Delincuentes de medio pelo, de Gene Kerrigan
“Si te dedicas al crimen,le decía Jo-Jo Mackendrick a Frankie cuando este era adolescente, tarde o temprano cumplirás condena. Si no puedes afrontarlo, ha llegado el momento de que aceptes un trabajo reponiendo cajas en el supermercado”. Y eso es lo nuclear de esta espléndida novela negra made in Ireland que gira en torno a un tipo que no quiere acabar en un supermercado y para ello idea un golpe mal planificado, una chapuza en toda regla.
Unos delincuentes de poca monta, cansados de sus golpes pequeños, deciden dar un gran golpe. Frank Crowe, con madera de líder, capitanea ese grupo. Secuestran al que creen que es un banquero, Justin Kennedy, y no es más que un abogado, pero perseveran en su error y a cambio de la libertad de su esposa Angela emplazan a Justin a hacerse con un millón de libras. Luego doblan el rescate. La poca profesionalidad del grupo, el que sean unos delincuentes de medio pelo a los que un secuestro les viene grande, empeora las cosas y todo vira hacia un final dramático. Martin no lo creería nunca. Las cosas al principio van en una determinada dirección, y luego se tuercen.
Gene Kerrigan es un escritor de no ficción y periodista especializado en casos de corrupción que tiene en su haber cuatro novelas negras. Delincuentes de medio pelo, que publica Sajalín, es la primera de ellas. El irlandés conduce con pericia una trama absorbente, maneja bien el crescendo narrativo, dibuja a vuelapluma una serie de caracteres criminales y refleja a su vez el panorama desolador de una parte de su país hundido en la pobreza y la marginalidad, la sociedad de la que nacen estos antisistema.
Muy de vez en cuando mataban a alguien, un peatón, otro conductor, un agente, y la mayoría de las veces a ellos mismos. Pero lo más frecuente, cuando los chavales se cansaban de la persecución y daban el esquinazo a la policía, era que, como espectáculo final antes de irse a la cama, quemaran el coche.
Nada que objetar a este relato vigoroso y seco, con violencia ajustada, una buena descripción psicológica de los personajes y que se inclina por empatizar con la víctima, Angela, que se pasa la novela encerrada en maleteros de coches, en armarios o sótanos y siempre bajo la presión asfixiante de un pasamontañas para que no vea a sus captores y bajo la amenaza constante de morir o ser agredida, y en la traslación de esa angustia al lector el autor lo borda. Angela estaba tumbada boca abajo sobre el colchón cuando el secuestrador de voz suave entró con la ración de fish and chips y una botella de agua mineral.
Gene Kerrigan se sirve de una narración multifocal —el modus operandi de los delincuentes con sus tensiones entre los más duros, que no tendrían ninguna duda en asesinar a la víctima en caso de que todo se torciera, y el más humano, que a punto está de liberarla; el operativo policial para averiguar quiénes son, atraparlos y liberar a la víctima; la angustia insufrible de la secuestrada que escucha las conversaciones de sus captores y emplea su tiempo de encierro en intentar averiguar sus flaquezas; la flema de Justin Kennedy, el marido, que debe reunir ese millón y refunfuña cuando se lo doblan, quizá el personaje más ambiguo por su oscuridad patrimonial: Como muchas de esas operaciones desde que la economías alcanzara ese momento tan boyante, Kwarehawk se fusionaba igual que un pez pequeño pero rollizo se fusiona con las fauces de un tiburón— para ofrecer al lector la visión más objetiva posible de lo que está narrando, aunque ello implique una cierta distanciación periodística. El irlandés, además, hace gala de un muy buen oído para construir diálogos y con ellos pergeña a los personajes de este drama coral que nace del equívoco de tomar a un abogado por un banquero y no apearse del error.
Un drama coral el de Estos delincuentes de medio pelo en el que destaca ese despiadado cerebro del grupo que lo cohesiona mediante la violencia y el terror. Crowe golpeó a Christy en la garganta con el borde de la mano derecha. Christy se tambaleó, jadeando. Se llevó las manos a la garganta. Crowe le dio una patada en los huevos. Christy emitió un sonido ronco y fuerte y cayó al suelo. Crowe levantó el pie derecho y lo dejó caer sobre la cabeza de Christy. Se oyó un crujido de huesos aplastados. El guardaespaldas se quedó inmóvil. En las antípodas, la víctima inerme y además mujer, Angela, que, en algún momento, llega a dudar de su propio marido. ¿De verdad Justin estaba regateando? ¿Estaba confiando en sus habilidades negociadoras para tratar con una gente cuya brutalidad quedaba más allá de su entendimiento?
El final es lo único que se tambalea de esta novela que se mueve dentro de una lógica aplastante. A veces hay gente que merece que la maten. Lo merecen por lo que han hecho, porque lo volverían a hacer y porque las emociones y el dolor causado exigen una venganza sangrienta. Ese acto de justicia poética, y quien lo efectúa, es lo único irreal de esta novela negra que se enmarca dentro del realismo social, un detalle que no ensombrece la alta calidad de la misma.