Si Narciso hubiese tenido una cuenta de Instagram
Todos en algún momento de nuestras vidas hemos oído hablar de Narciso. La figura, que proviene de la mitología griega, explica la historia de un bello adolescente que acabó condenado por la diosa de la venganza Némesis a enamorarse de su reflejo. Y así, un día en el que el joven se vio reflejado en un río, quedó hechizado de su propia belleza. Sobre lo qué sucedió después, existen varias versiones: en algunas se dice que el joven se suicidó porque no lograba jamás alcanzar su imagen en las aguas; en otras, se cuenta que murió de inanición, y también se asegura que murió ahogado en el estanque cuando cayó por acercarse demasiado.
Sea como fuere, la verdad es que si Narciso hubiera conocido Instagram su final seguramente habría sido otro -y mucho menos dramático-. Un selfie con su imagen reflejada desde distintos planos, un clic para subirla a la red social… detalles que parecen superficiales pero que sin duda habrían evitado la tragedia del joven.
Curiosamente, lo que a Narciso hubiera salvado es lo que puede ahogar en el siglo XXI a nuestros Narcisos 3.0. Son millones los adolescentes que usan Instagram para colgar (exclusivamente) fotos de ellos dirigidas a su comunidad de seguidores; la competencia es feroz y todos luchan por alcanzar la cima, por recibir miles de likes y formar parte del Olimpo de los dioses “verificados”.
Lo que estos Narcisos 3.0 no se dan cuenta es que, a diferencia del personaje griego, la contemplación de su imagen va unida a su exposición, y el precio de los likes tarde o temprano se acaba pagando. El cerebro humano se moldea según las circunstancias de cada persona y el de los adolescentes -todavía en formación-, construye cada día una vida paralela.
Para Martina, de diecisiete años de edad, no es tan importante mostrar la vida que tiene sino la vida que dice tener: la foto del desayuno en la cafetería de moda no tiene sentido si no sale el nombre del local; el viaje familiar no le apasiona si no puede colgar las fotos… la salida nocturna apetece más cuando la compartes con los seguidores.
Como Martina, millones de jóvenes crecen con la máxima de cuento, luego existo. El diálogo interior, tan necesario para construir y fortalecer la personalidad, ha desaparecido, dejando en su lugar un escaparate donde todos opinan. La vida se cotiza al alza, cuantos más followers (seguidores) tengan más valen, y no parecen darse cuenta los Narcisos 3.0 que alimentando hasta la obesidad su imagen pública, el yo interior acabará muriendo por inanición, como en uno de los finales de personaje griego, o también frustado al no lograr jamás su objetivo.
Se habla mucho de la identidad digital: poco tiempo ha pasado para evaluar las consecuencias que dejarán en las personas los dobles creados, ya sean perfiles falsos en Facebook o estatuas esculpidas a base de foto en Instagram. Pero hay algo de lo que estoy segura, y es que la mente de los jóvenes de hoy es digna de seguimiento y un estudio a largo plazo, porque nos llevaremos grandes sorpresas en cuanto a esas personalidades.
Y es que navegar por la red y lucirse es democrático: todos pueden hacerlo. Pero el uso de Instagram no les catapulta al éxito, y además nadie les prepara para la caída cuando la mayoría deban asimilar que sus vidas no interesan a nadie.
Y entonces ¿qué sucederá?