La crucifixión, de Xavier Gens
Cada vez que veo una película sobre exorcismos no puedo más que pensar en El exorcista de William Friedkin, la obra maestra de ese subgénero de terror en cuyos títulos de crédito suele aparecer la leyenda “basada en hechos reales”.
La película del francés Xavier Gens (Dunkerke, 1975), especialista en films inquietantes (Fronteras, Hitman, The Divide, y el último la versión cinematográfica de La pell freda de Albert Sánchez Piñol) no se aparta un milímetro de las convenciones narrativas de este tipo de filmes.
Una periodista norteamericana, de físico frágil y encantador, llamada Nicole Rawlins (Sophie Cookson, que había actuado anteriormente en Kingsman: Servicio Secreto, Las crónicas de Blancanieves: El cazador y la reina del hielo) es enviada a Rumania por su periódico para cubrir la investigación de la crucifixión, y posterior muerte, de una monja ortodoxa en un convento y por la que es encarcelado un monje del mismo acusado de haber efectuado ese exorcismo con un desenlace fatal. En el curso de su investigación trabará relación con la monja Vaduva (Brittany Ashworth), amiga de la difunta, con el monje encarcelado y con el Padre Antón (Corneliu Ulici), con el que inicia un idilio. Pero el diablo, claro está, juega malas pasadas y no se conforma con haber habitado el cuerpo de la infortunada monja sino que busca hacerse con la de esa intrépida periodista.
La película entretiene, pese a lo previsible que es. Xavier Gens sigue a pies juntillas todas las convenciones del género (voces masculinas en cuerpos femeninos, torsiones inauditas de cuello, puertas que se cierran con estrépito, objetos que vuelan) y la protagonista femenina, pese a su fragilidad y lo asustadiza que es, va buscando el peligro hasta que lo encuentra, pero hay alguna que otra imagen de impacto como ese vello púbico de la infortunada exorcizada convertido en una melé de arácnidos o esa araña que emerge de su nariz destinada a aracnofóbicos.
Bien fotografiada y ambientada, quizá uno de los alicientes de La crucifixión, una coproducción británica y rumana con presencia española (la excelente fotografía del barcelonés Daniel Aranyó), sea la ubicación de su rodaje, la siempre misteriosa y fascinante Rumania por donde todavía cabalga el espectro de Vlad Drácula y cuyos paisajes y pueblos de ensueño tienen una indudable fotogenia.