Un día sin Teresa, de Ricardo G. Manrique
Posted on 31 mayo, 2017 By José Luis Muñoz Letras, portada, Reseñas, Rincón del lector
Nueva York no es una ciudad, es un estado de ánimo, del mismo modo que la ciudad de los rascacielos no es Estados Unidos, es el mundo. La vitalidad de ese monstruo vertical seduce a toda clase de artistas que recalan en ese exceso urbanístico que jamás descansa y que de forma tan magistral retrataran Martín Scorsese en Taxi driver o Woody Allen en Manhattan, por ejemplo, con visiones contrapuestas. La ciudad mítica por donde su mueve Dom de Lillo, Tom Wolfe, Paul Auster o el fantasma de Hubert Selby. Así es que Un día sin Teresa tiene ya mucho ganado al estar ambientada en esa ciudad, o mucho perdido si se tratara de una impostura de aprovechar simplemente del aura que desprende.
Nos bajamos en el Battery Park, en la parte sur de Manhattan, y fuimos hasta el World Trade Center para subir a las torres y mirar el panorama. Sí, yo también me acuerdo de dónde estaba y qué hacía el día en que derribaron las torres gemelas.
Primera incursión en la novelística de un profesor de filosofía y lo hace de manos de una de esas editoriales literarias, Piel de Zapa, que eligen con mucho tino lo que se publica en ellas. Así es que el libro de Ricardo G. Manrique (Soria, 1965) es literatura por cuanto en él hay indagación, experimentación y emoción entre líneas: vida.
Hay varias formas de captar al lector y el soriano lo hace por la vía más compleja, por no ponerle fácil el texto sino todo lo contrario, retorcerlo de modo que entrar en sus líneas suponga un esfuerzo que luego tendrá su recompensa si la impaciencia no le hace desistir. Si cada libro tiene su música, este puede parecer dodecafónico sin serlo.
Retenías la información y el alivio con esa inocente cara tuya y los datos fluían con cuentagotas, pues a la playa, con una amiga holandesa, se lo había prometido, no la voy a dejar tirada, ah bueno, una disculpa prometedora, así que volverás, pues claro tonto; y el viernes me desperté dándole a la rueda del zippo y las sábanas oliendo a gasolina, la casa caliente, la mañana inútil, la corteza sentimental ya sublevada y tú con no sé quién en la playa, de quien nunca más se supo.
Nueva York como desencadenante de una regresión amorosa. La ciudad de ciudades rezuma cine y literatura en cada una de sus esquinas. La mítica megalópolis de los rascacielos como escenario de una novela de amor sobre la ausencia de un personaje, Teresa (¿Marsé?), alrededor de la que pivota una narración sentimental.
Una reflexión política pertinente, ideológica, sobre los males de la izquierda para situar al protagonista narrador: …más lo de Stalin, y no sólo Stalin, era el mal al servicio supuesto del bien o de la justicia, o de la Causa, con lo que el daño que ese mal causó fue por ello mucho más duradero y contaminante, porque fueron los propios ideales, esta vez sí los nuestros, los que quedaron maltrechos, el traidor no era Solsenitzyn sino ellos, los que organizaron el Gulag y convirtieron la vida de tantos millones en una pesadilla.
No lo pone fácil el narrador protagonista que imagina uno como trasunto del propio Ricardo G. Manrique. Salta del presente al pasado de forma constante; obvia, con buen tino, la cronología de los acontecimientos para no darnos un texto masticado; bascula entre Nueva York, París, Madrid y Barcelona; utiliza una fraseado a veces árido en el que cuesta entrar. Recuerdos, paseos, combates amorosos, digresiones sociales, apuntes culturales, estampas de una ciudad mítica se suceden en 350 páginas, en las que el diálogo se ausenta o éste se integra en la narración, que el lector no puede leer a la ligera. El autor se centra en la construcción interior de sus personajes, lo que de verdad importa, en una novela intimista más reflexiva que narrativa.
Liturgia del amor. Del acto amoroso. Sexo y vino. Erotismo exquisito dentro de un ceremonial preciso. Me pasó la botella con una sonrisa, a mí que seguía de pie fumando en el mismo silencio en el que ella se desnudaba y se perfumaba y que rompió para pedirme que dejara de fumar y que bebiese con ella y luego de ella, y bebí y me acerqué con la botella en la mano, besé sus labios, se la pasé, bebió, derramó otro poco más entre los dos, ahora ya pegados, y bebí el vino de sus pezones y de su vientre y de sus muslos firmes con más devoción con la que ningún cura bebió nunca la sangre de Cristo y sobre su cuerpo recé y me consagré a él para siempre.
Del encadenamiento constante de las frases, de las que apenas las comas imponen un respiro, un terreno textual tan sorpresivo y valiente como sugerente, brota este Un día sin Teresa, rara avis literaria muy a tener en cuenta en el secano cultural de nuestro país en el que es cada vez más difícil encontrar trigo entre tantísima paja.
…ya podíamos mirarnos y decirnos eso, por fin solos, y por primera vez en la jornada rozar nuestros dedos y con ese gesto tan humilde y tan deseado declararnos mutua propiedad, y los dedos acariciaban y los labios y las lenguas besaban y los ojos brillaban en la oscuridad junto con los cigarrillos que ardían, y entonces era que estábamos sentados en el coche con las ventanillas abiertas, sobre el acantilado, y nos quedábamos quietos y callados y oíamos el mar invisible y la brisa nos mecía. Lirismo.
Un día sin Teresa es radiografía del amor huyendo de la cursilería y de la modernidad, un experimento literario entre Juan Marsé y Marguerite Duras con gotas de Enrique Vila-Matas y la ciudad que nunca duerme de fondo.
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