La Favorita. Eva al desnudo en la corte Estuardo
“La Favorita” es un drama perverso y soterrado, una esgrima moral que solicita disfrutarse con despego y distanciamiento de la exactitud histórica. De ésta, tan solo toma nombres de personajes y una exquisita ambientación. Por la última oferta de Yorgos Lanthimos, sobrevuela la sombra del cine del británico Greenaway; aunque con menos desmesura; su concepto del plano pictórico; aquí exacerbado por el uso del gran angular; aunque sin la barroca y desmesurada imagineria de aquél. También está presente el uso de la luz con reminiscencias de Vermeer. Una de las secuencias donde puede apreciarse, es aquella donde Lady Churchill habla con Ana Estuardo a través de una puerta. El cuarto de la reina, profusamente barroco, iluminado, con colores y tapices, frente a la oscuridad de la antigua favorita, tan sólo alumbrada por un candelabro. Un instante que al mismo tiempo es metáfora visual de su caída en el olvido. En el terreno de referencias cinematográficas, Emma Stone habita la piel de una “Eva al Desnudo” del XVIII, intrigante, superviviente y carente de escrúpulos. Una mujer que trata de ascender y recuperar su posición social, consciente de que eso es todo en la vida. Como la Becky Sharp de “La Feria de las Vanidades” o la “Moll Flanders” de Daniel Defoe, deja de lado los componentes morales para buscar un lugar en el mundo. Curiosamente bebe de otra fuente, además de argumental, en el terreno estético. La elección de luz de velas y natural, remite al drama “Barry Lyndon”, donde el protagonista también intentaba medrar en sociedad, terminando sus días de modo trágico. El Yorgos Lanthimos de “La Favorita”, presenta una evolución hacia una creación más dócil en relación a la arrolladora maquinaria de subversión de sus primeros trabajos. “Kinetta (2005) con su frío tono, nos regalaba una perversa y nueva concepción del cine “noir”, de los silencios, que le sirvió de ejercicio para pulir su estilo. “Kynodontas” (Canino. 2009), fue una sorprendente e insólita oferta visual, metáfora de las relaciones familiares (y sociales).
En “Canino”, Lanthimos llega a experimentar con modos actorales más propios del teatro que del cine, para escupirnos una fábula sobre el desamparo del ser humano alejado de la sociedad, cuando predomina su parte no racional. Una revisitación del mito de la caverna, retorcida y perversa. “The Lobser” (Langosta. 2015) es una extraordinaria propuesta narrativa donde el griego depura su estilo y lo apuntala. Una comedia kafkiana y pervertida que desfigura nuestros rituales cotidianos, nuestras relaciones impostadas, la mecanización y desnaturalización de las relaciones afectivas. Aquí el director juega con lo explicito y lo implícito, como esa habitación que recuerda a la misteriosa puerta del lagarto negro (Magical Girl. 2014), donde las personas se transmutan. Lúcida metáfora de la agonía de un mundo occidental que el autor conoce de cerca. En “Alps”, nuevamente encontramos el manejo de los silencios, los colores neutros y azulados y una extraordinaria reflexión sobre la desesperación, la vida y la muerte. Humanos intentando dar sentido a sus vidas a través de otros.
