Donde siempre es medianoche, de Luis Artigue
Luis Artigue (León, 1974) ha publicado poemarios (Tres, dos, uno, jazz, Los lugares intactos, La noche del eclipse y La ética del fragmento) y las novelas El viajero se ha ido, como es lógico, La mujer de nadie, Las perlas del Loco Ventura y Club La Sorbona. Un novelista poético. Pez espada. Pecera rota. Ascenso a la montaña de oro de la espina dorsal. Mis ojos como velas de balandro durante su beso oclusivo. Enredadera humana ambos. Carrera hacia la fusión. Música del deseo tan postergado ensanchando techo, paredes y límites. Heridas que redimir.
En Silenza reina siempre la noche y llega el Anticristo. Elizabeta es sometida a un auto de fe acusada de ser la causante de esa noche perpetua. Elizabeta es Anticristo Superestar. Silenza, con sus ambientes turbios y sus planos en penumbras, parece el marco de una película de cine negro clásico salvo por la proliferación de transeúntes sin techo y con cara de venir de comer alimentos recuperados de una autopsia…
Quien espere leer una novela convencional, ya puede ir cerrando el libro. Quien busque hondura y provocación, juegos de palabras e imaginación, heterodoxia en estado puro, sin duda va a disfrutar de Donde siempre es medianoche, el último artefacto literario de Luis Artigue. A través de una anécdota surrealista, grandes dosis de imaginación, mucha distopía (Luis Artigue, como David Llorente, afirma que ya estamos instalados en ella) —Los gendarmes sádicos, bajo cuyos sombreros me imagino cabezas llenas de frustraciones sexuales, se han vuelto de pronto espeluznantes por completo y han cortado las cabelleras de los reos mediantes esquiladoras portátiles reconvertidas en indecibles instrumentos de tortura,—, dosis de humor retorcido y una ambientación del presente que bebe directamente del pasado, de la Edad Media, con autos de fe incluidos, anticristos, personajes vampíricos, investigadores heterodoxos y elementos paródicos extraídos de la novela negra, el leonés sorprende de nuevo por el virtuosismo de su lenguaje y la descacharrante anécdota que nos sirve en estas casi 300 páginas amenizadas con ilustraciones.
Anticristo Superstar, como vosotros lo llamáis, no es un delincuente ni el líder de una secta: es un tecnoevangelista y un maestro espiritual que ha ayudado a que se eleve el nivel de conciencia de mucha gente. Introduce, sin fórceps, el leonés argumentos muy serios que no desentonan con el tono jocoso e irreverente del libro. Nos habla Luis Artigue de la crisis económica y de valores: Además, nadie se atreve a decirlo pero este mundo nuestro necesitaba una crisis: habíamos dejado de vivir en el ser para pasar a vivir en el tener o en el aparentar. Reivindica la vertiente social del cristianismo: Cristo, cuya vida es la de quien tomó partido por los pobres, los desempleados, los inmigrantes y los oprimidos y la de quien se implicó en la vida social de su pueblo de modo tal que llegó a constituir un peligro para el Imperio Romano, y cuya muerte fue la de quien tuvo un conflicto con el poder y éste le quitó de en medio, no vino solo a fundar una fe: también vino a fundar un sistema político que defendiera a los débiles y un sistema curativo-medicinal basado en la energía. Y critica a la Unión Europea: ¡Llaman democrático a un gobierno que valora más a los tecnócratas que a los electores! Joder, en este país ahora, igual que nos hacen la ropa en China, nos hacen los presupuestos en Alemania.
Por la novela, sin orden ni concierto, deambulan Elisabeta, un psiquiatra argentino y un sabueso. El mundo es un caos y la novela responde a ese caos en donde el hombre hace alarde de cainismo: Las matanzas vuelven a extenderse por el mundo como un resumen de nuestra historia, ya lo ven. Una vez más, como siempre. El ser humano es un animal carnívoro y pone con facilidad su inteligencia al servicio de la destrucción. Luis Artigue tanto dispara imágenes potentes como hilvana frases retorcidas que obligan a la pausa: La luna hoy reluce en el cielo como un riñón dentro de un tarro de formol al ser iluminado por una lámpara.
Luis Artigue agita la coctelera y mete en ella toda clase de bebidas espirituosas. Bajo el artificio literario, en donde abundan resonancias líricas, el autor de la autobiográfica Club La Sorbona despieza la sociedad de nuestros días, enumera sus contradicciones y estupideces y la pone delante de un espejo. Libro de contrastes en el que el poeta, más que el narrador, encaja piezas de difícil engarce y sale airoso gracias a un buen hacer literario. Se disfruta o se odia. Yo lo he disfrutado.
¡Qué ciudad! Nos queda al menos la ambrosía del whisky con agua, las fotografías que mienten belleza y la blancura de las canas de nuestro pelo que desafían a la noche.