Tú, tan lejos, de Úna Fingal
Quizá estemos olvidando con una frivolidad absoluta que el Romanticismo fue uno de los movimientos más importantes y rompedores en el terreno de todas las Artes del siglo XIX, un puñetazo al adocenamiento imperante. Se tiende a asociar dos términos que poco tienen que ver, como romántico y cursi, y lo cursi no es romántico sino que tiene más que ver con lo ridículo. Luego, con la irrupción de ese erotismo light de la mano de una serie de subproductos confeccionados casi exclusivamente para lectoras no muy exigentes aficionadas a los seriales, las variantes de Las sombras de Grey inundaron las estanterías de nuestras librerías y devino la confusión más absoluta.
Tú, tan lejos, la novela de Úna Fingal (Lleida, 1964), está más cerca de El amante de Lady Chatterley que de Las sombras de Grey, por fortuna. La escritora leridana construye un drama victoriano, y ahí quizá este el punto débil de la novela, en escenarios catalanes (Barcelona y los Pirineos), cuando quizá debiera haberla ambientado directamente en una brumosa campiña británica. Y es que leyéndola, el lector deambula más por aquellos paisajes isleños que por esos más próximos, y lo mismo ocurre con la ubicación temporal del relato que uno sitúa en época muy pretérita.
Si John Irving, uno de los maestros de la literatura norteamericana a quien se le considera un dickensiano de pro, afirmaba con mucha razón que una novela es un sinfín de detalles (otras cosa sería un cuento o un micro), Úna Fingal parece haber recogido ese guante del detallismo, como si la forma, el exterior, redundara en el fondo, el interior. Guillermo vestido de traje oscuro y formal, corbata y gemelos, Carlos de traje cheviot, cortado a la última moda parisina, camisa desabrochada gran cuello en pico, pañuelo de seda estampada con nudo ascot y clavel en el ojal.
Narrada en primera persona Tú, tan lejos es una narración con zonas oscuras, misterios, secretos vergonzosos y pulsiones sexuales a través del esquema de recién llegada que irrumpe en familia hostil como un forastero y rompe su statu quo. Es en uno de sus aspectos, el del erotismo que se va aplazando hasta que estalla como una erupción irrefrenable, cuando el relato despega y alcanza sus cotas más elevadas. Su piel, su fragancia, sus músculos, su excitación palpitante, todo, me mantenía atrapada y finalmente sucumbí, jadeé, me abandoné a él y allí mismo, arrinconado contra la pared, me tomó con la furia de un animal salvaje.
Valga la ocasión para reivindicar un movimiento literario que subvirtió los cánones artísticos del momento y del que fueron hijos, entre muchas obras notables, Cumbres borrascosas, Frankenstein, las leyendas bequerianas, los poemas de Lord Byron, Percy B. Shelley y John Keats o las extraordinarias novelas de Thomas Hardy.