Tumbamuerto, de Álvaro Valderas
Álvaro Valderas (La Bañeza, 1965), escritor leonés afincado en Panamá, ubica los 8 relatos de Tumbamuerto (Avenida Tumbamuerto, Perkins Motel, Barco en llamas, Compañero de viaje, Una cabeza en la hierba, Glock and roll, Taxi y ADN), publicados en Ediciones del Serbal en su colección La Orilla Negra, en el país caribeño en donde reside y que le ofrece una variada temática narrativa para conformar ese libro de relatos negros cuyo único reproche sería su brevedad.
El autor de El oro de Noriega recoge en sus páginas la esencia caribeña de su país de adopción, esa confrontación brutal del eros/ tanatos (gracias al sexo constante se reponen todas las bajas, se olvidan las penas, reza en la contraportada) en unos relatos amenos, adictivos y escritos con desparpajo en una prosa ajustada a su temática. Tú sabes cómo es la cárcel aquí, no resistirías. En la primera semana, te van a tatuar en el trasero “Banco de semen” y, debajo, “Pase sin llamar”, y te volarán los dientes para que no tengas intenciones de morderlos cuando estés chupando. La mitad de los presos tienen sida y otras enfermedades, así es que puedes contar con que antes del año ya serás enfermo terminal. Ahórrate tanto dolor.
Perkins Motel es un nada velado homenaje a Psicosis de Alfred Hitchcock: en muy breve tiempo, casi sincronizados, se producen tres asesinatos encadenados con una asesina que es asesinada a su vez y su asesino prueba también su medicina. Traficantes de drogas que se las prometen muy felices corretean por Barco en llamas; taxifóbicos que han sufrido atropellos delictivos por parte de conductores sin escrúpulos en Taxi; fiesteros salvajes que se entregan al sexo (Como decían que era en extremo fogosa, por si acaso me tomé otra pastilla, me metí otras dos rayas de cocaína y me llevé un gel para recomponer las partes ya castigadas en la dura lucha) y al alcohol en Glock and roll; especialistas en hacer desaparecer a la gente transitan por ADN, algunos de los relatos que conforman el libro y que destacaría especialmente.
La carnalidad del Caribe— La radio parece burlarse de él por inadaptado, como le decía la Peggy, la bruja de la directora, paseando su perfume excesivo y sus jamones también excesivos ajustados en unas medias de malla negras que la hacían ver como una suculenta cabaretera de la cintura para abajo—frente a la banalidad de la muerte— Sin importarme lo que pudieran opinar mis vecinos ocasionales, abrí el maletero, me puse los guantes y saqué como pude aquel bulto enorme envuelto en plástico y atado con cuerda de tendedero lo fui arrastrando como pude hasta el borde del agua.
En el Caribe, cada día hay doce horas de sol y doce de sombras, reza la contraportada del libro. Eso encontrará el lector exigente en este breve libro de relatos caribeños en los que el horror queda tamizado por el humor macabro.