La parábola pesimista de “El Sacrificio de un ciervo sagrado” paseaba al espectador por los mitos helénicos de la mano de Kubrick, el oráculo, Ifigenia y la inminencia del horror en lo cotidiano. Aunque el envoltorio de “La Favorita” puede parecer lejano a los estilemas y fundamentos estéticos del cine de Lanthimos, sus obsesiones están presentes con una fuerza arrebatadora. El film nos habla de las interacciones humanas (en todos sus niveles), los juegos de manipulación, el ansia de poder y los códigos de comunicación. El contexto es tan sólo un brillante y estético pretexto para mostrarnos la ignominia, la degradación, el ansia de dominación o el amor. Los personajes de poder son todos femeninos. La reina Ana Estuardo (Olivia Colman), enferma, decadente, fácil de manipular es guiada por su consejera-amante, Lady Malborough (Rachel Weisz). La llegada de la astuta y taimada Abigail (Emma Stone) a la corte, originará una guerra soterrada de astucias, traiciones y vejaciones. Aunque el brillante disfraz pueda aparentar levedad en la propuesta, nada más lejos del imaginario lanthimiano. El director griego siembra el barbecho con altas dosis de cinismo, de oscuridad y de desapego por la condición humana. Sin renunciar a un discurso paralelo sobe el verdadero amor, intentando salir a flote en medio de traiciones y vejaciones. Un mundo absurdo donde los nobles se divierten organizando carreras de patos en una excelente secuencia, con montaje paralelo y uso del ralentizado para aumentar el impacto emocional y resaltar la irracionalidad del instante. Similar es el tratamiento de la secuencia donde estos mismos nobles apedrean a un bufón con naranjas El realizador subraya también lo grotesco y excesivo de estas conductas con el uso del primer plano. Toda la estructura narrativa es un inteligente juego de ajedrez, un juego perverso y retorcido. Gran parte del resultado final es debido a la notable fotografía del irlandés Robbie Ryan (Fish Tank. 2009), (American Honey. 2106). De hecho toda la película es un excelente ejercicio visual y conceptual. Una biblia del traveling en todas sus formas y posibilidades, con apuesta estética por el uso de la lente anamórfica (que ya utilizase en “El Sacrificio de un Ciervo Sagrado”. Este manejo profuso del “ojo de pez” le sirve para crear una sensación de ajeneidad, de extrañeza, de aislamiento, que incrementa con la colocación de la cámara en situaciones inusuales. Esta perspectiva remite a los cuadros del holandés Jan Van Eyck. La gramática visual se complementa siguiendo en plano secuencia algunas de las vicisitudes del elenco. En una de ellas se produce el único ¿fallo? en este depurado ejercicio visual. Se trata de un paseo de la reina por un largo corredor en silla de ruedas, donde aparece una aberración cromática producida por la luz que entra en dicho corredor, y que; imagino; ha sido dejada en postproducción con conocimiento de causa. El gran angular distorsiona la realidad, convirtiéndola en antinatural esfera, situando los personajes en el centro, disminuidos y enfocados, frente al ligero desenfoque del marco hiperreal. Todo el guión rezuma inteligencia y; al mismo tiempo; sagacidad y falta de escrúpulos. Los diálogos son incisivos, punzantes, de una clarividencia vital apabullante.
El Palacio de Kensington es en si mismo un protagonista inanimado. Los adornos barrocos, las maderas labradas, los exuberantes y opresivos tapices, contribuyen a crear un clima de pesadilla y opresión (como opresivas y pesadillescas eran las paredes estériles en The Killing of a Sacred Deer). Imbricada en torno al vértice amoroso-erótico-social, que forman las tres figuras femeninas de poder, la trama nos aproxima a los abismo del subconsciente de cada protagonista.Una reina histérica, atormentada por la pérdida de diecisiete hijos, al borde de la insana y con una necesidad patológica de afecto. Una consejera manipuladora, de estética bondage, autoritaria, y que verdaderamente ama a la reina, y una sirvienta de aspecto angelical con abundante ponzoña en los hermosos colmillos. Este juego de victimas y verdugos, cambiante, un flujo y reflujo como las mareas, termina destruyendo a todas las protagonistas. El mensaje de Lanthimos es universal, aunque coyunturalmente utilice la corte Estuardo como escusa estética. La solidez del drama se apuntala sobre las interpretaciones sobresalientes de todo el elenco. Olivia Colman (The Crow), maneja una ambivalencia que recorre la insania, la niña perdida y la mujer de estado desgarbada (la realeza educada no surgió hasta la Reina Victoria). La señera Rachel Weisz, redimida de sus papeles “comerciales”, hace de la impasibilidad y el humor negro un verdadero arte y Emma Stone es puro fuego. Si existe química en la pantalla, está en la relación tripartita de estas mujeres emponderadas. Lanthimos estructura el film en una extraña mezcolanza entre actos dramáticos teatrales y estructura musical, utilizando las obras clásicas para enfatizar los momentos álgidos y las transiciones, y reservándose un extraño e hipnótico latido para provocar inquietud en otros instantes. Una especie de respiración interna que aumenta el desasosiego provocado por la lente.
