El viajante, de Asghar Farhadi
Empiezo a cansarme del neorrealismo del cine iraní a pesar del reconocimiento internacional que dicha cinematografía obtiene en certámenes internacionales. Asghar Farhadi (Khomeyni Shahr, 1972), sin ir más lejos, repite Oscar a la mejor película de habla no inglesa con El viajante —el título es un homenaje a la obra Muerte de un viajante de Arthur Miller que el protagonista Emad (Shahab Hosseini), que ejerce como profesor en una escuela, interpreta en los escenarios—, tras la excelente Nader y Simin, una separación, de la que está a años luz. Quizá no sea culpa de los realizadores iraníes sino de un régimen totalitario y teocrático, a pesar de la evolución de los últimos años, que no permite que se traten en el cine determinados temas tabú. Verbigracia: imposible ver una película iraní sobre amores adúlteros (castigados de forma severa por el régimen de los ayatolás); impensable una película de género negro iraní (la sociedad iraní, según los estándares oficiales, no sufre lacras delincuenciales). Así es que uno supone que Asghar Farhadi, como los directores españoles durante la larga noche del franquismo (Carlos Saura y su cine críptico), tiene que modular mucho su mensaje sino quiere verse abocado al ostracismo o ser silenciado.
El viajante, aunque no se explicite, gira en torno a una violación, o un abuso sexual cometido por Babak (Babak Karimi) cuando confunde a la virtuosa ciudadana Rama (Taraneh Alidoosti) con una prostituta (el eufemismo, porque la palabra prostituta también parece vedada en la sociedad iraní, es: una mujer que recibía muchas visitas masculinas) que frecuenta porque la accidental víctima ocupa el piso del que se ha mudado esa mujer de vida licenciosa. No sabemos si el venerable, por edad, Babak ha rozado a la protagonista femenina o simplemente la ha visto salir de la ducha cuando ha entrado en su casa porque ella le ha abierto la puerta pensando que era su marido: doble confusión. La ha golpeado en su huida, cuando ha comprobado su error.
El drama iraní se desarrolla en los parámetros del policial (Emad, por su cuenta, hace una serie de pesquisas para averiguar quién ha violado la intimidad de su esposa) y tiene como centro una venganza que se lleva a cabo casi por justicia divina (podría pensarse que el temperamental Emad acuchilla al rijoso Babak, que sería lo lógico dentro de un relato de esas características, pero no).
Asghar Farhadi, y con él todos los realizadores de su generación, se encuentran en un callejón sin salida, asfixiados por un régimen y una sociedad sumamente conservadores que no les permite tratar de otra forma temas controvertidos. El cine iraní se anquilosa, sumido en ese neorrealismo impuesto que ya no puede dar más de sí y hace que todas las películas made in Irán se parezcan.
El director de Nader y Simin, una separación ofrece al espectador un ejercicio de sutileza y contención. ¿Voluntario o impuesto? El cuchillo que se clava en el pecho del venerable Babak es el oprobio y el desprecio de los suyos que se enteran, de forma fortuita, de las malas compañías que frecuenta el padre y el esposo respetable, y eso debe tener un castigo (moralismo) aunque no haya un ejecutor evidente (voluntad divina). Quizá lo mejor del film sea la mirada de absoluta frialdad que cruzan los dos esposos cuando suben al escenario para representar, una vez más El viajante. Algo se ha roto entre ellos y será difícil coserlo.