«Ready Player One»: Spielberg versus Spielberg


Parecía lógica la expectación ante el estreno de la nueva película de Spielberg. Después de un tiempo sin que sus obras (en general, todas excelentes, aunque no sean grandes éxitos) logren entrar en el Olimpo de las más taquilleras, el una vez llamado «Rey Midas de Hollywood» buscaba tocar techo otra vez. Y esta adaptación de la novela de Ernest Cline fue la elegida para conseguirlo.
Pero más allá de que sus cifras seguro arrojarán un saldo positivo, como creador Spielberg ha perdido esta batalla contra sí mismo.
Desde su arranque, «Ready Player One» es un clon más de esa plaga de obras que, con protagonistas adolescentes, proponen distopías más o menos singulares y una vez en ellas no abandonar un camino ya trillado. Como está película, donde la gente malvive en una realidad cochambrosa y miserable, de la que pueden escapar accediendo a un universo virtual, llamado «Oasis», donde todo cuanto les rodea pertenece al mundo de lo imaginario, al que ellos pueden sumarse con avatares de su elección, y que es además el escenario de un juego para lograr tres llaves ocultas que le darán a quien la encuentre el poder absoluto sobre ese reino. ¿Protagonistas? Un grupo de adolescentes, como no. Y hay una conspiración. Y todo es de vital aunque efímera importancia porque lo único que crecen son las urgencias. Y el malo gana y luego pierde, pero gana, aunque vuelve a perder… Pero nada de esto es relevante. Porque (y he aquí los problemas de vender las películas antes de lograrlas) «Ready Player One» busca desmarcarse de otras obras similares colocando en el interior de ese «oasis» a cuanto personaje se nos pueda ocurrir, ya vengan de los video juegos, del cine, de la música o la televisión. Están todos. Es abrumador. Desde Chucky, pasando por el gran Kong o el V8 de Mad Max, la referencia o el homenaje son los grandes protagonistas del evento. Por momentos, adquiere un carácter casi enciclopédico.
Y es en su virtud, donde germina y florece la decepción.
En primer lugar porque es una obra destinada a ser visionada en algún aparato doméstico. Es literalmente imposible reconocer a la cantidad imparable de personajes conocidos que aparecen sin cesar, en riadas, ejércitos de ellos, así que pulsar la tecla de pausa es obligatorio. Seguro que hay verdaderos tesoros en esos planos. El problema es que no hay forma de fijar la atención en nada cuando se sabe que se puede seguir buscando. Aunque esa parte de la propuesta es divertida, y ofrece los mejores momentos de la película, sobre todo cuando el argumento se entrelaza con este festival de referentes (como ocurre en ese inesperada invitación a que volvamos a pasear por el hotel de «El Resplandor», o la vuelta a la vida de «El Gigante de Hierro»). Porque en cuanto dejan de estar presentes, la película languidece, y es un desbordado caudal de travellings y planos secuencia imposibles, y la historia tiene que avanzar a trompicones entre una estridencia visual que por momentos parece absolutamente fuera de control, algo del todo impropio de un director que ha demostrado ser uno de los más grandes maestros del cine a la hora de manejar nuestra atención y nuestras emociones.
El inventor del «blockbuster» ahora no sabe cómo manejar las reglas que él mismo impulsó, y que incluso reescribió cuando inició la revolución digital que supuso «Parque Jurásico».
Se confirma que habrá una quinta parte de la saga de Indiana Jones. Visto lo visto, lo único que cabe esperar es que empeoré aún más la pésima despedida que le dio al personaje en la cuarta entrega.
Porque del director que una vez logró aterrorizar al mundo entero tan sólo con una joven nadando en el agua por la noche, sin ningún otro elemento más que una música magistral de John Williams y una habilidad inaudita para narrar, parece quedar poco rastro, aplastado por tanta tecnología y tanta pirotecnia sin alma.

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