65 Festival de Cine de San Sebastián. Cuarta Jornada.
Este es un trabajo que uno hace con gusto, pero trabajo a fin de cuentas. Uno no está en esta bella ciudad para disfrutar de sus playas, su gastronomía ni siquiera de sus películas, sino para verlas, reseñarlas a velocidad supersónica, hacerlo lo mejor posible y que sirva de guía para los locos por el cine, entre los que me cuento. No duermo más allá de seis horas, como de forma caótica y atravieso veinte veces el Urumea en uno u otro sentido. Todo sea por el cine y un festival que, este año sí, tiene una Sección Oficial magnífica que compensa las decepcionantes de años anteriores.
Voy con poco tiempo al Victoria Eugenia. Tampoco crean que hay mucho sitio para amarrar mi bicicleta. La valla de un parking me sirve. Empezar el día con risas estimula a falta del café. En el mundo del cine hay frikis que han hecho historia y hasta películas sobre ellos. Si Tim Burton rodó su “Ed Wood”, James Franco rueda, produce e interpreta “The desaster artist” sobre uno de esos directores enloquecidos, el misterioso Tommy Wiseau (porque nadie sabe cuándo nació, dónde y cómo consiguió una fortuna que dilapidaba de forma alegre), y con talento nulo que a toda costa quisieron rodar su película porque tenían pasta para hacerlo. James Franco encarna a ese personaje con look de siniestro que se produjo su propia película, la rodó en pésimas condiciones y pagó para que el film se estrenara y permaneciera en cartel dos semanas. Una película desternillante que recoge ese disparatado proceso, el making off excéntrico de un desastre cinematográfico. Lo paradójico es que ese film, que costó cinco millones de dólares y recaudó 2000 (sigue siendo un misterio de dónde sacó la pasta el director) se ha convertido en film de culto por ser una de las peores películas jamás rodadas, una especie de “Ciudadano Kane” a la inversa, que también tiene su mérito. James Franco, debidamente caracterizado (es un doble del personaje real) borda su papel, se hace acompañar por Dave Franco, se lo pasa en grande y genera unas cuantas risas. Nada más. O nada menos.
El Trueba no me gusta aunque ya llego a él casi a la primera, sin perderme, y hasta haciendo una parada de cinco minutos en una panadería a tomarme un café con leche y cruasán no pringoso. El cinéfilo en Donostia sobrevive picoteando aquí y allá. Vamos a por Francia, porque esta es una de las aportaciones a la Sección Oficial, aunque el director de la película tenga nombre japonés y lo sea: Nobuhiro Suwa. Se están viendo en este festival mestizajes muy extraños como ese español de ayer, Antonio Méndez Esparza, rodando una película afroamericana como si hubiera vivido toda su vida en EE.UU.
Encontrar al actor fetiche de François Truffaut, al Antoine Duanel de “Los cuatrocientos golpes”, una de las obras maestras del cine, en “Los leones mueren esta tarde”, el título de una canción infantil, produce una especie de shock y eso que siempre pensé que era un actor mediocre que hundía las escenas en las que intervenía (“El último tango en París“). Tan ligado estuvo el actor con su director que su temprana muerte lo sumió en un estado depresivo profundo por el que precisó el internamiento en un centro psiquiátrico.
Un actor llamado Jean (Jean Pierre Leaud) está rodando una película sobre su vida y ha de morir en pantalla; una pausa del rodaje le permite visitar a una vieja amiga y visitar un caserón en el que compartió los años más apasionados de su vida con una amante que se suicidó muy joven; unos niños ruedan una película en ese caserón enorme y deciden incluir en su película a ese viejo loco que les asusta. Cine sobre el cine aunque muy diferente de la descacharrante película de James Franco. Obra crepuscular que no acaba de cuajar precisamente por ese tramo infantil del film que distrae de los encuentros entre Jean y el fantasma de su amada entre las paredes del viejo caserón, su tramo más fascinante en la opinión de este famélico crítico. Una frase de la película de nota: El momento más importante de la vida es entre los 70 y los 80, cuando se prepara uno para el reencuentro. Cuatro años y empiezo a prepararme.
