Poema de Carlos Almira Picazo
El barco
En la cubierta, uno de los pescadores avista
los cuerpos en el agua, semejantes al suyo.
Cuerpos fugitivos, rodando a la deriva;
aún llenos de vida, y ansiosos de años.
No hay nadie. Sólo el mar. Y él solo.
Y ante él, su deber. Ni gobiernos. Ni público,
seguros en sus puertos, al abrigo de intemperies;
único vestido del pobre en este mundo.
A su llamada acuden los otros tripulantes.
Y, ya a salvo en el barco, ponen rumbo a puerto.
A Europa, que fue el mundo y ahora es su vergüenza;
con sus élites duras, y su masa dormida.
La Humanidad, si existe, va sola en ese barco:
con extraños hermanos huidos del infierno;
su grito de auxilio, en él se juega toda;
aunque muera su eco en las entrañas duras.
La bondad incomoda, e inquieta al poderoso;
y sacude a la plebe de su sueño de siglos.
Pero vive, y despierta cuando menos se espera;
en el mar; sin testigos; entre gente sencilla.
Cuan moneda de cambio, sigue el barco sin rumbo.
No lo anuncia una estrella, en la incierta mañana.