El instante más oscuro, de Joe Wright
La valía como estadista de Winston Churchill es algo que nadie discute a día de hoy. El brillante líder del Partido Conservador que tomó las riendas de su país en el momento más crítico de su historia fue galardonado además por la calidad de sus Memorias de la Segunda Guerra Mundial con el Premio Nobel de literatura en 1953. En su debe está el desastre de Galípoli que le echan en cara sus detractores.
De hecho el cine de ficción y documental ya se había ocupado nada menos que catorce veces de la figura del militar y luego estadista británico desde los tiempos en que era un joven militar (El joven Winston) a su papel fundamental en la Segunda Guerra Mundial. El dipsómano fumador, que tuvo una vida longeva, 90 años, a pesar del letal combinado de grasas, alcohol y tabaco, ha tenido los rasgos de Rod Taylor (Malditos bastardos), Michael Gambon (Churchill’s secret), Albert Finney (Amenaza de tormenta), Bob Hoskin (II Guerra Mundial: Cuando los leones rugieron), Timothy Spall (El discurso del rey), John Lithgow (The Crown) y Brian Cox (Churchill), y concitó la atención de realizadores como Quentin Tarantino, Joseph Sargent, Tom Hooper, Richard Attenborough y John Schelesinger.
El británico Joe Wright (Londres, 1972), en cuyo haber hay películas tan notables como Hanna, Anna Karenina, Expiación y Orgullo y prejuicio, es el encargado de trasladar al celuloide el instante más tenso en la vida del estadista, cuando toma la decisión de no someterse a Hitler contra la opinión de buena parte de su propio partido que abogaba por la negociación.
Una ambientación cuidada hasta en los más mínimos detalles, una fotografía espléndida de Bruno Delbonnel, pictórica y maniesrista, y un gran actor en estado de gracia y firme candidato al Oscar, Gary Oldman, al que nadie vería encarnando al rubicundo y obeso inquilino de Down Street en 1940, son las principales bazas de este film intimista y muy dialogado de principio a fin queque descubre la faceta más humana del personaje. Gary Oldman, como Bruno Ganz en El hundimiento con respecto a Hitler, es Churchill; se engorda, se dota de papada; desayuna huevos con bacon en la cama; anda descalzo por su casa, gruñe con hasta frecuencia; se amansa ante su esposa Clementine (Kristin Scott Thomas) que lo llama mi cerdito por su aspecto sonrosado; dicta a su joven secretaria Elizabeth Layton (Lily James), a la que trata al principio de forma despótica, desde la bañera; se pelea con sus mortales enemigos Neville Chamberlain (Ronald Pickup) y el Vizconde Halifax (Stephen Dillane), que mantiene en el gobierno precisamente para controlarlos; y encuentra apoyo en los momentos de duda en el Rey Jorge VI (encarnado por el australiano Ben Mendelsohn cuyo parecido con el monarca es extraordinario).
Hay, quizá, un exceso de planos cenitales, que no vienen a cuento, en este film bien caligrafiado y de brillante puesta en escena, para que guste a todos los públicos, y destacaría de él una escena muy divertida (y populista, ahora que el término está tan en boga), cuando Winston Churchill se baja de su coche oficial, coge el metro por primera vez en su vida y organiza una asamblea en el vagón recabando la opinión de los ciudadanos de a pie. Sangre, sudor y lágrimas. Winston Churchill, que ganó la Segunda Guerra Mundial, perdió las siguientes elecciones.