La banda sonora y su utilización se merecen un estudio aparte. El director griego utiliza con sabiduría las obras de compositores barrocos como Bach, Purcell o Vivaldi para cerrar los títulos de crédito con la canción “Skyline Pigeon” de Sir Elton John.
Debajo de este disfraz barroco, Yorgos Lanthimos sigue ejerciendo de “enfant terrible”, a pesar de la apabullante puesta en escena, tan lejana del quietismo de otras obras, a pesar de lo abigarrado de la propuesta visual, la estructura clásica por capítulos, a pesar de su derroche brechtiano, en la propuesta subyace toda la crudeza, la acidez y la sátira social de las obras anteriores. La maestría para el manejo del absurdo es proverbial. El guión es capaz de incorporar anacrónicos “fucks”, impropios de la nobleza de la época, pasándolo por el tamiz de “El Sirviente” de Joseph Losey, aderezándolo con un ritmo endiablado de screwball comedy, donde las coreografías parecen escapadas de una performance de Madonna y el diseño de vestuario de la feminista “Orlando” de Sally Potter.
Algunas de las secuencias señeras de esta obra tienen que ver con las coreografías absurdas y autoparódicas. Lanthimos necesita recalcar que esto no es un “comedia de época y tacitas”. Por ello no se restringe al plano literario, con diálogo de alto nivel y la puesta en escena apabullante, además oferta como marca de la casa una de las danzas más bizarras (se me viene a la memoria la “delidanza” del sombrerero loco en “Alicia” de Tim Burton) de la historia del cine. Joe Alwin y Rachel Weisz desarrollan una delirante coreografía que es una mixtura de “formal dance” y la exuberancia pop del programa de TV “Soul Train”. Desde unos pasos de “break dance”, hasta un surrealista giro por la pista con Weisz sobre la espalda. Para este registro, la coreógrafa (Constanza Macras) trabajó inspirándose en conciertos de rock, tratando de combinar lo inusual y lo absurdo, a la búsqueda de tensión en la escena. Un anacronismo chirriante a la vez que hipnótico. Otros momentos coreográficos son la; también extraña; danza de la reina y Emma Stone y el chocante cortejo rodando por el suelo del bosque.
Lanthimos no se preocupa por la precisión histórica. Su drama es atemporal y, aunque desarrollado durante el conflicto entre Tories y Whigs, esto es absolutamente coyuntural. La reina Anne llegó a regalar la casa que en la película es solo una maqueta a Sarah Churchill, el Palacio de Blenheim. Abigail era realmente prima de Sarah, aunque rondaba los 40 en realidad. También era familia de Robert Harley (Nicholas Hoult). Nunca existió un envenenamiento. Si es cierto que hubo una amenaza de filtrar ciertas cartas, pero no está claro con que temas estaban relacionadas. En aquella época, los conejos que tiene la reina en sus aposentos, tan solo eran considerados como comida o transmisores de plagas.
“La Favorita” es una comedia de enredos pervertida, ponzoñosa sobre un trío de reinas. Una inversión de todos los clichés del drama de época. Un certero guión firmado por Deborah Davis y Tony McNamara. Una historia que culmina con sobreimpresiones de los anacrónicos conejos y Abigail (Emma Stone), ejerciendo de mamporrera real en este perverso microcosmos, donde la victoria pírrica es la marca de la casa. Abigail es un conejo más, enjaulada y depravada. Anne ha perdido a la única persona que la amaba. Sin duda, una de las películas del año. Fundido a negro.