El último tango de Bertolucci
El tiempo pone a cada uno en su lugar. Es un juez inexorable, no tiene piedad con nadie. Solo las obras maestras perduran. Y Bernardo Bertolucci, que acaba de morir a los setenta y siete años tras llevar unos cuantos luchando contra una enfermedad que lo tenía amarrado a una silla de ruedas, es sin duda uno de los grandes del cinema universal. El de Parma no ocultó jamás en su filmografía su adscripción a la izquierda italiana, a ese PCI de Enrico Berlinguer, el primero de Europa que estuvo a un paso de gobernar.
El primer Bertolucci que recuerdo no era un Bertolucci sino un Pasolini; suyo era el guión de La commare seca. Era tanta la influencia del director de Teorema que la película parecía enteramente suya. Era un film seco, árido, visualmente feo en una época en la que se llevaba el feísmo cinematográfico, el de Glauber Rocha o las películas combatientes argentinas y cubanas. Primaba el mensaje sobre la forma.
En Prima della rivoluzione, película militante hasta en el título, Bernardo Bertolucci empezaba a independizarse del Pier Paolo Pasolini mentor e introducía ya un sello personal que se acentuaba, ya sí, en El conformista con Jean Louis Tritntignant , Stefania Sandrelli y Dominique Sanda, radiografía del fascismo siguiendo el paso literario de la novela homónima de Alberto Moravia.
Y entonces llegó la eclosión, su film mágico, una de las más desgarradoras historias de amor del Séptimo Arte que los censores de la época tomaron por película erótica y fue prohibida en muchos países, en el nuestro, por supuesto. El último tango en París es un recital interpretativo de Marlon Brando que bailaba al son de Gato Barbieri ese tango mortal, a pantalón bajado, con la carnal María Schneider. El film fue quemado físicamente en Italia, vilipendiado, causó escándalo, fue odiado y amado a partes iguales, y muchos años más tarde surgió otro escándalo que lo convirtió en una pieza maldita: un envejecido Bertolucci confesaba que María Schneider fue obligada a interpretar la famosa escena de la sodomización con la mantequilla, que no sabía que iba a rodarla en aras del verismo cinematográfico. María Schneider no se repuso de ese trauma jamás. Se oscurecía, así, uno de las más bellas y trágicas historias de amor de la historia del cine.
Cuatro años después de El último tango en París, regresa Bernardo Bertolucci al cine militante con una película descaradamente maniqueísta, con un fresco social e histórico sobre la lucha de clases en Italia a través de dos sagas familiares, la de terratenientes encarnada en Robert de Niro, y la de los labradores al que pone carnaza Gerard Depardieu. Es un cuento social. Es la única película maniqueísta de la historia del cine que trago. Sale un terrorífico y enloquecido Donald Sutherland que encarna en su personaje toda la perversión del fascismo. Siempre creí que sería un díptico que no se sostendría con el paso del tiempo. Me equivoqué felizmente. Novecento es otra de las grandes películas de la historia del cine, el Potemkim del cine italiano. Está tan fresco hoy como cuando se rodó en 1976.
Aun dio más obras maestras Bernardo Bertolucci antes de dar el salto a Hollywood. La luna, por ejemplo, con una exquisita Jill Clayburgh en el papel de esa cantante de ópera que lucha a brazo partido contra la adicción de su hijo a la heroína y se somete a sus deseos incestuosos con tal de sacarle de la droga. De nuevo Bernardo Bertolucci caminando por el filo de la navaja de lo políticamente correcto. De nuevo vapuleando el director al espectador con una película dolorosa y extraordinariamente bella.
Bernardo Bertolucci, que ya había trabajado con muchos actores norteamericanos en sus films, da el salto a Estados Unidos y, contra todo pronóstico, sigue siendo Bernardo Bertolucci en la cuna del capitalismo que tanto detesta ideológicamente. Con El último emperador, la dramática historia del último emperador de China, conquista la meca del cine a golpe de Oscar. Con El cielo protector, adaptación de la novela homónima de Paul Bowles, borda otra obra maestra con una historia de amor desgarradora que interpreta una Debra Winger en estado de gracia y un John Malkovich que es el actor que mejor muere en la pantalla. Film bello plásticamente (qué lejos está ya Bernardo Bertolucci de sus primeras y toscas películas discursivas), apasionado y demoledor. Un extraordinario retrato de la generación de escritores que buscaron nuevas experiencias en parajes remotos huyendo de sí mismos.
Bertolucci vuelve al cuento, a lo naif, en El último Buda, y de nuevo muy buen ojo en la elección del músico de su banda sonora: Ryuichi Sakamoto. El director italiano se rinde al orientalismo, bucea en la vida del Buda histórico y habla de la reencarnación de un lama en un niño occidental que descubren unos monjes budistas de paso por Estados Unidos que buscan al elegido.
El maestro de Parma regresa a Italia con la salud resentida. Allí hace dos películas exquisitas de pequeño formato, Belleza robada, la que roba como un vampiro a la bellísima Liv Tyler, su descubrimiento cinematográfico, y El asedio, una historia de amor interracial con Thandie Newton y David Thewlis. Son dos películas de cámara, casi televisivas, en donde brilla la exquisitez de su director.
En 2003 realiza otra de sus grandes películas, un cántico romántico al cine y a Mayo del 68 que retrata ese movimiento libertario sin apenas salir a la calle, en ese piso burgués que se va descomponiendo por la anarquía vital y sexual del triángulo protagonista: Soñadores. Incesto entre Eva Green y Louis Garrel, pulsiones sexuales y voyeurismo (esa extraordinaria secuencia en la que el americano conformista encarnado por Michael Pitt desvirga, sin saberlo, en el suelo de la cocina a su anfitriona Eva Green ante la mirada de su hermano Louis Garrel que fríe unos huevos fritos en la sartén, desnudo) y la vida entrando por la ventana de la casa en forma de ese adoquín que salva a los protagonistas del gas suicida. El sueño perdido de unos adolescentes cinéfilos, rabiosos y antiautoritarios que quieren matar al padre y al estado de una misma tacada. El homenaje del maestro italiano al movimiento más radical que sacudió Europa y a la nouvelle vague porque cine y vida son lo mismo, no pueden separase. Cinefilia absoluta.
Se despidió Bernardo Bertolucci del cine en 2012 con Tú y Yo. Desde entonces lleva muriendo hasta hoy. Un creador que no crea ya no vive. El Séptimo Arte pierde a uno de sus grandiosos artífices, pero su obra vive y palpita.