ONCE CENAS EXTRAÑAS, POR ANTONIO COSTA GÓMEZ

ONCE CENAS EXTRAÑAS, POR ANTONIO COSTA GÓMEZ
En un viaje por Israel y Palestina experimentamos once cenas extrañas. Deberían cenar juntos los seres enmarcados en distintas doctrinas. Los griegos hablaban de filosofía mientras cenaban. San Juan de la Cruz hablaba de “la cena que recrea y enamora”. Los teólogos del mundo se excluyen unos a otros, pero los que cenan se comprenden en todas las culturas. En la cena profunda incluso se juntan, como escribía Gerard de Nerval “los suspiros de la santa y los gritos del hada”.
En Jaffa, una ciudad milenaria y mágica al lado de Tel Aviv vimos el mar donde una ballena cenó a Jonás, según la Biblia cristiana. También vimos la roca donde un dragón quería cenarse a Andrómeda, pero eso es otro ámbito.
Tel Aviv se fundó a principios del siglo XX pero ya está llena de sabor en sus barrios pintorescos. En el bohemio Florentine, lleno de pintadas, un hombre y una mujer junta una mesa se ofrecen como cena mutua y dicen :”Bésame antes de que todo estalle”. En la calle del poeta Bialik el pintor Reuben Rabin se pintó en una cena jubilosa con su mujer de belleza honda y judíos de todas las épocas.
Safed es la ciudad de la Cábala y los artistas. Llegamos al atardecer, entramos por la plaza donde estaba un piano azul, y recorrimos las callejuelas con tanta ligereza como Marc Chagall. En la sinagoga Abuhav observamos las granadas místicas, que son sugerentes porque según la leyenda tienen 600 granos diferentes.
En Nazaret, en el hospedaje Fauzi Azar, que es una composición de patios y escaleras y desniveles, nos ofrecieron lo que había quedado de la cena que hicieron para los que rodaban una película allí, y esa cena solitaria solo para nosotros tenía una especie de magia, porque había sido confeccionada para un sueño. Y de todos modos tenía una concreción exquisita, con queso de cabra, humus intenso, aceite de oliva de una sensualidad única, pan para las manos. Y de noche se oía desde la habitación una cabra que llamaba tal vez con amor a otra cabra más lejana, las dos cabras que habían dado la leche para nuestro queso.
Belén está en Palestina, pero es sugerente para los cristianos. Nos fuimos a la Gruta de la Leche, donde según los cristianos la Virgen dio de cenar su leche a Jesús. No era una cena cualquiera. Y ahora las mujeres toman trozos de roca blanca para volverse más fértiles.
En Jerusalén paseamos por los laberintos del monasterio Etíope, justo al lado de la confusión de la Iglesia del Santo Sepulcro, que está repartida en trozos para las distintas confesiones cristianas. Un fresco enorme en una pared recordaba la visita de la reina de Saba al reino de Salomón. A ella dedicó Salomón el poema de amor más bello de todos los tiempos, donde dice “yo dormía, pero mi corazón velaba”. Las teologías inflexibles surgen del cerebro, si la gente velara con su corazón no se enfrentarían tanto las doctrinas de unos y otros. Y recordé que antes del amor cenarían exquisitamente.
A otro lado de la iglesia del Santo Sepulcro está la iglesia de San Alexander Nevski, bajando unas escaleras se llega a una puerta del foro de Adriano. Tiene unas columnas corintias fascinantes, que además están avivadas por una vegetación de verdad. Adriano tenía la religión de la belleza y el arte, la buscó por todos los rincones de su imperio y en la Antigüedad las creaciones artísticas se disfrutaban tendidos en el suelo cenando. Los romanos desarrollaron el capitel corintio, que representaba la vida eterna, la energía vital, lo que da una buena cena. Mirando con fascinación aquel capitel yo cenaba como cenaron la belleza y la vida los artistas protegidos por Adriano.
En Jerusalén se produjo la Última Cena, según los cristianos. El pan debió de saber como nunca en la tierra. Nosotros visitamos el Cenáculo, que luego se transformó en iglesia de los templarios, con sus arcos góticos. Recordamos aquella cena misteriosa que tanto ha movido la imaginación. Y vimos en un capitel como el pelícano Cristo se da a sí mismo como cena a sus hijos. Los discípulos cenaron su sustancia más íntima.
También en Jerusalén, según los musulmanes, Mahoma subió al Paraíso desde la roca donde ahora está el Templo de la Roca. Es decir, tuvo una experiencia mística, que es “la cena que recrea” según San Juan de la Cruz. Desde el Monte de los Olivos mirábamos la cúpula dorada a través de los pinos, encima de la Puerta Dorada que se abrirá un día para la cena final. No pudimos entrar en la explanada de las mezquitas por razones de horario, pero nos quedamos con esa imagen fascinante.
En Jerusalén me metí en la gigantesca Cantera de Salomón, de donde se supone que extraía Salomón sus bloques de piedra para su templo. Al meterme en las entrañas de la tierra entre gigantescas piedras y surgimientos de agua sentía un recogimiento vertiginoso. En una de las primeras salas se reunió en el siglo XIX la masonería, que une el cristianismo con distintas tradiciones antiguas para defender la tolerancia y la fraternidad, y allí realizaría sus cenas rituales.
En Jericó, que los historiadores suponen la ciudad amurallada más antigua del mundo, vi las primeras escaleras de la Humanidad, sentí con vértigo las primeras calles, los primeros edificios públicos. Y en un rincón observé unos cuencos donde supuse que se sirvieron cenas hace unos diez mil años, cuando aún no existían las doctrinas monoteístas, cuando en el Neolítico una sociedad matriarcal adoraba a una Diosa Madre, que luego se convertiría según Robert Graves en la Diosa Blanca de la poesía y la imaginación.
Las doctrinas separan a las personas, pero la experiencia las une. Eso es la mística, sentir intensamente las cosas. Los místicos de todas las religiones simpatizan unos con otros. Y la mística al fin y al cabo es una cena. Ya lo dijo San Juan de la Cruz : “La soledad sonora,/ la cena que recrea y enamora”.
ANTONIO COSTA GÓMEZ
FOTO : CONSUELO DE ARCO

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