Estambul, fantasía subterrána
Por Antonio Costa
Fotografia: Consuelo de Arco
Siempre regresábamos al hotel por la calle que serpenteaba bordeando el palacio Topkapi, había restaurantes de todos los tipos y hoteles de nombres sonoros, un bullicio de gentes y viandantes en todas direcciones, de vez en cuando nos apartaba a todos la aparición del tranvía, descubrimos que solo había que seguir las vías para orientarnos, pasábamos el restaurante Capadocia donde había una muchacha de pañuelo blanco fabricando pan mientras la fotografiaban y la gente comía sobre alfombras y había muebles de madera, telares, instrumentos musicales, pasábamos junto a la puerta con letras doradas de los jardines de un ministerio, orillábamos una fuente muy grande, había montones de fuentes en Estambul, todas creativas y abundantes, era para nosotros una ciudad de fuentes (también era una ciudad de gatos, los había por todas las esquinas en todas las posturas), nosotros les llamábamos chafarices desde que habíamos visto aquellas fuentes maravillosas en Lisboa que en portugués se llamaban chafarices y luego en Brasil.
Subíamos por la callejuela que serpenteaba siguiendo el palacio Topakapi, en ella había teterías en escalera con tipos sentados sobre alfombras con pipas de agua, unos simples hierros creaban un recinto de historia oriental, las gentes se sentían allí sentadas en lo lejano, y había talleres de pintores, o carpinterías, o pequeñas tiendas, y más arriba la calle adoquinada se llenaba de árboles y había casas que tenían sus historias, en una de ellas había vivido durante unos días la princesa Sofía de España, mirábamos por las ventanas las mesas gruesas de madera donde pudo haber comido, en otras vivieron personajes de la historia de Turquía, o escritores, o embajadores, en una esquina una placa explicaba en inglés y en turco por qué aquella calle se llamaba de la Fuente, finalmente desembocábamos al lado de Santa Sofía que con sus luces y cúpulas flotando parecía una fiesta en la noche, algo grandioso e inabarcable, como si un edificio flotara en los aires y negara las leyes de la física , y los minaretes giraban en el espacio a medida que avanzábamos y aquello tenía un misterio increíble.
Y al final encontrábamos esa fuente asombrosa delante de la entrada principal al palacio Topkapi, al principio creiamos que era algo religioso, luego nos parecia como un palacete, era una construcción con celosías y nueve surtidores alrededor, y en la cúpula había letras doradas y remates abstractos, finalmente descubrimos que era una fuente para hacer las abluciones antes de entrar en el palacio (la Fuente de Ahmet III), una especie de lugar de purificación, y dijimos: es la fuente más portentosa que hemos visto nunca, y dijiste: ésa sí que es de verdad la Fuente del Delirio, en alusión a un libro que yo publiqué, una noche nos quedamos parados frente a ella, le dimos vueltas, la apreciamos, estaban todas las tazas de mármol, los caños grandes, los plintos de los que salían, los pavimentos para lavarse los pies, el circulo en el suelo que la enmarcaba, y en mitad de la noche aquello era un verdadero delirio, un exceso, una fantasía del agua, aunque ya no saliese agua, querías hacer una foto pero nunca pudo ser, nunca encontrabas la luz adecuada.
Pero antes de la última noche estuvimos en la Cisterna, aun ahora miramos esas fotos misteriosas de la Cisterna, era una de las cosas que yo no quería que pasaras sin ver, una basílica subterránea con columnatas inundada de agua, había sido el sistema de aguas de Estambul, yo te hablé de ella y tú leiste historias raras sobre su construcción y su historia, cómo un francés las redescubrió por casualidad, cómo las inundaron otra vez, se bajaba por unas escaleras y entrabas en una especie de sinfonía de luces, había infinidad de luces como de velas por todas partes, iban perspectivas de columnas en distintas direcciones y nos movíamos en pasarelas de madera en medio de ellas, en algunos sitios había muy poca gente y se experimentaba una soledad metafísica.
Uno se quedaba pasmado, era como la noche del espíritu de los místicos, fuimos hasta el final y vimos la Medusa con la cabeza hacia abajo, con sus ojos terribles, todos le hacían fotos y tú también a tu modo, te tirabas en el suelo si hacía falta, buscabas los enfoques más reveladores, querías comunicarte íntimamente con cada lugar que encontrabas, sé que yo me vuelvo impaciente en ocasiones y no entiendo tus deseos, pero allí quería que pasara el tiempo, que el tiempo se moliera en medio de aquellas oscuridades, nos besamos en los rincones más oscuros, nos fuimos hacia una esquina, miramos en un sitio donde se veía la sucesión de luces reflejándose en el agua, y a nosotros siempre nos ha fascinado el agua, y las luces reflejándose en ella sugieren los sueños, las ideas, los sentimientos, en otro momento yo me senté y apoyé la cara en un hierro de la barandilla, y me quedé desolado mirado el agua, abandonado de todo, sin pretender saber nada, solo lo que quisiera decir el agua, que lo sutilizaba todo.