliman el “Noir”, que además es el nombre del detective de vuestra obra, pasándolo por Ray Bradbury ¿Cuál será el próximo (y arriesgado) salto de los ronlaleros?

Conviven varios proyectos en el cajón top secret de las ideas. No sé por cuál de ellas nos aventuraremos y, si te adelanto algo, un dron mercenario freirá mi cerebro. Lo que sí te aseguro es que intentaremos asumir una nueva porción de riesgo.

-Hay mucha lucidez detrás de vuestro juego de espejos, mucha crítica ácida enmascarada en sus ritmos pegadizos, mucho tema universal en personajes, aparentemente autóctonos ¿Han hallado la fórmula para, detrás de ese humor blanco, denunciar la opacidad de esta sociedad?

Creo que no hay solo blancura en nuestro humor, pero que tampoco hay (espero) denuncia explícita. Creemos en el teatro como plaza de preguntas, de cuestionamiento y duda, no de doctrina; esperamos que sea el espectador quien piense al salir del teatro; que pueda sentirse modificado en su juicio, sentido o sentimiento, por el hecho teatral.  En cuanto al humor, procuramos que el punto de partida sea reírnos de nosotros mismos, y aplicar a la risa los diversos colores que le dieron, precisamente, los maestros del género, los clásicos; desde la sátira hasta la ironía, desde la parodia hasta la burla, desde la autocrítica hasta el sencillo gag visual del slapstick, intentamos en nuestros procesos creativos que el humor multicolor esté presente en las distintas escenas, para que el espectador no se acomode en una sola perspectiva y el público de diversa edad, cultura o procedencia pueda disfrutar o comprender una u otra capa de un discurso articulado y complejo pero a la vez comprensible y sencillo. A eso lo llamamos lucidez, pero quizá sea más bien temeraria ofuscación barroca. No sé.

-Muchas horas de trabajo, mucha lectura para dar profundidad al argumento y una comicidad envidiable. Después todo pasa tan rápido en escaso tiempo de la representación ¿A veces el actor tiene sensación de fugacidad?

Sí, pero a la vez el acto en presente hace que todas tus lecturas y consideraciones, todo tu trabajo de despacho y de mesa, todas las largas horas en el local de ensayos, se sublimen y se conviertan en pura comunicación. Ahí está el público, escuchando y viendo en presente; aquí estás tú, dispuesto a jugar, alerta como un deportista (Yayo llama a su sistema actoral deporteatro), en un “ahora” que resulta a veces duro, a veces cansado, pero siempre liberador.

-En el epílogo de la obra (sin hacer spoiler) ¿Llevan el metateatro a su máxima expresión?

Jugamos con el teatro dentro del teatro en esa escena un poco pirandelliana; al fin y al cabo, el colmo de la sagacidad de un detective sería descubrir en escena que él mismo es personaje, ¿no? Buscábamos también ese aire crepuscular y agridulce de los capítulos finales de las novelas negras, o ese aeropuerto brumoso de Casablanca… Siempre hay derrota y dignidad en esos desenlaces; siempre el que gana pierde y viceversa, parece una lección sobre la vida.

-Vamos con el miedo escénico ¿Tienen alguna receta secreta para antes de que se abra el telón?

Una receta antigua, tonta y eficaz, que escuché en los tiempos del teatro en el instituto: imaginar que la platea es un campo de calabazas. Estás solo, actuando ante un campo de calabazas, en medio del campo. Es estúpido y funciona.

-Algo está claro, este es un trabajo de cómplices y sin embargo amigos. Sin esa complicidad que se ha desarrollado, sin esa simbiosis grupal ¿Ron Lalá sería otra cosa distinta?

Claro, nuestra compañía responde a un modelo que ya apenas existe y que, para la ceremonia de presente que supone el teatro, fue muy eficaz en la amada tradición de los cómicos itinerantes: la estructura de grupo de amigos, casi de familia, lo que Miguel Magdalena (el director musical) llama, medio en broma (espero), “comando checheno”; un equipo de paracaidistas con el cuchillo entre los dientes, dispuestos a compartir lo bueno y lo malo de esta profesión apasionante. Hay momentos duros, miles de carreteras, hostales, camerinos, decisiones difíciles, disensiones, pero siempre prevalece el sentido común, el sentido del humor y el respeto.

-Trasformó el mito de la Celestina en “Ojos de Agua”, dándole vida más allá de la historia real y quienes tuvimos la suerte de verlos en el Festival de Niebla, nos rompimos las manos aplaudiendo. Menudo regalo para Charo López y menudo regalazo para usted que un mito de la interpretación recreara su obra…

Todo partió de una llamada de Charo, que buscaba autor y director para encarar un proyecto distinto a los que venía haciendo los últimos años. Fue una gozada de trabajo, con la dirección y la música de Yayo, poder reinventar ese mito celestinesco en la voz y el cuerpo de una gran actriz que ha vivido tanto. La Celestina, esa gran superviviente heredera del matriarcado mágico español enterrado en las raíces de la cultura peninsular… Esa reivindicación orgánica de la mujer creadora, hechicera, profesional; ese amargo precio por vivir libre. Además, en el elenco participó Fran García, joven actor y músico que desde entonces nos acompaña en numerosos proyectos; todo un hallazgo, el talento de nuestro “fantasma de Pármeno”.

– ¿El teatro como un juego, como una metafísica o como un reflejo de la realidad?

Quizá las tres formas que propones puedan resumirse en una: el teatro como metáfora del ser humano.

-No son muchos los actores que saben “decir el verso” con el ritmo, la intensidad y la naturalidad adecuada ¿Más bien es una asignatura pendiente?

Hablar en verso requiere disciplina, precisión, sensibilidad, conocimiento; equivale a una partitura compleja que, para sonar sencilla, clara y expresiva, requiere un músico bien formado poniendo en acción todo su talento. Creo, quizá con demasiado optimismo, que las nuevas generaciones están superando todos los escollos y prejuicios que pesan sobre el verso en el gremio de la interpretación en España. Muchos de los artistas jóvenes que salen, por ejemplo, de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, o de las escuelas de interpretación, están excelentemente formados, son políglotas, viajan, conocen a los maestros, y serán protagonistas de un enorme florecimiento teatral en los próximos años. Querría que este fenómeno fuese mucho más amplio y despejara por fin la superstición social de que el verso es algo lejano, culto, difícil o antiguo; pero se requiere tiempo, presupuesto, concienciación desde la enseñanza media y los medios de comunicación de la importancia de la lectura, la dicción, la elocuencia, la oratoria y la música no solo en la educación artística, sino en la educación en general.

-Se han hecho esperar por estos predios. Ojala no tengamos que oír respecto a su próxima obra un quijotesco: “Cuan largo me lo fías, amigo Sancho”.

Ya es bien conocido el ronlalismo  y uno siempre quisiera poder multiplicarse para acudir más a menudo a los escenarios nacionales e internacionales donde nos esperan tantos cómplices con ganas del reencuentro. Pero nuestro juego colectivo requiere el presente tridimensional, es único e inmediato, no puede copiarse ni multiplicarse, sucede aquí y ahora, tiene veinticinco siglos. Se llama teatro.

 

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