Aparición en Xochimilco
Por Antonio Costa
Fotografía: Consuelo de Arco
Iba en una trajinera por Xochimilco, y no había turistas, y le dije que no a los mariachis, y le dije que no a los que vendían comida, y les dije que no a los que mostraban regalos, y se escuchaban los pájaros y el agua, y los mariachis se oían vagamente a lo lejos, y se desplazaban lentamente las casas, y había un montón de muñecos colgando de un árbol, había uno ahorcado como un pelele de Valle Inclán, y había una muñeca desnuda con las tetas grandes y las piernas abiertas, y me pareció que era México despojada y ofendida, pero a pesar de todo vital y desgarrada, diciendo: estoy aquí, apasionada y trágica como Frida, a pesar de todo lo que desgarra al país, de los gobernadores que se escapan con el dinero de las alcaldías, de los alcaldes que pactan con narcos matanzas en sus ciudades, de los narcos feroces para quienes sus semejantes solo son ganado, de los corruptos elegantes que saquean la nación, de las guerras antediluvianas entre cárteles, de los estudiantes desaparecidos, de las marginaciones de los indios, y las guerras entre los indios, y las luchas entre estudiantes, y las represiones brutales de estudiantes, y la Facultad de Derecho hecha cenizas en Oaxaca, y la burocracia que impide con todas sus fuerzas entrar un trozo de jamón español pero permite que entren al país toneladas de drogas, y eso no lo resuelve ni el ejército desplegado en todas partes, ni los policías que suben a fotografiar autobuses enteros, ni los discursos de terciopelo en los congresos, ni las capillas que viajan por las carreteras en los camiones, ni la devoción genética a la Virgen de Guadalupe, que al menos es más guapa que las vírgenes mantecosas de Murillo, ni los gestos humillantes hacia el coloso del norte, ni los documentales interminables que ponen en el autobús sobre las cien mejores armas del mundo y sus genialidades destructivas, pero sí sirve la resistencia del país que ha pasado por todas las convulsiones del mundo, la vitalidad indomable que hace que hasta los muertos estén vivos por todas partes, la garra y la fuerza de Frida que se sujeta a fuerza de obstinación y de sueño la columna que tiene rota, la fuerza telúrica de dioses viejos y nuevos, el viejo Quetzalcóatl que se esfuerza desde siglos por enseñar cultura a este país que balea a los estudiantes o los esconde bajo tierra, la vitalidad fantasmal y obsesiva de ese pueblo de Rulfo que está más solo que los de Márquez, y esa muñeca que abre las piernas con fuerza flotando en Xochimilco, que pide animación al agua, que muestra sus tetas imparables con impulso y locura, que le dice a los viajeros olvidados del ruido del turismo, entre dos postales: aquí estoy, yo soy México.