Romero Barea presenta WTBTC: un espacio insular, resistente
Posted on 18 abril, 2018 By José De María Letras, portada
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“No hay conflicto, ni siquiera en las escenas dramáticas. Los personajes comparten el mismo objetivo. El conflicto no es siquiera sutil, por lo que no hay subtexto emocional. El protagonista es cerebral hasta el punto de parecer cobarde. El héroe quiere resolver el misterio, pero le cuesta meterse bajo la piel del lector. El autor no es capaz de construir una sola escena memorable. La novela pierde fuelle, profundidad y resonancia a medida que avanza en las motivaciones, las acciones, el estado de ánimo de los personajes, su historia y su trama. Al final, el resultado acaba resintiéndose. La narración avanza a través de sus intuiciones. El narrador se limita a registrar los estragos del tiempo, mientras se sitúa a una distancia respetable del pasado. El autor es capaz de recordar pasajes enteros, y al hacerlo, huir del presente. El tiempo, parece decirnos, siempre se pierde: se segmenta, se cataloga, se recuerda, pero nunca regresa. En la novela, no hay diálogo. Los sentimientos son evidentes, sobre todo cuando el narrador se acerca al final de su búsqueda de DB. El libro está traspasado de una dulce tristeza. En DB, la precisión de la memoria es una forma de alienación: “De ayer a hoy. Con el paso de los años las perspectivas se vuelven borrosas, los inviernos se mezclan unos con otros. El de 1965 y el de 1942”.
A pesar de ser un reputado novelista, PM no imagina la vida de otros, sino que sugiere que esas vidas son imaginables. Cuando el narrador ve la misma película, solo que años después, el filme le resulta velado, extrañamente luminoso: “Un velo parecía cubrir las imágenes, acentuaba los contrastes y a veces los difuminaba, en una blancura boreal (…) esa película estaba impregnada por las miradas de los espectadores del tiempo de la Ocupación (…) esas miradas, por una suerte de proceso químico, habían modificado la sustancia misma de la película, la luz, la voz de los actores”. El proceso químico que ha experimentado el filme se convierte en metáfora de la novela que lo contiene, donde se mezclan imaginación y memoria. La película es revelación, cuya tensión dramática mantiene al espectador en vilo. Los giros de la trama en la pantalla son los que mantienen el interés, no los que tienen lugar sobre el papel; el filme logra el compromiso del espectador, no así el libro. El cineasta no da detalles, pero logra dar el golpe dramático. La última escena subraya un conflicto entre los personajes, que debe ser resuelto. La historia comienza y termina en la forma en que el público espera que lo haga. La última escena, en la novela, deja el final abierto, sin resolver.
Pierdo el hilo.
He tenido que volver porque mi madre acaba de fallecer. A ver si me da tiempo a terminar esto antes del entierro. Si no, habrá de ser en otro lugar. En menos de un mes, estoy de vuelta. Dejo el libro de PM a un lado, porque toca preparar el almuerzo. Lo retomo en breve, descuida, no quiero dejar que pase el tiempo. Prometo hacer la espera corta, entre cacerolas.
¿Nos veremos?
Eso es lo que debería suceder, pero la Historia jamás corre paralela a la ficción: se ejecuta a través de ella. Y viceversa. La novela nos ofrece el escenario imaginable de unos hechos imaginables. A medida que avanza, el ritmo aumenta o disminuye. El lector respira. Contrastan las escenas de acción con las reflexiones. La novela tiene su propio ritmo, su propia recompensa. En otra escena, el narrador recuerda una película a la que DB, la protagonista, pudo haber asistido el primer año de la Ocupación, una comedia ligera llamada PC, “que narra la fuga de una chica de su edad”. Es la mejor película que DB ha visto en años. De hecho, DB vuelve a verla una y otra vez. Le gusta, sobre todo, el intervalo que hay al comienzo del filme, justo antes de que empiece la acción, entre los títulos de crédito y la primera escena. Podría quedarse a vivir en ese intervalo.
DB ve la película y se ve a sí misma.
En lugar de utilizar una voz en off para que la historia avance, el director se apoya en los elementos visuales, en el diálogo directo. La secuencia de apertura (compuesta por varias escenas) es sobre todo diálogo. La serie inicial es la unidad dramática de una historia más amplia, donde todo lo superfluo ha sido eliminado. En la oscuridad de la sala de proyección, DB vuelve atrás y edita lo que ve. Cada escena es creada por la escena anterior, y mueve la historia hacia adelante tanto para la trama como para el desarrollo de los personajes. Mientras ve la película, DB siente que la novela ha llegado a su punto culminante. DB crea la acción a medida que escribe. DB quiere saber qué va a ocurrir, pero la película es sólo una colección de secuencias. Mientras escribe, DB es capaz de mirarlas de manera objetiva; sabe cómo conectarlas: las escenas se componen de actos, los actos se dividen en secuencias, las secuencias en escenas y las escenas en lágrimas.
Iba a seguir hablándoles de DB cuando entró una conversación de una hora en Skype con T y C, de camino al entierro.
Ya volví a perder el hilo.
Esta página es cada vez más un espacio insular, resistente.”
Extracto del primer capitulo de la novela WTBTC (Amargord ediciones, 2018) de José de María Romero Barea (Córdoba, España, 1972) profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. https://romerobarea.wordpress.com/ Twitter @JdMRomeroBarea.
La crítica ha dicho de la obra narrativa de Romero Barea:
“… un bello libro muy ambicioso y complejo … una novela escrita desde la poesía, con fragmentos breves y nerviosos cargados de intensidad y significados” (Fernando Iwasaki, prólogo de Hilados Coreografiados).
“… emociones dibujadas con elegancia … universales y eternas”. (Marina Bianchi, número 5 de Duende, Suplemento Cultural de la revista literaria italiana Quaderni Iberoamericani).
“… toda una metafísica, toda una epistemología y una filosofía del lenguaje.” (Leonor María Martínez Serrano, diario Luz de Levante).
“… un complejo rompecabezas poblado por personajes ininteligibles y fluidos, sujetos a una perpetua metamorfosis.” (Rossella Michienzi – Università della Calabria, Revista Quimera).
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