La libertad de expresión en España

Cuando un Estado empieza a limitar la libertad de expresión, sin pasar formalmente a constituirse en una Dictadura, se ponen en funcionamiento los peores resortes humanos: el miedo, la auto-censura, la desconfianza, la adulación y, en suma, una sorda lucha por la vida, que recorre todos los grupos de la sociedad. Y los efectos son aún más perversos que cuando esto ocurre en un régimen autoritario o totalitario, porque en este último caso la gente interioriza la separación que existe entre las autoridades y las leyes, por una parte, y la realidad de su vida, por otra. Pero en una supuesta Democracia esta separación no se establece. Si esto es así, la represión de la libertad de expresión en un Estado que no se reconoce a sí mismo como Dictadura, es mucho peor que en una Dictadura.

La paradoja hoy (no sólo en España, sino en Europa, en EE.UU., etcétera), es que la tecnología permite vivir experiencias de falsa privacidad. En las redes sociales la gente tiene la ilusión de ser tan impune como en el cuarto de baño de su casa. Al mismo tiempo, los Estados de Partidos se sienten cada vez menos legítimos, más débiles y cuestionados. El relato dominante, inatacable hasta ayer, que definía a una parte del mundo como libre y en progreso, gracias  al «libre» mercado y a las elecciones periódicas (la llamada democracia representativa), choca cada vez más con la cruda realidad: la explotación/precarización del trabajo, el fin de los últimos restos del Estado del Bienestar (incluidas las pensiones), la evasión fiscal, la corrupción política. Esta percepción, no reconocida, del fin de la ideología que ganó la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, hace que el sistema tolere cada vez menos la crítica, o incluso el chascarrillo, y que por lo tanto, tienda a limitar las libertad de expresión. La gente es cada vez más consciente de esto. Y ahí está la paradoja.

Como se supone que vivimos en una Democracia y en un Estado de Derecho, y que esto es incuestionable, cuando alguien es imputado y llamado a declarar ante un juez, sentimos por una parte, que está obligado a presentarse, como si hubiera sido llamado ante el Juicio de Dios. Pero al mismo tiempo, somos cada vez más conscientes de que ese juez puede encerrarnos en la cárcel ya no en base a hechos consumados, sino a intenciones y a posibles actuaciones futuras. Hemos pasado, o estamos a punto de hacerlo, del Estado de Derecho (si alguna vez lo tuvimos), al Estado de Excepción Legal, donde lo que está cada vez más en juego ya no es la suerte de los individuos y los delitos, sino el futuro de todo un orden colectivo, que se siente amenazado. Y donde los Tribunales de Justicia y las propias leyes son cada vez más, percibidas como parte de un aparato represor.

El arte y el pensamiento no soportan la falta de libertad, porque sin libertad no hay autenticidad ni vida verdadera. ¿Cuánto tiempo puede vivir el resto de la sociedad hablando en voz baja, con los ojos cerrados?

 

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