Escuchar las cabras en Nazaret

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Por Antonio Costa

Fotos : Consuelo de Arco

 

Los libros te dicen: no te imagines algo idílico, la aldea en que vivía María. Nazaret es una ciudad agitada de mayoría árabe. Hay mucho ruido y muchos edificios modernos. Y lo que más destaca es la cocina de fusión.

Pero cuando vamos hacia el hotel escuchamos en una callejuela de la ciudad vieja el hablar de una cabra. Es un sonido áspero, campestre y agudo. No creí que el hablar de una cabra me resultara sugerente. Pero suena casi tan intenso como sabe el queso de cabra. Y en estos tiempos tan tecnológicos escuchar algo así de telúrico y terrestre me renueva las venas.

Y luego en la noche charlan dos gallos. Pienso si serán un gallo y una gallina enamorados o coqueteando. Pero no, es un gallo cercano que canta, y un poco más allá le responde otro gallo, y más allá les dice algo un tercero. De modo que sí hay algo de telúrico, de misterioso en Nazaret. Con el sabor de las antiguas anacreónticas o de la poesía amarga de la Biblia.

Hace unos años montaron una iglesia despampanante sobre el lugar donde se cree que fue la Anunciación. Que un ser extraño vino de otro mundo a decirle a María: te va a ocurrir algo prodigioso. La gente baja en fila con rapidez para mirar ese rincón. Al lado hay unos restos bizantinos.

La basílica de planta redonda está muy sugerente y en la planta de arriba hay cuadros sobre la Anunciación procedentes de muchos países. Me llama la atención el de Estados Unidos que parece una diosa blanca plateada. O el de Japón como una estampa exquisita. O el de Portugal hecho con retículas de azulejos.

Al anochecer las cúpulas de la basílica contra el cielo vistas con una cerveza desde el jardín de Casa Nova, el alojamiento franciscano, parece como una linterna gigantesca. Hay un momento en que compiten las campanas con los gritos de un muecín que llama desde una mezquita cercana.

Pero los cristianos ortodoxos dicen que la Anunciación fue en la Plaza de la Iglesia, donde hay una iglesia ortodoxa. La iglesia es bella y mística, pero debajo está el manantial donde se supone que María iba a buscar agua. Los peregrinos se sacuden un poco fanáticos para beber de esa agua y llenar una botella. Lo cierto es que el agua sabe muy bien.

Al lado está el Pozo de María, que no tiene agua ni conecta con el manantial. Pero los ortodoxos creen que ahí el ángel le habló a María. A mí me recuerda pozos de Galicia y es un buen sitio para meditar en la vida y su misterio. Al lado unos comerciantes descubrieron debajo de su tiendas unas termas romanas. También los romanos descubrieron en Nazaret los encantos del agua.

Comemos en un restaurante muy sencillo mirando al Pozo de María. El dueño árabe me dice que yo parezco árabe. Pero es que yo soy tan misterioso como Abraxas, parezco todas las cosas en todos los sitios. Y nos trae una comida con humus hondo y un aceite de oliva como nunca encontraré otro. La gente tiene sus doctrinas y sus razas, pero ese aceite va más allá de ellas y podría unirlos a todos. Ese aceite es la anunciación de la gracia del mundo.

Callejeando por la ciudad vieja pasamos por escaleras y plazas secretas. El mercado es un laberinto de encrucijadas y pasajes. En una esquina está la sinagoga donde Jesús discutió con los doctores. El restaurante Rida Café parece una reunión de todos los romanticismos. El hotel Fauzi Azar es un antiguo palacio otomano con escaleras fantásticas bajo los arcos. Están rodando una película y a la noche nos regalan la cena de los actores. La luna estaba llena y todavía se anunciaba algo en Nazaret.

 

 

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