Thor: Ragnarok. La coz y el martillo
En esa casi fratricida guerra que ha estallado entre Marvel y DC para hacerse con las taquillas, parece que la primera adquiere cierta ventaja gracias a esta tercera entrega de la saga dedicada a Thor (cuyas dos anteriores películas se olvidaron incluso antes de haberse estrenado). Frente a la seriedad, al misticismo, al auto flagelo y lo pretencioso de las propuestas llegadas desde DC (que además se jacta de contar en su equipo no ya con grandes directores, sino con autores de prestigio, como Nolan o, y espero se me disculpe la mal disimulada hilaridad al añadir esto, Zack Snyder, quien en un par de semanas estrena «La Liga de la Justicia»), Marvel se inclina cada vez más hacia una zona diametralmente opuesta: el humor. Y no como apoyo para la acción. Como ya se hizo en «Spiderman: Homecoming», aquí el humor es el verdadero motor narrativo. Y funciona de maravilla.
Ni que decir tiene que «Thor: Ragnarok» (y ese Ragnarok no deja de ser un sinónimo de » MacGuffin») comienza sin salirse de lo esperado. Una gran secuencia llena de efectos y defectos, donde el protagonista da cuenta del villano de turno y que, más allá de los matices, cualquier espectador está ya más que cansado de ver. Y se dispara el temor a encontrarse con otra nueva e insufrible película que uno debe tomarse muy en serio.
Un espejismo.
Porque desde su regreso a su Asgard natal, con esa función teatral tan llena ya de delirios, la película se lanza sin más miramientos al terreno de la comedia. Sin miedo alguno, su director, el también comediante Taika Waititi (autor de la divertidísima «What We Do in the Shadows»), se abre paso en el trillado camino inherente a estas producciones, y con soltura admirable pasa de diálogos inesperadamente ingeniosos (estando, como estamos, tan acostumbrados a las frases hechas propias del género) a «gags» que van logrando que la película gane enteros a cada segundo que pasa. Por momentos, casi rozando la auto parodia, llegando a despeja a Thor de su melena y de su mítico martillo y poniéndole en situaciones más disparatadas que desesperadas, cuando no directamente ridículas. Tan bien logrado está el ritmo que cuando se debe regresar a alguna secuencia con cientos y cientos de soldados o monstruos virtuales para dirimir diferencias en otra «espectacular» batalla, la impaciencia hace acto de presencia y uno se limita a esperar que el desmán acabe para regresar a una película que ha hecho del humor su súper poder. Porque aunque el presupuesto para rodar todas esas escenas que deben dejar al espectador boquiabierto tuvo que ser astronómico, la triste paradoja es que es dinero tirado, porque la mejor secuencia de acción es, de lejos, y no por esperada, menos sorprendente, la pelea entre Thor y La Masa en una emulación de un foso para gladiadores. Ese combate, ejecutado a golpe de buenos gags y también a tortazo limpio, nada de filigranas en la lucha, funciona tan bien porque sus personajes han dejado de ser marionetas sin más alma que la que sea oportuna en cada momento. No, toda esta camada de tipos raros ahora nos hacen reír en vez de llorar por el arrepentimiento de haber pagado lo que cuesta una entrada. Queremos saber de ellos porque es raro que se abandone el terreno del humor. Nadie se salva de pasar por el tamiz de la comedia, desde los grandes protagonistas hasta los que simplemente hacen un cameo (y no sólo está Stan Lee, hay alguna que otra sorpresa). Bueno, casi nadie. Enterrada en una parafernalia de efectos especiales que a veces más hacen que parezca la reina mala de Blancanieves, por allí está Cate Blanchet, extraordinaria siempre, incluso aquí, y capaz con un par de gestos (no se le permite mucho más) de insuflar vida a su disfraz pixelado, añadiendo ingenio y muy mal genio a un personaje que de no ser por ella resultaría aún más plano que él papel donde se empezó a germinar su nacimiento.
Aquellos que disfrutan de las mórbidas elucubraciones nolanianas o todos aquellos adictos al bostezo a cámara lenta propio de Snyder, no deben ver «Thor: Ragnarok».
Esto es una gran humorada.
Divertida.
No hay más.
Pero para una vez que nos podemos reír con y de los reyes y dioses, sería una pena desperdiciar la ocasión.