El cine Trueba está muy alejado del Principal, así es que me marco una marcha atlética por Donostia y llego a mi destino en 7 minutos, un récord, cuando ya cierran las puertas. Cine chino made in Taiwán que gira alrededor de dramas familiares. Yian es un niño con trastornos de la personalidad que asegura haber tenido una vida anterior. Eso y la enfermedad del abuelo, al que deben cuidar, complican la relación sentimental de la pareja formada por una vendedora de bienes raíces y un panadero. Lai Kuo-Han concurre al premio Nuevos Directores con “El pez fuera del agua”, una película académica y con final sensiblero, impecable en lo formal e interpretativo pero bastante anodina.
Nueva carrera (empiezo a parecerme a Dustin Hoffman en “Marathon Man”) para recorrer el kilómetro de distancia que hay entre el cine Principal y el Kursaal y llegar al mismo tiempo que el glamuroso equipo artístico de la película polaca “Beyon Words” de Urszula Antoniak que va a la Sección Oficial. Si hablamos de Polonia es hablar de cine con mayúsculas. No decepciona este film extraordinario en su aspecto formal (soberbia fotografía en blanco y negro y extraordinaria banda sonora de piano) como confuso en su mensaje. Michael (Jakub Gierszal) es un exitoso y joven abogado de origen polaco que trabaja en un bufete de Berlín. La aparición sorpresiva de su padre Stanislaw (Andrzej Chyra), a quien creía muerto, trastoca su ordenada vida y lo aboca a replantearse su condición de emigrante pese a su imagen de ario puro. Lo más interesante es el enfrentamiento padre / hijo, un par de desconocidos que fracasan estrepitosamente a la hora de construir vínculos emocionales (la sangre no lo es todo porque para el hijo el padre es un perfecto desconocido y en una de las escenas clave deshace el abrazo que le da su progenitor) y lo más discutible a nivel ideológico ese desenlace que se parece peligrosamente a un video de Pegida (Michel sumergiéndose en un antro marginal para negros, que lo ignoran o rechazan abiertamente, y acabando a puñetazos con ellos). Las imágenes de cierre, con bellas imágenes urbanas berlinesas y fondo de música turca (el taxista que recoge al protagonista machacado es de ese origen), añade más confusión al mensaje, pero ello no es en menoscabo del altísimo valor cinematográfico del film de Urszula Antoniak.
No sólo hay películas en el Festival de San Sebastián, también avances de series como “La peste” de Alberto Rodríguez (“La isla mínima“), una historia negra ambientada en una Sevilla diezmada por una epidemia de peste bubónica en el siglo XVI. Una serie de crímenes se producen en la ciudad y un investigador sui generis, condenado a la hoguera por la Inquisición, será el encargado de investigarlo para salvar el pellejo. Intrigas palaciegas, instructiva lección del funcionamiento de los prostíbulos (legales y bendecidos por la iglesia aunque las prostitutas eran esclavas no menores de 12 años que se podían vender), chantajes a homosexuales y un retrato muy realista de la sociedad de la época son algunos de los alicientes de esta serie. De la muestra de dos capítulos, de los seis de los que consta la serie, destaca una ambientación extraordinaria (casi se huele la suciedad y miseria de esa Sevilla cutre diezmada por la epidemia, con las calles llenas de ratas y las casas de cadáveres en putrefacción) y, por contra, el acartonamiento de sus actores, Paco León entre otros, y unos diálogos que no funcionan. Pero el planteamiento abre horizontes a un género tan en boga como el negro. ¿Cuándo en la Roma Imperial o en la Prehistoria? Todo se andará.
Temía por mi salud, así es que me di un respiro y me fui a cenar al restaurante Okendo, al de las estrellas, creyendo ver que entraban en el comedor Mónica Bellucci y Ricardo Darín, y no, eran sus figuras troqueladas como reclamo. Comí sentado y sin prisas y hasta me permití el lujo masoquista de leer las últimas noticias sobre Catalunya.